“Durante 32 años de sacerdocio, he estado predicando la resurrección de Cristo y esto es una señal para mí de que estoy haciendo algo que es verdadero”, afirma este sacerdote, que asegura que no quiere ser el centro de atención pero que “si se me ha concedido este favor tengo que dejar que sea conocido y permitir a la Iglesia que lo juzgue”.
Todo comenzó en mayo del pasado año cuando el párroco de San Pablo en Whiteinch fue diagnosticado con cáncer. Como el mismo relata en Catholic Herald, “me senté en el Hospital Real de Glasgow y el médico me dijo que tenía cáncer: en fase 4, agresivo e incurable. Cuando las personas dijeron que iban a rezar por mí, les dije que lo hicieran a través de la intercesión de la Venerable Margaret Sinclair. Ella necesita un milagro, les dije. Yo sabía que la Congregación para las Causas de los Santos había visto el caso de Margaret, una pobre monja de Edimburgo, y la concesión de un milagro sigue siendo necesario para que sea declarada beata”.
En septiembre, monseñor Smith completó el ciclo de quimioterapia pero dos semanas más tarde apareció un gran bulto que era necesario extirpar quirúrgicamente. Un mes después era intervenido y todo había sido un éxito, por primera vez en meses no sentía dolor y le dijeron que podía ir preparándose para volver a casa en tres días.
“Todo parecía de color de rosa hasta esa noche. Me desperté de madrugada con un dolor insoportable en el pecho y en el hombro. Me hicieron una exploración por la mañana y me dijeron que tenía un coágulo de sangre en el pulmón. Esas fueron las buenas noticias”, recuerda este sacerdote.
Monseñor Peter Smith tiene claro que se curó por intercesión de Margaret Sinclair
Sin embargo, “la mala noticia –prosigue- es que el escáner de mi pecho mostraba una infección extremadamente peligrosa y extensa en los tejidos del cuerpo que iban desde la cadera a mi pecho e incluso a mis omoplatos. Parecía que me había infectado de alguna manera con los que llaman ‘bicho come-carne’”.
Normalmente, la mortalidad asciende al 30% de los casos y para salvar la vida había que eliminar quirúrgicamente el tejido infectado antes de que fuera tarde. Pero “yo tenía tanto infectado que la operación era insostenible y por lo tanto no se podía intentar ninguna operación porque me mataría”.
Los médicos le dieron una esperanza de vida de 24/48 horas. El domingo estaba a punto de volver a casa y un día más tarde estaba a punto de morir.
De esos días apenas recuerda nada porque estaba sedado. Sólo se despertó para recibir la comunión y recibir la extremaunción.
“En la tenue luz de una de las noches –recuerda este sacerdote- el padre Joe McAuley llegó a mi lado de la cama con una reliquia de la venerable Margaret. Rezaba las oraciones de los textos oficiales para su beatificación y me dio una bendición con la reliquia”.
Y en ese momento, “me empecé a sentir mejor”. Monseñor Peter Smith comenzó a mejorar inexplicablemente y ya pasado el plazo no había muerto, tal y como le habían asegurado los doctores. Tanto ellos como las enfermeras no daban crédito a lo que veían.
“Usted es un enigma”, le dijo el médico. Siete semanas después, el religioso escocés salía del hospital, al que había entrado, cabe recordar, por un cáncer agresivo e incurable, pese a lo que casi le quita la vida fue una bacteria.
Al reunirse con el cirujano que le atendió y que estaba sorprendido por esta evaluación. “¿Sabe usted lo que pasó?, pregunté. La respuesta fue simple: ‘No’”. Y le reiteró que alguien con el grado de contagio que tenía él tiene una esperanza de vida no superior a las 48 horas.
Margaret Sinclair falleció a los 25 años debido a una tuberculosis pero su santidad se extendió rápidamente
“Señalé que había gente rezando por mí, pidiendo que Margaret Sinclair intercediera en mi nombre. Mencioné la palabra ‘milagro’ y no lo rechazó. El cirujano me dijo que había escuchado un programa de radio sobre el Vaticano y los milagros. Dijo que estos exámenes le parecían muy completos y rigurosos. Pero a la luz de eso todavía diría que mi recuperación no tenía "explicación médica". Eso, por supuesto, es la esencia misma de un milagro”, relata en la publicación católica británica.
Aún así, Peter Smith asegura que “debe quedar claro aquí que mi cáncer todavía está conmigo. Todavía es incurable en términos médicos. Pero yo estaba enfermo con algo diferente del cáncer y era una fasciitis necrotizante. Sin embargo, la infección no se comió mi carne. Se fue y me recuperé. Para el médico, eso desafía cualquier explicación. Para mí, Margaret Sinclair por alguna razón que no puedo entender, ha tenido éxito en pedir a Dios que me cure”.
Lo más extraordinario de esta venerable monja es precisamente su vida ordinaria, tan parecida a la de millones de personas y donde encontró a Dios. Ella disfrutaba de la vida y todo lo que ofrecía. Le gustaba la ropa, bailar, salir con los amigos e incluso llegó a estar comprometida. Pero también descubrió el lado más duro trabajando en una fábrica y siendo desempleada y pobre. Ella, sin embargo, aún sin tener recursos ayudó a los que no tenían nada siendo una monja que fue declarada venerable por el Papa Pablo VI en 1978.
Margaret nació en Edimburgo en 1900. Su madre enfermó cuando estaba en la escuela por lo que dejó de ir a clase para cuidar de ella mientras realizaba varios trabajos para ayudar a mantener a su familia. Cuando su padre y su hermano fueron llamados a filas para la I Guerra Mundial comenzó a trabajar en una fábrica.
Un día en la basura encontró una imagen de la Virgen y la colgó en su lugar de trabajo. Cada día su jefe tiraba la estampa pero ella la volvía a colocar en su sitio.
Tras la guerra, Margaret quedó en paro y acabó trabajando en una fábrica de galletas. Pese a las dificultades y la dureza de su vida, ella era feliz y le gustaba diseñar ropa. Además, acudía a misa cada vez que podía. Su hermana le preguntó un día si eran dignas para poder comulgar y ella le respondió: “no vamos porque seamos buenas sino porque queremos ser buenas”.
Poco después conoció a un soldado que volvió de la guerra y que había perdido la fe. Gracias a Margaret la recuperó e incluso se comprometieron pero se dio cuenta que Dios la llamaba a ser monja y finalmente ingresó en el convento de las clarisas en Notting Hill, en Londres. En su comunidad ella era la responsable de pedir donaciones y ayudar a los pobres de la ciudad hasta que a la edad de 25 años enfermó de tuberculosis y meses después murió.
En 1982, San Juan Pablo II dijo que “Margaret bien podría ser descrita como uno de los más pequeños de Dios, que a través de su propia sencillez, fue tocada por Dios con la fuerza de la verdadera santidad de la vida, ya fuera como una niña, una joven, una aprendiz, una trabajadora de una fábrica, un miembro de un sindicato o una hermana profesa”.
El nombre de Margaret Sinclair se extendió rápidamente entre los católicos de Escocia pero también por el resto de Gran Bretaña, América del Norte y algunos países europeos. La gente pedía su intercesión porque se sentía muy identificada con ella. Era una persona que compartía sus luchas, sus problemas, sus sufrimientos. Y son muchas personas las que aseguran haber recibido gracias a través de su intercesión.