«El ateísmo es inconsistente con el método científico», ha dicho Marcelo Gleiser, de 60 años, profesor de física, astronomía y cosmología. Es brasileño, pero desde 1991 enseña en el Dartmouth College, una universidad de New Hampshire.
De familia judía, se declara agnóstico, pero critica el ateísmo arrogante: el ateísmo no es una postura razonable, dice, sino otra creencia. «El ateísmo es una creencia en la no creencia. Por lo tanto, niega categóricamente algo contra lo que no tiene pruebas». Él propone otra postura: «Mantendré la mente abierta porque entiendo que el conocimiento humano es limitado».
Un gran premio para un divulgador
Marcelo Gleiser acaba de ser anunciado como ganador del prestigioso Premio Templeton, que consta de 1,5 millones de dólares, uno de los mejores dotados del mundo. Se premia así a personalidades que contribuyen a la reflexión sobre las realidades espirituales y su relación con la ciencia y la fe.
Normalmente Gleiser se ha centrado en divulgar de forma accesible temas complejos. Ha escrito sobre cambio climático, Einstein, huracanes, agujeros negros, la conciencia humana, trazando los vínculos entre las ciencias y las humanidades, incluida la filosofía.
La ciencia y la religión, movidas por una curiosidad
Él no cree en Dios, pero piensa que su existencia no se puede descartar.
«Lo primero que se ve en la Biblia es una historia de la creación», señala. Cualquiera que sea su religión, «todas quieren saber cómo surgió el mundo».
Esta curiosidad fundamental une la ciencia y la religión, aunque cada una proporciona respuestas muy diferentes: la ciencia tiene una metodología. «La ciencia puede dar respuestas a ciertas preguntas, hasta cierto punto», indica Gleiser.
«Esto se conoce desde hace mucho tiempo en filosofía, se llama el problema de la primera causa: nos quedamos estancados», añade el físico, padre de cinco hijos.
«Debemos tener la humildad de aceptar que hay misterio a nuestro alrededor», propone.
Los religiosos demasiado precavidos
En declaraciones a AFP, el astrónomo y físico habla de algunas personas religiosas que, sin necesidad, «posicionan a la ciencia como el enemigo porque tienen una forma muy anticuada de pensar sobre la ciencia y la religión, como si todos los científicos trataran de matar a Dios», comenta. Pero, añade, «la ciencia no mata a Dios».
También es crítico con los «nuevos ateos» que predican que la religión es una especie de enemigo de la ciencia. Él no lo ve así en absoluto.
Gleiser se educó en la comunidad judía de Río de Janeiro. Allí vio que la religión, más allá de la relación con Dios, aporta a las personas un sentido de identidad y de comunidad. «Al menos para la mitad de la población mundial es así», reflexiona.
«Es extremadamente arrogante que los científicos bajen de las torres de marfil y hagan estas declaraciones sin entender la importancia social de los sistemas de creencias», medita.
«Cuando escuchas a científicos muy famosos que hacen pronunciamientos como que la cosmología ha explicado el origen del universo y el todo, y ya no necesitamos a Dios... Eso es una completa tontería», agrega. «Porque no hemos explicado el origen del universo en absoluto».
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