“La vida del gran astrónomo y físico italiano Galileo Galilei (1564-1642 se presenta a menudo como una batalla abierta entre la religión, dogmática, y la libertad de la ciencia, racional. Pero este retrato es una super-simplificación, si es que no, simplemente, una falsificación… Tampoco el juicio contra Galileo fue algo habitual. Cuando los críticos quieren llamar la atención sobre esa supuesta guerra entre la Iglesia católica y la ciencia, invariablemente citan la historia de Galileo. ¿Por qué? Porque hay muy pocas otras historias que contar”.
Este párrafo, que podría firmar cualquier apologista católico conocedor de la realidad del llamado Caso Galileo, es obra de un mormón, el profesor Daniel C. Peterson, docente en la mormona Brigham Young University, donde enseña cultura islámica y árabe, a través de los cuales ha profundizado en las tesis cosmológicas de la Antigüedad. Y lo ha publicado en Deseret News, un medio de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días.
Sin problemas para Copérnico
En su defensa de la Iglesia, Peterson recuerda que el Papa Urbano VIII fue amigo de Galileo “hasta que la arrogancia, la agresividad y la hipersensibilidad del científico arruinaron su relación”. Y que fue otro importante amigo eclesiástico del sabio, el cardenal Cesare Baronio, quien le dio las claves interpretativas de la Biblia –que también Galileo consideraba divinas Escrituras–, en el sentido de que el texto sagrado “nos habla de cómo ir al cielo, no de cómo funciona”.
Galileo defendió a capa y espada el sistema heliocéntrico de Nicolás Copérnico, que fue ciertamente un clérigo, aunque no hay certeza absoluta de su ordenación sacerdotal: “Se doctoró en Derecho Canónico, fue canónigo de la catedral de Frombork (Polonia) y miembro de una familia con fuertes lazos con la orden dominica. Es significativo que Copérnico nunca fuese castigado por la Iglesia por sus escritos astronómicos. De hecho, dedicó su libro fundamental, De revolutionibus orbium coelestium [Sobre las revoluciones de los orbes celestes] al Papa Pablo III”.
Sin problemas para Galileo
Peterson cuenta que tampoco Galileo tuvo problema alguno con sus teorías, y que fue entusiásticamente recibido en Roma por el Papa Pablo V y por los astrónomos jesuitas Cristóbal Clavio y Cristóbal Grienberger, quienes habían verificado personalmente sus hallazgos de las lunas de Júpiter.
Y cuando en 1612 Galileo defendió por primera vez por escrito el sistema copernicano, en sus Cartas sobre las manchas solares, fue felicitado por escrito por el cardenal Maffeo Barberini, quien poco después se convertiría en el citado Papa Urbano VIII.
La demostración que faltaba
¿Cuál fue el problema, entonces? "En parte, lo que precipitó el famoso choque entre Galileo y la Iglesia fue que, aunque en aquel momento faltaban pruebas que demostrasen la validez del modelo de Copérnico, Galileo insistía en que era válido y en que la Iglesia debía reinterpretar la Biblia en consecuencia", explica Peterson.
Y la Iglesia no se oponía a ello... pero si y solo sí se demostraba el sistema heliocéntrico, cosa que Galileo -y él lo sabía- no había hecho.
"Si hubiese una verdadera demostración", escribió en 1615 el cardenal Roberto Belarmino (quien sería canonizado en 1930 por Pío XI), "de que el sol está en el centro del mundo y la tierra en el tercer cielo, de que el sol no rodea a la tierra sino la tierra al sol, entonces sería necesario andar con mucho cuidado al explicar las Escrituras, que parecen contrarias. Habría que decir que no las entendemos, más que decir que sea falso lo que está demostrado. Mas yo no creeré que exista tal demostración, mientras no me la muestren”.
Galileo no solo no la mostraba (de hecho, nadie pudo hacerlo matemáticamente hasta 1687 [Isaac Newton] ni físicamente hasta 1838 [Friedrich Bessel]), sino que se reía de los científicos de su tiempo: en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo pone en labios de Simplicio [tonto, en latín] a quienes defendían el sistema geocéntrico.
¿Hubo error de la Iglesia en la condena de Galileo? Sin duda. Pero la causa no fue la oposición de la Iglesia a la ciencia ni su rechazo al modelo copernicano en sí mismo, sino un conflicto personal entre temperamentos que llevan un asunto al límite. Como concluye Peterson humorísticamente, el sabio de Pisa no era el hombre más adecuado para escribir un libro titulado Cómo hacer amigos e influir sobre la gente.