La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza, decía el mismo Max Planck (1858-1947), padre de la mecánica cuántica y Premio Nobel de Física en 1918. Lo recuerda Ignacio del Villar, doctor en Ingeniería de Telecomunicaciones y profesor en la Universidad Pública de Navarra, y autor de un reciente libro sobre Sacerdotes y científicos. De Nicolás Copérnico a Georges Lemaître.
Sacerdotes y científicos aborda las investigaciones, entre otros, de Nicolás Copérnico, fundador de la astronomía moderna; el Beato Nicolás Steno, geólogo notable; el pionero biólogo Lazzaro Spallanzani; Gregor Mendel, descubridor de la genética; Georges Lemaître, quien sugirió la teoría del Big Bang para el origen del Universo...
-¿Qué le indujo a abordar un libro cuyos protagonistas son sacerdotes y científicos?
-Anteriormente escribí un libro titulado Ciencia y fe católica: de Galileo a Lejeune. En aquella obra recogía las biografías de célebres científicos católicos y me di cuenta de que en su entorno, especialmente en los siglos XVI al XVIII, figuraban numerosos sacerdotes que se dedicaban a la ciencia.
-¿Cómo interpreta que algunos intelectuales califiquen a la Iglesia como contraria a la ciencia?
-Europa ha dado un giro desde la Revolución francesa hacia una sociedad que mira a Dios y a la Iglesia con recelo, porque cree que amenaza su libertad, una libertad entendida desde el punto de vista de hacer lo que a uno le apetezca. Pero ese modo de entender la libertad no le está dando felicidad. Al revés, cada vez hay más suicidios y depresiones.
»En el campo de la ciencia también se ha proyectado ese mirar a la Iglesia y a Dios con recelo, como si esta fuera a frenar el progreso de las investigaciones. Y para sostener esto se han apoyado en el caso Galileo, del que todo el mundo ha oído hablar, pero casi nadie sabe bien lo que ocurrió. En cambio, pocos conocen el caso Lemaître, uno de los sacerdotes perfilados en este libro que acabo de escribir. Lemaître abrió los ojos de la comunidad científica internacional, atascada en su idea de que el universo era estático. Lemaître, por el contrario, pensaba que había un origen y que se expandía. Lo demostró mediante ecuaciones matemáticas contrastadas con datos experimentales y, aun así, al resto de astrónomos y físicos les costó mucho aceptar lo acertado de este enfoque porque un origen en el fondo evocaba a Dios. Tampoco se conoce el lysenkoismo, un movimiento fundado por el ingeniero agrónomo Trofim Denisovich Lysenko, que se posicionó en contra de las leyes de Mendel y las leyes de la genética. Alineado con el marxismo, pensó que se podría educar a las plantas y conseguir que las de clima cálido crecieran en frío o incluso transformarlas (el trigo se convertiría en cebada y viceversa). El rechazo hacia Mendel fue tan grande que retiraron su estatua en Checoslovaquia, cerraron su monasterio y arrestaron a los monjes que vivían allí. También está el caso Lavoisier, guillotinado durante la Revolución francesa…
»Sin embargo, tampoco sirve de mucho el argumento de “lo malo que han hecho otros”. Creo que la Iglesia católica tiene científicos de renombre como prácticamente ninguna otra institución y la mejor manera de desmontar ese recelo contra la Iglesia es sacarlos a la luz, hacer ver que la sociedad moderna se ha construido en gran medida gracia a la labor de la Iglesia.
Ignacio del Villar, de quien ReL ha publicado varios artículos, es especialista en fibra óptica y trabaja en el departamento de Ingeniería eléctrica, electrónica y de comunicación de la Universidad Pública de Navarra.
-¿Cree que hay un endiosamiento de algunos científicos e intelectuales que se olvidan que ciencia y fe tienen objetos de estudios distintos y que, por tanto, su forma de abordar esas realidades son distintas?
-Sí, la ciencia, entendida como la basada en el método experimental, ha permitido un avance tecnológico espectacular. Por eso bastantes personas son cientificistas. Creen que la única verdad es la demostrable experimentalmente y que algún día la ciencia lo demostrará todo. Pero el propio Max Planck, el fundador de la cuántica, reconocía que la ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza.
»Efectivamente, podemos entender cómo funciona la naturaleza, pero para darle sentido y hacer un buen uso de ella son necesarias otras herramientas: la filosofía, la religión. La ciencia tampoco puede comprobar que el universo sea aleatorio o diseñado, porque ya Gregory Chaitin demostró en el año 1975 que, dada una cadena de números naturales, no se puede demostrar si la cadena es aleatoria o está generada por un algoritmo. Si no somos capaces de saber eso de una simple cadena de números, no digamos ya analizar todo el universo a lo largo de millones de años o dar respuesta a las preguntas trascendentales que se hace el ser humano.
-Por otro lado, quienes sostienen la incompatibilidad ciencia-fe, ¿no están negando la posibilidad de la ciencia de descubrir nuevos caminos para el conocimiento de la realidad?
-Desde luego que están negando esa posibilidad. Cuando alguien está en armonía con la persona que ha creado algo, es más fácil que le dé un buen uso. Un ejemplo de esta realidad ha sido el campo de la investigación con células embrionarias. Los científicos que han apostado por emplear células madre embrionarias en sus investigaciones, en vez de células adultas, han fracasado en buena medida, mientras que los que han seguido criterios éticos han tenido más éxito. Por otro lado, el caso Lemaître, del que acabo de hablar, también es otro buen ejemplo.
»De todas formas, también hay que reconocer el riesgo que tiene el creyente de que las conclusiones a las que llegue en sus investigaciones se vean influidas por sus ideas. De eso nos alertan Lazzaro Spallanzani y Nicolás Steno, por ejemplo. Pero ese riesgo lo tiene todo el mundo. También el no creyente tiene ideas, porque en el fondo todo el mundo cree en algo.
-Copérnico descubrió que la Tierra gira alrededor del Sol, Steno fue el padre de la Geología, Lazzaro Spallanzani descubrió muchas áreas de la Zoología y otras cuestiones de entidad como la digestión y la respiración, Mendel fue el fundador de la Genética y Lemaître se codeó con Einstein y sentó las bases de la teoría del Big Bang... ¿Cómo los seleccionó?
-No fue fácil elegirlos. Hay muchos que podrían haber entrado en el libro: Marin Mersenne, considerado como el padre de la ciencia de la acústica; Francesco Maria Grimaldi, descubridor de la difracción de la luz y, junto con su compañero jesuita Giovanni Battista Riccioli, el primero en medir la aceleración de los cuerpos en caída libre; Ruder Boscovich, gran astrónomo jesuita elaborador de la primera teoría atómica con un cierto fundamento e inspirador a científicos como Volta, Faraday o Einstein; Atanasio Kircher, pionero de la microbiología al hallar la presencia de animalículos en la sangre de los infectados por peste y concluir que la enfermedad estaba causada por microorganismos; Jean Antoine Nollet, descubridor de la ósmosis y un referente en el campo de la electricidad; Giovanni Battista Venturi, descubridor del efecto Venturi, esencial en dinámica de fluidos; Andrew Gordon, el que fabricó el primer motor eléctrico; Pierre Gassendi, pionero en medición de la velocidad del sonido, René Just Haüy, fundador de la cristalografía...
»Pero me quedé con estos cinco por diversas razones. Nicolás Copérnico, con su teoría heliocéntrica, desencadenó el mayor terremoto que se ha conocido en el mundo de la ciencia, cuyos ecos llegan hasta hoy. Resulta curioso que el eco final de este terremoto también pertenezca a otro sacerdote: Georges Lemaître, el principal artífice de la teoría del Bing Bang. Mendel era también imprescindible. La genética es una de las ciencias más importantes del siglo XXI y este hombre fue un adelantado a su tiempo. La comunidad científica tardó 35 años en comprender lo que había logrado enunciando las leyes básicas de la herencia.
» Steno no se dedicó a disciplinas tan mediáticas, pero en solo diez años, sin apenas cometer un error, fundó la geología e hizo aportes muy notables en biomecánica y anatomía. Además, le podemos rezar, es un beato. Finalmente, Lazzaro Spallanzani no solo hizo aportes en el campo de la respiración y la digestión, descubrió nada menos que la inseminación artificial, lo que entronca con las leyes de Mendel. Este último científico es especialmente interesante por el excelente método experimental que tenía y que transmitía a sus alumnos, para los que era como un oráculo y con los que se escribía por carta hasta muchos años después de dejar sus clases.
Pincha aquí para leer más historias de grandes sacerdotes científicos