San Jerónimo quitándole una espina de la pata a un león que sufría por ello, y que en agradecimiento le acompañó el resto de su vida.
Alguien como San Jerónimo sería hoy llamado científico especializado en filología. El primer libro que imprimió Gutenberg, inventor de la imprenta, fue la Biblia.
La Biblia impresa por Johannes Gutenberg (13981468) en torno a 1454, de la que se conservan 48 ejemplares en el mundo, es la Vulgata, traducción al latín de San Jerónimo declarada canónica por el Concilio de Trento.
Es la tradición católica la que probablemente más haya contribuido al fomento de la traducción a lo largo de la historia, y en España ocupan lugar destacadísimo las escuelas de traductores formadas por eclesiásticos y amparadas por papas y obispos.
Sin duda la más importante y conocida de todas es la Escuela de Traductores de Toledo (en torno a 1126). Su fundación, en parte derivada de la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI y la incautación de la Biblioteca de Córdoba en manos del califa Al Hakam II, llevó a un conjunto de personalidades relevantes en el campo de lo que hoy llamaríamos filología clásica a dedicarse en cuerpo y alma a las traducciones del griego, greco-árabe, árabe y hebreo al latín o al romance (español), sobre medicina, álgebra, astronomía, etc. Esto ocurría en el emblemático Toledo de las tres culturas, que se dio cuando el gobernante era católico.
Alfonso X el Sabio (12211284) continuaría un siglo después la Escuela de Traductores de Toledo.
Así, tenemos a grupos de especialistas formados por ejemplo por Raimundo de Sauvetat (Gascuña, en fecha desconocida - Toledo, 1152), a quien se considera fundador de la escuela, monje cluniaciense (reforma benedictina), que fue en 1126 nombrado arzobispo de Toledo y en el periodo 11301140 montó un equipo de traductores de su cabildo (clérigos). Más tarde, en 1141, Pedro El Venerable, abad Cluny, impulsó dicho grupo, y entre 1152 y 1166 el arzobispo Juan continuó la obra.
También Domingo González (Gundisalvo), arcediano de Cuéllar (Segovia) y Juan Hispano traducirían del árabe al romance castellano y latín el Algoritmi de numero Indorum de Al Hawarizmi (musulmán) , la Física de Aristóteles (pagano) o De Caelo et Mundo y De Scientiis de Al Farabi (musulmán). No quemaron libros escritos por musulmanes o paganos, los tradujeron para que no se perdieran.
El Planisferio de Ptolomeo.
Lo mismo hicieron Marcos de Toledo (canónigo de la catedral) y Guillermo de Stadford (arcediano de Toledo), o Gerardo de Cremona (Cremona, ca. 1114 - Toledo, 1187) con el famoso Almagesto de Ptolomeo de Alejandría (astronomía): tradujeron 87 obras de Ptolomeo, Arquímedes, Aristóteles, Hipócrates, Galeno…todos paganos politeístas, o Roberto Retines y Hernan el Dálmata con el Planisferio de Ptolomeo, o el Álgebra de Al Harawizmi…
Pero Toledo no fue el único lugar en España que se hizo lo mismo: no quemar libros de paganos, sino traducirlos para que no se perdiera el conocimiento.
Está también la Escuela de Traductores de Ripoll (siglos X-XI), en la que el eminentísimo Abat Oliba (9711046), benedictino, tradujo de 66 a 246 manuscritos, la primera traducción del Libro del Astrolabio y varios libros de matemáticas, astronomía…
Fachada del Monasterio de Santa María de Ripoll (Gerona), donde estuvo asentada la escuela de traductores. Foto: Universidad Carlos III de Madrid.
Por último, la Escuela de Traductores de Tarazona (siglo XII), en la que Hernán el Dálmata (o de Carintia), dedicado a las ciencias, transcribió al latín los comentarios de Maslama de Córdoba sobre el Planisferio (Ptolomeo) o el Corán (1141), además de opúsculos con fines de evangelización entre los musulmanes aún no convertidos.
Palacio Episcopal de Tarazona (Zaragoza), donde estuvo la Escuela de Traductores. Foto: Fuenterebollo.
En ella también trabajó Hugo de Santalla (o Sanctallensis) que tradujo del árabe al latín entre otras obras el Centiloquium (Ptolomeo), los comentarios de Al Biruni (1048) sobre las Tablas de Al-Hawarizmi, los Liber ymbrium y De nativitatibus de Masallah, la Geomancia (o tratado de adivinación) de autor anónimo, o la Tabula Smaragdina (citada por San Alberto Magno en su obra De rebus metalicis et mineralibus).