La implicación de la Iglesia Católica española en la educación ha sido muy relevante. Tras la recuperación de las escuelas municipales romanas llevada a cabo en época visigótica, durante la Edad Media la enseñanza pública se impartía en las escuelas palatinas, monásticas y catedralicias que, a partir del siglo XII, comenzaron a obtener el reconocimiento académico y el apoyo económico de Papas, Emperadores y Reyes, recibiendo el título de Studia Generalia.
Impartían los títulos de Magister y Doctor, nomenclatura existente hoy día y que proviene de entonces (máster y doctor). Muchos de los estudiantes eran pensionados e iban a diversos puntos de Europa.
Es aquí donde nacieron las pensiones que, p.ej.- en pleno siglo XX daría en España la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), como se reconoce en su Real Decreto fundacional. Más tarde algunos de estos Studia llegarían a obtener el rango de Universitas o universidad, rango habitualmente concedido por los Papas, que les permitía expedir títulos de validez universal.
Las primeras fueron la Universidad de Bolonia (1158), la de París (1200), la de Oxford (1214), la de Cambridge (1318)... En total, a lo largo de los siglos XIII y XIV los papas fundaron 29 universidades.
La progresiva apertura e incorporación de las ciencias al ámbito docente universitario corrió de la mano también de católicos, pertenecientes a órdenes religiosas creadas en el siglo XII. Así por ejemplo, los franciscanos nutrieron y desarrollaron la enseñanza de las ciencias en la Universidad de Oxford, mientras que los dominicos lo hicieron en la de París.
En la Universidad de Bolonia dio clase la que sería primera profesora universitaria de la historia de la humanidad, y a lo que se ve nada discriminada en el ámbito universitario católico, Laura Bassi (1711–1778), que compaginó las tareas docentes y científicas con el cuidado de sus doce hijos, de los cuales ocho fueron bautizados y cinco llegaron a la edad adulta, siendo tres de ellos canónigos y uno profesor del Instituto de las Ciencias de Bolonia.
En España son un ejemplo de la actividad fundacional de universidades por parte de la Iglesia Católica las de Palencia (1221) y Salamanca (1255), dándose la circunstancia típicamente española de que, a partir del siglo XIII, se generó un carácter altruista y caritativo, que cristalizó en los Colegios Mayores, que tenían como fin dar acceso al estudio a los pobres.
Además, la Iglesia Católica española pasó a fundar las universidades americanas, según fueron llegando a ellas como catedráticos gentes formadas en las Universidades peninsulares. En el mundo hispano los Reyes, bajo la sugerencia de la Iglesia, crearon inmediatamente universidades, incluso en Filipinas (la Universidad de Santo Tomás de Manila), a diferencia de lo que sucedió en el Brasil portugués o en la América anglosajona o francesa, donde a lo sumo se fundaron colegios universitarios.
Fueron creadas en una época en que las sociedades eran orgánicas y las universidades eran un órgano más, independientes del poder temporal, con estatutos y patrimonio propio.
Con el tiempo, el papel de la Iglesia fue usurpado por los estados nacientes, y las universidades expropiadas, continuando algunas y desapareciendo en muchos casos otras a la vez que su inmenso patrimonio. Napoleón fue un relevante personaje en este sentido. No obstante la Iglesia continuó con la promoción de la investigación y la transferencia de conocimiento mediante la actividad docente universitaria a través la fundación de las universidades católicas.
La actualidad del papel de la Iglesia Católica en España en los ámbitos educacionales fue recientemente resumido de manera brillante por el Dr. Jiménez Barriocanal en el acto de presentación de la Memoria Anual de Actividades de la Iglesia Católica en España 2015.
En relación directa con el conocimiento, su transmisión y su generación en el ámbito universitario, en 2015 en España había 15 universidades nacidas de la Iglesia -entre pontificias (Salamanca y Comillas), católicas (de Valencia, de Murcia, de Ávila y Sant Paciá), de inspiración católica (Navarra, Deusto, Francisco de Vitoria, Ramón Llull, San Jorge y CEU) y eclesiásticas (San Dámaso)- y 1 ateneo, con 86.776 alumnos en total (el 69% de los alumnos en universidades privadas).
Pero la actividad de la Iglesia Católica en pro del desarrollo universitario es también la llevada a cabo por sus laicos, poco cuantificada por cierto. En este sentido es especialmente reseñable el papel llevado a cabo en la puesta en marcha de la Universidad Complutense de Madrid.
Hace 90 años, en 1927, se cumplían los 25 años de la llegada al trono de Alfonso XIII. El rey, que ya había puesto en marcha la Junta para Ampliación de estudios e Investigaciones Científicas (JAE) o la Residencia de Estudiantes de Madrid, quiso celebrar sus 25 años en el trono con la “construcción de los edificios de una gran Universidad”, para lo cual cedió la finca de La Moncloa con destino a la construcción de una Ciudad Universitaria de Madrid, a imitación de las que tenían las más prestigiosas universidades del mundo.
El católico monarca había llevado a cabo la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en dos ocasiones. La primera en 1911, al clausurar el XXI Congreso Eucarístico, celebrado en Madrid, consagración que tuvo lugar en el mismísimo Salón del Trono del Palacio Real, después de haber trasladado al Santísimo desde los Jerónimos. La segunda el 30 de mayo de 1919, también con toda la Familia Real presente, esta vez en el Cerro de los Ángeles, tras finalizarse la construcción del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, original destruido durante la Persecución religiosa y más tarde repuesto.
Se sabe por el padre Mateo Crawley-Boevey que la masonería española rechinó los dientes por estos actos confesionales, pero Alfonso XIII realizó un tercer acto de consagración de España, esta vez al Angel Custodio, en la madrileña parroquia de San José, tras el cual se vió obligado a recibir una delegación de la masonería internacional presidida por el Gran Comendador del Gran Oriente, el Dr. Luis Simarro, al que Santiago Ramón y Cajal reprocharía tal vinculación, y ante quien Alfonso XIII se declaró católico, apostólico y romano, algo que a la postre le costaría el trono, como a muchos otros la vida.
La Ciudad Universitaria de Madrid en 1960
La coordinación de las obras de la Ciudad Universitaria se confió a una Junta Constructora que perduró hasta 1973. El 17 de mayo de 1927 se firmó el decreto que creaba dicha Junta, primer paso para el planteamiento, diseño, construcción y consolidación de uno de los proyectos arquitectónicos y urbanísticos más modernos del Madrid y de la España de la época.
En la mencionada Junta Constructora estuvieron presentes autoridades políticas, académicas y expertos arquitectos, que viajaron por Europa y por los Estados Unidos para inspirarse en el futuro diseño de campus. Aunque las primeras inauguraciones tuvieron lugar en 1933, es de destacar que en la Junta Constructora las autoridades académicas presentes fueron católicos practicantes, de tal modo que se podría decir sin exagerar que la Iglesia Católica a través de ellos y del rey fue decisiva en la puesta en marcha de la UCM.
El principal promotor de la mencionada Junta desde el ámbito académico fue Florestán Aguilar (1872-1934), catedrático de Odontología de la Facultad de Medicina y director de la Escuela de Odontología, que fue el creador de los estudios de odontología en España, además de dentista de Alfonso XIII, y de la familia real de Austria y de Baviera.
En un número extraordinario de la revista que él mismo fundara, “La Odontología”, publicado en 1935, aparecen las más claras alusiones a las creencias de Florestán Aguilar. Dejó escrito Ramón Aizpurúa, médico odontólogo (p. 214): “Era católico sincero, sin ostentaciones, y su espíritu cristiano no le abandonó en aquellos momentos… Con entereza, con serenidad perfecta, que no teníamos los que le rodeábamos, recibió los auxilios espirituales. Lo hizo con la seriedad que aportaba a todos los actos de su vida, con un fervor sencillo que solamente le pudo dar la conciencia de haber dedicado toda su vida al bien”.
El odontólogo Bernardo Martínez Gil escribió (p. 218): “Fueron administrados los Santos Sacramentos al Dr. Aguilar que los pedía con el anhelo de quien espera en Dios y desea recibir los consuelos de la Religión Católica en que vivió. Fuéronle también colocadas las medallas de su devoción y la que tanto solicitó de la Hermandad de san Cosme y san Damián a la que pertenecía”.
Precisamente en la Sesión Necrológica de la Academia Deontológica de la Hermandad de los Santos Cosme y Damián de la cual era hermano, el Dr. Zúñiga Cerrudo pronunció (pp. 260-261): “Todos sabéis que por una gracia especial que el Cielo otorga en abundancia a quien la desea, el Dr. Aguilar recibió los Santos Sacramentos ‘in articulo mortis’, para que le fuese impuesta, después de haberlo solicitado vivamente, la medalla de la Hermandad, que todavía no había recibido…Nada hay más elocuente que revelar la fe del buen católico que el modo con que prepara la marcha de este mundo… Pues así murió el Dr. Aguilar, después de una vida fecunda”.
En ABC se darían los siguientes detalles ( p. 369): “…a petición suya acudió a su domicilio D. Diego Muñoz, párroco de la Iglesia de San Ginés y director espiritual del finado, quien le administró los Santos Sacramentos. El Dr. Aguilar confesó y comulgó con gran serenidad”.
En Ahora se desvelaban otros referidos a la capilla ardiente ( p. 375): “Detrás de la cabeza un Cristo obra de Benlliure, que tuvo en vida sobre la cabecera de la cama y al que el Dr. Aguilar llamaba su compañero…Esta mañana asistirá el nuncio de su Santidad, Mons. Tedeschini, y el Obispo de Madrid, doctor Eijo, y en la capilla ardiente se dirán misas de ‘corpore insepulto’ desde las ocho de la mañana hasta las once y media, en que se verificará su traslado al cementerio de la Almudena”.
En El Debate se recogía ( p. 384): “El finado ha muerto después de recibir los auxilios espirituales, como católico ferviente que era. Sobre el pecho se le colocó, antes de morir, la medalla de la Hermandad de san Cosme y san Damián…Ha muerto santamente, rodeado de sus discípulos y abrazado a la Medalla de los Santos Patronos, recibiendo, en pleno conocimiento, con todo fervor, los Santos Sacramentos”.
Otro miembro académico de la Junta Constructora de la UCM, profundamente creyente, fue el médico Rafael Folch y Andreu (1881-1960).
En su discurso “Amemus professionem: el farmacéutico del siglo XVIII como hombre de ciencia” (1940) refiriéndose a su falta de elocuencia: “Pero Dios no se ha dignado concederme tan valioso como codiciado don, para otorgarme en cambio otro del que me siento siempre celoso, guardándole eternamente agradecido, como uno de los tesoros que más aprecio, cual es la firme voluntad y la más buena intención que instintivamente empleo en todas las obras que tengo que ejecutar…No queremos sin embargo dar comienzo a esta exposición sin antes rendir un pequeño homenaje a los tres compañeros que han dejado de colaborar con nosotros durante el último curso: uno llamado por el Todopoderoso, quien sin duda habrá querido acogerle con toda su divina clemencia…que Dios les conceda largos años de vida para que se puedan gozar de la satisfacción íntima que lleva consigo el haber cumplido bien con el deber que le tenía encomendado la Sociedad…Pero por ser cada ser humano de origen divino y por poseer el germen de la Medicina empírica…”, discurso en el que hace además profusa citación de textos bíblicos.
Al referirse a santa Hildegarda de Bingen detalla “…se consagró al Señor en el convento de Disenberg…”. De igual manera en su Historia de la Farmacia (1927) hace alusión cabal al papel de la Iglesia Católica en la promoción y generación del conocimiento a lo largo de la historia, mencionando la labor educativa de los monjes así como refiriéndose al importante papel de la Iglesia Católica en la creación de las universidades.
También formó parte de la Junta Constructora de la UCM Antonio Simonena Zabalegui (1861- 1941), médico, cuyas profundas creencias y su deseo de servir a la sociedad española le llevó a ser elegido por la Coalición Católica senador en 1907.
Después de estudiar en la escuela de Artes y Oficios pamplonesa (1874-78), cursó Medicina en la facultad de Barcelona, en la que se licenció con premio extraordinario (1885). Ejerció como médico en el manicomio de San Braulio (1885-88) y como titular en Errazu, plaza que abandonó al conseguir por oposición la de profesor en la Facultad de Medicina de Santiago (1891). De ésta pasó a la de Valladolid (1894) y a la cátedra de Medicina de la Universidad Central, que mereció por oposición (1907). Mereció amplia fama como especialista clínico y dejó inédito un tratado de enfermedades del riñón. Pamplona le dedicó una calle en el barrio de San Jorge (1967).
Finalmente nos referimos a José María Yanguas Messia (1890-1974), vizconde de Santa Clara de Avedillo, que fue un abogado que también formó parte de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de Madrid, y cuyas creencias católicas fueron compatibles con su actividad de promoción universitaria.
Estudió derecho con los Agustinos de el Escorial, o sea, que recibió religión en la escuela, lo que no le impidió participar directamente en la fundación de la más grande universidad española contemporánea en la que la Iglesia intervino a través de los laicos.
Dejó escrito: “Mas, no por eso, el ideal deja de tener valor permanente, sobrevive a los vaivenes de los tiempos. El ideal definido por nuestros teólogos del Siglo de Oro con una visión integral de la gran familia humana creada por Dios, salió de nuestras Universidades cuando España era la primera potencia del mundo, y hubiera sido muy humano en los españoles de entonces ceder a la tentación de la fuerza y del éxito. Prevaleció en su doctrina la razón, y de ahí dimana su valor universal y perenne”.
A las elecciones de 1923 concurrió en el seno del Partido Conservador. Su fidelidad a la monarquía le impidieron ejercer ningún cargo público de relevancia durante la Dictadura franquista, después de acabada la Guerra Civil. Fue Embajador de España ante la Santa Sede de 1938 a 1942.
Como diplomático participó en el asesoramiento para la resolución de diferentes conflictos de carácter internacional. Asociado del Institut de Droit International desde 1923, y nombrado en 1973 miembro de Honor de la misma. Fue uno de los expertos en Derecho Internacional españoles más influyentes y reconocidos de su época. Fue un firme defensor del regreso de la Monarquía y de la entrada de España en la Comunidad Europea, moriría antes de que ambas cosas sucedieran.
Decía Menéndez-Pelayo, refiriéndose a la valoración que los españoles hacemos de nuestros logros científicos, que "fuerte cosa es que los españoles seamos tan despreciadores de lo propio".
A lo largo del análisis que realiza al respecto en su obra La ciencia española: polémicas, indicaciones y proyectos, llega explícitamente a afirmar que "desprecian a los antiguos sabios porque fueron católicos y escribieron bajo un gobierno de unidad religiosa y monárquica". También los católicos como lo fue él deberíamos entonar un mea culpa similar.
(Alfonso V. Carrascosa es un científico del CSIC)