Hartmann tiene su propia estadística sobre el tema.
“He trabajado con 73 medallistas olímpicos y batidores de récords. En los últimos 6 Juegos Olímpicos y 14 campeonatos mundiales y europeos de atletismo he estado con ellos en la sala de espera. Es un lugar silencioso, pero lleno de energía concentrada. Allí atiendo las necesidades finales de los atletas, observo cada movimiento. Sean europeos o americanos, africanos o asiáticos, la mayoría de los atletas dedican esos momentos finales antes de la salida a la oración, pidiendo una actuación perfecta”.
Hartmann es católico e irlandés y tiene su clínica de fisioterapia deportiva de élite en Limerick, Irlanda, pero detalla que su experiencia abarca a atletas de élite de EEUU, Inglaterra, Kenya, Etiopía, Uganda, Sudáfrica, Tanzania, Argelia, Marruecos, Sudán, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Rusia, Ucrania, Canadá, México, Jamaica, Portugal y España.
En sus primeros Juegos Olímpicos como fisioterapeuta, en Barcelona 92, atendiendo a una docena de medallistas, ya observó este fenómeno.
Hartmann constata que la fe es especialmente protectora para la vida familiar, vocacional y emocional de los atletas lesionados. Esa fue su experiencia y la de los atletas que ha conocido.
Él ganó en los años 80 varios campeonatos nacionales de triatlón, quedó tercero en el campeonato internacional de triatlón de Japón y sexto en el campeonato de Europa.
Pero en 1991, a los 31 años, un accidente le lesionó y le obligó a dejar la competición. Se centró en ayudar a otros con la fisioterapia deportiva.
Gerard Hartmann con Kelly Holmes, medalla de bronce en Sídney en los 800 metros y de oro en Atenas en los 800 y los 1.500 metros, con el apoyo de su fisioterapeuta
“Los individuos con fe, con conexión espiritual, se nutren de esa fe para sanar y superar la adversidad. He observado que aquellos sin fe tienden a bloquearse cuando se enfrentan a heridas y frustraciones en la vida”, explica este terapeuta veterano.
“Algunas heridas las cura el tiempo, otras necesitan mucho trabajo y compromiso. Como fisioterapeuta, el reto es siempre aprovechar el tiempo de recuperación, ayudar a los atletas a afrontar esta crisis, educarles y darles esperanza, facilitar el proceso sanador en mente, cuerpo y espíritu”, explicó en febrero en un encuentro en Limerick sobre espiritualidad y comunidad en el mundo del deporte.
Hartmann está convencido, por su experiencia y por “numerosos estudios científicos” que hay un valor terapéutico en la oración.
También él se nutría de la oración en su vida deportiva. “Cuando yo competía en triatlón mi fe formaba parte de mis éxitos. Siempre tenía una reliquia del Padre Pío bajo el sillín de la bicicleta, y mi familia le tenía gran devoción. Solía coser un escapulario por devoción a la Virgen María en mi uniforme deportivo”, recuerda. “Rezaba el rosario mientras competía y sacaba fuerzas de la fe para mejorar”.
También cree que a nivel social la práctica deportiva y la religiosidad, si van juntos, benefician a la ciudadanía. “Donde hay comunidades fuertes ves que tanto el deporte como la fe son importantes. Juntos son un motor para muchas parroquias y comunidades”, afirma.
Hartmann es también el autor del libro Born to perform, sobre superación en la vida y el deporte. Por supuesto, como deportista alaba el compromiso y el esfuerzo, pero también avisa: una obsesión con la competición puede ir en detrimento de la familia, las relaciones y la salud mental y física. Por eso, una visión espiritual de las cosas, poniéndose en manos de Dios y de su voluntad, son para él un seguro que equilibra estos riesgos.