Después del Palacio Real, el Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial es el monumento de Patrimonio Nacional más visto de Madrid, con casi medio millón de visitas al año. Su nombre hace referencia directa a su cometido religioso, pero no fue el único que tuvo. Felipe II se propuso que se dedicara a la oración, pero también a la investigación científica, además de por supuesto a ser un palacio real donde vivir y un mausoleo donde enterrar a sus antepasados. La actividad científica desarrollada en El Escorial, de la cual sólo quedan hoy vestigios parciales aunque muy importantes, es un atractivo más de un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad el 2 de noviembre de 1984, y que para muchos ha sido y sigue siendo la octava Maravilla del Mundo.
Felipe II lo mandó construir para, entre otras cosas, conmemorar su victoria sobre los franceses en la Batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo. A diferencia de otros palacios más de recreo y caza, como el de Aranjuez, el monarca se proponía dedicar éste nuevo al estudio y la meditación, por lo que acompañó sus regias estancias con una iglesia para Dios -cuyo sagrario ocupa el centro de la construcción, a diferencia de lo que ocurre en Versalles con el dormitorio del rey-, un monasterio para la Orden Jerónima, un cementerio para sus allegados y un templo para la ciencia.
Mucho es lo que se ha hablado y los lectores saben del atractivo del monasterio y sus estancias (incluido que su arquitecto principal, Juan de Herrera [1530-1597], se inspiró en el Templo de Salomón y en el Discurso sobre la figura cúbica del beato Ramón Llull para su construcción), pero poco lo que se les ha dicho de la actividad docente y científica que en él tuvo lugar, y a eso vamos.
En cuanto a la primera, Felipe II quiso desde el inicio que existiera en sus instalaciones un pequeño colegio-seminario para no muchos alumnos, que comenzaron a vivir como colegiales el 28 de septiembre de 1587 y continuaron haciéndolo hasta la desamortización de Mendizábal en 1837. Además, el monarca fundó también el Real Colegio de Estudios Superiores del Escorial, que equivaldrían hoy a los estudios universitarios.
La dimensión en cuanto a la conciliación ciencia-fe del monarca católico Felipe II es algo que ya reconocen hasta los ateos, y de lo que hemos hablado aquí con anterioridad en términos generales, sin referirnos directamente a El Escorial, que es de lo que tratamos en este artículo.
Respecto a la actividad científica, es propio de la misma el conocer con precisión lo que se ha hecho sobre los diversos y múltiples temas de investigación, para no perder el tiempo en contestarse a preguntas que otros se hicieron y ya contestaron. La investigación científica sólo lo es si es original. A este respecto y para mejor entendimiento, cabe destacar la famosa frase de Bernardo de Chartres, el filósofo y teólogo rector de la universidad catedralicia de Chartres recogida por su discípulo Juan de Salisbury, quien en su obra Metalogicon de 1159 (III, 4) decía literalmente: "Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura".
Precisamente en esta línea, Felipe II quiso recopilar todo el saber humano, y se lo encargó entre otros a Benito Arias Montano (1527-1598), sacerdote que se especializó en lenguas clásicas estudiando en la madrileña Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros. El monarca le encargó en 1576 la dirección de una biblioteca donde se empezaba a recopilar todo el saber conocido hasta el momento, la famosísima Biblioteca Laurentina, una de las mayores del mundo, probablemente en la época la segunda de la Cristiandad después de la del Vaticano, que llegó a albergar cerca de 14.000 volúmenes y fue concebida como gabinete científico y centro de investigación, por lo que el acceso a ella no sólo se permitía a los religiosos, sino a los eruditos y sabios de la época.
Sala Principal o de los Frescos de la Biblioteca Laurentina (Imagen cedida por J.L. del Valle, Director Real Biblioteca del Monasterio del Escorial).
Entonces, para investigar en lo que hoy se denominan ciencias humanas, el empleo de libros era imprescindible, ya que no existían las revistas especializadas como en la actualidad. Disponer de una biblioteca de estas características era la antesala para poder aportar conocimiento novedoso, tomando el relevo de los que habían estudiado antes tal o cual tema. Por ello, no resulta extraño que en El Escorial escribiese Arias Montano algunas de sus obras, pero lo más importante, que su trabajo de erudición se viese acompañado por la formación de nuevos científicos que le llevaron a reunir en torno a sí a un conjunto de discípulos, o sea, a hacer escuela, escuela científica en un convento.
Ejemplar de “Libro de las utilidades de los animales” de la Biblioteca Laurentina (Imagen cedida por J.L. del Valle, Director Real Biblioteca del Monasterio del Escorial).
Además, la biblioteca fue sede de múltiples objetos astronómicos y científicos que completaban de manera magistral la actividad investigadora del lugar, siendo todavía hoy posible contemplar algunos de ellos. El incendio de 1671 dejó menos de 5000 volúmenes, que sobrevivieron a la ocupación francesa gracias a su traslado al Convento de la Trinidad de Madrid, volviendo finalmente al monasterio, donde hoy se pueden disfrutar y estudiar gracias a los Padres Agustinos.
Magnífico ejemplar del libro del Apocalipsis que perteneció a los Duques de Saboya, hoy en la Biblioteca Laurentina (Imagen cedida por J.L. del Valle, Director Real Biblioteca del Monasterio del Escorial).
Pero con toda la importancia que tuvo y tiene la Biblioteca Laurentina, tan importante o más llegó a ser la Real Botica y la Destilería en las que se practicó la química al más alto nivel internacional de la época. Y es que Felipe II siempre manifestó un extraordinario interés por la medicina y la farmacia, incluidos motivos de salud personal, y en el Monasterio de El Escorial quiso juntarlas con las humanidades y el reconocimiento al único Dios verdadero en obediencia a la Iglesia católica. La garantía de que los beneficios de medicina y farmacia recaerían no sólo en la familia real, si no en todo aquel a quien dicho auxilio le fuese necesario, fue la condición que le puso al soberano quien al fin y a la postre se encargaría de la dirección del conjunto científico: fray Francisco de Bonilla, fraile jerónimo boticario que escribió entender su responsabilidad y actividad como “un nuevo sacramento de socorro a los pobres”. Cabe añadir a la sazón que en ese momento España era una potencia mundial de primera magnitud, y el desarrollo de su actividad en América le llevó a organizar una de las mejores escuelas de botánicos que estudiaban y describían plantas nuevas provenientes del Nuevo Mundo.
Torre de la Enfermería en en cuyos bajos se ubicó la botica o farmacia del monasterio (Imagen cedida por J.L. del Valle, Director Real Biblioteca del Monasterio del Escorial).
A partir de aquí, se trajeron todo tipo de plantas y cultivos para aclimatar, formando en paralelo a los expertos en extraer principios activos de las plantas, que equivaldrían a los actuales farmacéuticos, y que habrían de ser capaces de producir medicamentos hasta entonces desconocidos, siempre y cuando contasen con las instalaciones adecuadas. A eso fue a lo que contribuyó de manera determinante la Corona Española en el Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial.
La farmacia o botica se ubicó en los bajos de la Torre de la Enfermería y tenía varias estancias principales tales como el almacén de las medicinas, una rebotica y varias salas en el sótano. En ellas se hacían medicinas en forma de jarabes, infusiones o zumos, siendo inaugurado este conjunto en 1573. La destilería, construida en edificio anejo -hoy sede del Colegio Universitario María Cristina, en el que se imparte docencia- comenzó a edificarse en 1585, por iniciativa personal del monarca, que veía su edad avanzar y su salud deteriorarse, eso sí sin perder ni la fe ni un ápice de su inquietud, curiosidad y avidez de conocimiento.
La finalizó un año más tarde, y constó de dos plantas. En la planta baja había cinco estancias: dos para destilaciones, una para prensas y morteros, otra para hornos y otra para quintaesencias. En la planta alta había dos: una con un gran horno y en la otra el famoso destilatorio de Mattioli o Torre Filosofal, según los diseños del veneciano Pietro Andrea Mattioli.
Torre filosofal para la extracción de medicinas de las plantas siilar a la que existió en la botica del monasterio (Tomado de J. L'Hermite, 'Le Passetemps', Amberes 1896).
La Torre Filosofal fue la pieza más importante de la instalación, y resultó de especial utilidad para la obtención de la quintaesencia -que hoy denominamos alcohol- imprescindible para la extracción de nuevos y más potentes fármacos a partir de plantas. El conjunto de la obra, que llegó a disponer de más de quinientos alambiques, fue llevado a cabo por fray Francisco Bonilla y el destilador real Giovanni Vincenzo Forte que, junto con el español y también destilador Diego de Santiago, el vidriero veneciano Guillermo de Carrara -trabajando en la época en los hornos del Recuenco (Cuenca)- y el fraile benedictino irlandés Richard Stanihurst, contribuyeron a desarrollar en el monasterio las ciencias experimentales.
Con esta actividad, el monarca, inspirado en la unidad del saber, fomentaba la transición de la medicina desde el galenismo hasta el paracelsismo, contribuyendo además a sentar las bases de lo que hoy conocemos como química médica, la vertiente de la química más útil para el hombre, y de la que en Madrid existe uno de los más importantes centros de investigación en la materia, el Instituto de Química Médica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
La frenética actividad alquimista de la época, actividad química que diríamos hoy en día, se vio lógicamente acompañada de un exacerbado interés por los textos sobre dicha materia, lo que determinó la adquisición por parte de la biblioteca de una importante colección de libros. Destacan por su interés los “libros de secretos medicinales”, que alcanzaron gran fama en el siglo XVI por todo el área mediterránea, y que sirvieron para pasar de acometer las enfermedades de modo teórico a modo empírico. Los denominados secretos podían ser desde medicinas a métodos de diagnóstico y terapia de enfermedades, y en los libros podía acabar apareciendo la dirección del experto e incluso un retrato del mismo en la portada.
De eso es de lo que puede enorgullecerse Madrid: de haber contado en la época de construcción y puesta en marcha del Monasterio de El Escorial con uno de los laboratorios más importantes del mundo en la época, que fue determinante en el cambio de concepción de la medicina a nivel internacional, todo ello ayudado por las novedades importadas del Nuevo Mundo.
La incidencia que tuvieron los laboratorios montados por Felipe II sobre la sanidad española se vió directamente reflejada en las dependencias del propio Monasterio de el Escorial, que además de todo lo dicho dedicó una parte de sus dependencias a hospital, resto del cual podemos hoy todavía contemplar en el elemento arquitectónico llamado Galería de Convalecientes.
Galería de Convalecientes perteneciente a la zona del antiguo hospital y botica (Imagen cedida por J.L. del Valle, Director Real Biblioteca del Monasterio del Escorial).
Aun cuando hoy en día no se lleve a cabo experimentación científica en las instalaciones del Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial, sobreviven en él la biblioteca -que sigue siendo objeto de estudio por expertos- y una intensa actividad docente, superior a la que en orígenes tuvo el monasterio.
Tras la desamortización de bienes eclesiásticos del siglo XIX, el monasterio, custodiado por la Orden de San Jerónimo desde su fundación por Felipe II, quedó abandonado. Durante la restauración monárquica de Alfonso XII, se encomendó a la Orden de San Agustín la custodia del mismo, en parte gracias a la intervención del padre Cámara, agustino, entonces Obispo de Salamanca. En 1885 los frailes agustinos llegaron al lugar y reactivaron la actividad orante a través del monasterio, y la docente a través del colegio y la universidad. Gracias a su actividad científica, algunos de estos frailes conquistaron cátedras universitarias y sillones en varias Reales Academias. Desde Madrid y mediante el estudio de los restos de la Biblioteca Laurentina, alguno de estos frailes alcanzó prestigio internacional.
Actual puerta de acceso (mitad izquierda de la fachadad principal del monasterio) al colegio Alfonso XII (Imagen A.V. Carrascosa).
El Colegio Alfonso XII regentado por los agustinos comenzó su andadura aportando a la formación del alumnado la educación católica y la interioridad y disposición para la apertura con las necesidades del mundo que nos rodea propias de San Agustín. Alfonso XII se preocupó de que fuera dotado al más alto nivel, y contó desde el principio con instrumentos traídos de Londres, París o Viena. Está ubicado dentro del monasterio, en su ala anterior izquierda, contribuyendo positivamente sus proporciones monumentales y su historia a la vida estudiantil que, en la enseñanza media ofrece la posibilidad de internado, pero que también posee infantil y primaria.
En 1933, al prohibirse la enseñanza religiosa, fue trasladado a Madrid bajo el nombre de Calderón de la Barca. Las consecuencias de la guerra civil española (1936-1939) no pudieron ser peores para la comunidad agustina: 108 de ellos murieron, siendo fusilados 68.
El colegio volvió al monasterio en 1939, y sigue su actividad a día de hoy, con un extraordinario Gabinete de Historia Natural que contiene magníficas colecciones de animales, minerales y plantas que incluyen pliegos del mítico Mariano de la Paz Graells.
Animales de la colección de zoología perteneciente en la actualidad al Colegio Alfonso XII (Imagen A.V. Carrascosa).
En cuanto a la actividad universitaria, sería refundada en 1892 por la Reina Regente Doña María Cristina de Habsburgo y Lorena como Real Centro de Estudios Superiores. Desde 1892 fue encomendado también a la tutela de la orden de los agustinos y en él estudiaron personajes como Manuel Azaña, José Castillejo, presidente de la Segunda República y secretario de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas respectivamente, así como un importante elenco de prestigiosos personajes de la vida española entre los que se incluye hasta el actual presidente del gobierno Pedro Sánchez, que pronto eliminará el delito de blasfemia. Hoy este centro es el Real Colegio de Estudios Superiores de María Cristina del Escorial, actualmente Centro Adscrito de la Universidad Complutense de Madrid.
Pliegos del herbario de Mariano de la Paz Graells conservador hoy en el Gabinete de Historia Natural del Colegio Alfonso XII (Imagen A.V. Carrascosa).
Todo lo dicho va en la línea de lo ya comentado en ocasiones precedentes. Incluso hemos llegado a presentar cómo trató el ateísmo durante el siglo XX a los agustinos que mantienen todavía hoy la universidad del Escorial , suponiendo en su conjunto los agustinos científicos asesinados por el Frente Popular otro caso más del brutal subtierro o exilio subterráneo -eufemismo pseudocientífico con el que se designa a quienes fueron asesinados y enterrados en fosas comunes, las de Paracuellos del Jarama en este caso- perpetrado por la dictadura del proletariado que se impuso en España a partir de 1936 durante la Guerra Civil y susceptible por tanto de ser asimilado a lo que la Ley de Memoria Democrática 20/2022 indica en cuanto a víctimas a recordar y honrar incluidas sus familias se refiere.