El premio Nobel de química de 1996, el inglés Harold Kroto, habló recientemente en una entrevista en El País sobre su visión de la ciencia.
Kroto se ha definido en otras ocasiones como un ateo ferviente y en 2010 firmó una carta con otros 54 activistas en contra de la visita de Benedicto XVI al Reino Unido.
Harold Kroto, premio Nobel de Física y ateo más bien beligerante
El entrevistador de El País le plantea dos temas ligados a la religión:
- Hace unos años usted firmó una carta de condena del Papa Benedicto XVI. ¿Qué piensa del nuevo Papa?
- Bueno, ha hecho cosas buenas. El anterior era antagonista de lo secular. Por ejemplo, no reconocía que el 50% de la gente en Reino Unido declara no tener religión. No podía simplemente ignorarlos. Por eso gente como yo, que solo aceptamos la validez de la verdad, de la evidencia, reconocemos que lo que la gente inventa, las religiones, pueden ser peligrosas. Como podemos ver en Oriente Medio. El papa actual es mucho mejor que el anterior pero, aún así, se puede hacer mucho con el humanismo. El humanismo reúne todo lo bueno que hay en la religión y nada de lo malo.
- ¿Hay algún lugar para Dios en la ciencia?
- Yo creo que no. Nueve de cada diez científicos de élite son escépticos, solo aceptan evidencias, pruebas. Depende de a qué llames Dios. Si dices que es la naturaleza entonces sí, pero si quieres que sea el concepto de la iglesia, no hay ninguna prueba. La ciencia se basa en probar si las cosas funcionan y, si lo hacen, entonces tu móvil funciona. Si fuese tan efectivo como rezar, no lo comprarías. Las ecuaciones de Maxwell están probadas y funcionan cada vez que enciendes tu teléfono, cada vez.
La afirmación de Harold Kroto de que "9 de cada 10 científicos de élite son escépticos" es, como poco, problemática. Habría que definir quién es científico (¿sólo los físicos y químicos, o también médicos, geógrafos o matemáticos?), quién es de élite y qué significa ser "escéptico" (¿ateo, agnóstico, deísta filosófico, cristiano no fideísta?).
Probablemente Kroto se está refiriendo al estudio de 1997 y 1998 de Larson y Whitham con biólogos, físicos y matemáticos en un país concreto, Estados Unidos, que distinguía entre los científicos "normales" (los de American Men and Women of Science) y los de la mucho más "elitista" National Academy of Sciences (NAS). (Bajo estas líneas, en la Tabla 1 y 2, los resultados de esta investigación de los años 90).
Según ese estudio, tanto en 1914 como en 1996, un 40% de biólogos, físicos y matemáticos en EEUU declaraban creer en un Dios personal, mientras que en 1998 apenas un 7% de los científicos "de la asociación de élite" (los de la NAS) decían creer en un Dios personal (el concepto "Dios personal" tiene sus matices: cualquier teólogo entiende que se refiere a que Dios tiene una Mente, una Voluntad, designios y personalidad, no es una fuerza ciega e impersonal, pero mucha gente -quizá también algunos físicos y matemáticos consultados- pueden confundirse y pensar que se refiere a que Dios es una persona humana, con brazos, piernas, larga barba, etc...).
Han pasado dos décadas desde la investigación en EEUU de Larson y Whitman y a finales de 2015 se ha difundido una investigación que consultaba a científicos en 8 países y que trabaja con las respuestas de 9.400 científicos y entrevistas en profundidad a 609. Es el estudio RPLP de la Rice University (una universidad privada en Houston, texas), que se puede consultar aquí en PDF en inglés.
En esta tabla: porcentaje de científicos que creen que Dios no existe comparado con la población en general de su país
El estudio ofrece datos más actualizados (aunque sin hablar de supuestas "élites"). En Taiwan y Hong Kong, los científicos son más religiosos que la media de la población. En otros países no es así, pero una de las conclusiones del estudio es que "la idea de que la ciencia y la religión están en conflicto es básicamente una noción occidental".
Esta otra tabla muestra el porcentaje de científicos que acuden a servicios religiosos al menos una vez al mes, comparado con la práctica religiosa de la población de su país
Un libro que ha tratado el tema en 2015 centrándose precisamente en la "élite" es Dios en el laboratorio (Ediciones De Buena Tinta), de Jacinto Peraire Ferrer. El subtítulo explica exactamente qué es lo que cubre: "53 científicos Nobel que armonizaron fe y razón".
En concreto, se trata de 53 científicos que son cristianos de distintas confesiones, o judíos, o musulmanes, o creen en una Mente ordenadora detrás del universo. Para ser exactos, 4 de ellos no obtuvieron el Nobel pero sin duda ameritan para ello (el padre Lemaitre, el venezolano Jacinto Convit, el genetista Jerome Lejeune y el genetista aún vivo Francis Collins).
Entre los seleccionados hay un par de casos discutibles: Einstein creía hasta cierto punto en una Mente ordenadora y negaba con firmeza ser ateo, pero parece que nunca superó un panteísmo muy vago. El japonés Yamanaka, Nobel de Medicina en 2012 por su trabajo con células madre, abre caminos para una medicina ética que no destruye embriones, pero no se aportan datos concretos de su creencia religiosa.
Hay algunos científicos de la lista que han sido fervorosos y practicantes casi toda su vida. Otros han vuelto a la práctica religiosa y a la reflexión sobre la fe en sus últimos años. Para muchos, el deseo por conocer y el asombro al descubrir las maravillas de la naturaleza les han acercado a Dios, al Misterio de lo Trascendente. Para la mayoría, la pregunta sobre Dios es filosófica y las ciencias experimentales no son competentes para abordarla.
"Un científico puede creer en Dios porque tal convicción no es una cuestión científica", explica el norteamericano William Philips, premio Nobel de física en 1997 por su trabajo con láseres. "Una afirmación científica debe ser falsable, es decir, debe haber algunos resultados que, al menos en principio, podrían demostrar que la afirmación es falsa".
"Soy un científico serio que cree seriamente en Dios, como Creador y amigo. Hay tantos colegas míos que son cristianos que no podría cruzar el salón parroquial de mi iglesia sin toparme con una docena de físicos", añadía.
El Nobel de Física de 1997, William Phillips, se define como "científico serio que cree seriamente en Dios"
Joseph Taylor, astrofísico canadiense que ganó el Nobel de Física en 1993 por descubrir el primer púlsar binario, es cristiano cuáquero, y afirma: "No hay conflicto entre la ciencia y la religión. Nuestro conocimiento de Dios se hace más grande con cada descubrimiento que hacemos sobre el mundo".
Carlos Rubbia, católico italiano que ganó el Nobel de Física en 1984 por los trabajos que llevaron a descubrir el bosón W y Z, explicaba en el diario El País al año siguiente: "No puedo creer que todos estos fenómenos que se unen como perfectos engranajes puedan ser resultado de una fluctuación estadística o una combinación del azar. Hay, evidentemente, algo o alguien haciendo las cosas como son. Vemos los efectos de esa presencia, pero no la presencia misma. Es éste el punto en que la ciencia se acerca más a lo que yo llamo religión”.
Otra personalidad interesante en Dios en el laboratorio es el norteamericano Richard Smalley, premio Nobel de Química en 1996 por su descubrimiento de los fulerenos, y a quien el Senado de EEUU, a su muerte en 2005, consideró “el padre de la nanotecnología”. En sus últimos años Smalley volvió a la práctica cristiana influenciado por la lectura del astrofísico Hugh Ross y el bioquímico Fazale Rana.
Smalley escribió: “El propósito de este Universo es algo que sólo Dios sabe con certeza, pero es cada vez más claro para la ciencia moderna que el Universo fue exquisitamente afinado para permitir la vida humana. Nosotros estamos involucrados de alguna manera crítica en su propósito. Nuestra tarea es percibir lo mejor que podamos ese propósito, amarnos unos a otros y ayudarle a realizarlo”.
Dios en el laboratorio es una recopilación contundente de científicos de “élite” que argumentan por la vía práctica (la evidencia de sus vidas) la compatibilidad entre una cosmovisión deísta y una mente crítica que practica el método científico. Se trata sin embargo de un librito pequeño, de 160 páginas, que al tratar de 53 personalidades apenas puede limitarse a esbozar sus características principales.
El cosmonauta soviético Yuri Gagarin murió en 1968,
no antes de bautizar a su hija cuando nadie lo hacía
Añade además declaraciones de astronautas maravillados por su viaje a las estrellas que se vieron reforzados en su sentido de Dios (enumera entre ellos a Josu Feijoo, Buz Aldrin, Frank Borman, Jim Lovell, Bill Anders, Alan Shepard, James Irwin y John Geen).
Lo hace contrastándolos con la supuesta cita del astronauta ruso Yuri Gagarin desde el espacio (“No veo a ningún Dios aquí arriba”). Sin embargo, hoy sabemos que Gagarin no era ateo, sino creyente, hijo de una fervorosa cristiana ortodoxa, y bautizó a su hija Yelena poco antes de morir en 1968, en una época en que casi nadie -y menos un militar- bautizaba a los bebés. Las famosas palabras (“No veo a ningún Dios aquí arriba”) no aparecen en el registro verbatim de sus conversaciones con la base en tierra.
En una entrevista en 2006 un amigo de Gagarin, el coronel Valentín Petrov, aseguró que el cosmonauta nunca dijo esas palabras y que la cita se originó en un discurso del Secretario General del Partido Comunista, Nikita Jruschev. Petrov habló con detalle de sus conversaciones de 1964 sobre religión con Gagarin, y ReligionEnLibertad lo tradujo del ruso aquí.
En el vídeo, un capítulo de la serie de dibujos 3MC sobre la complementariedad entre fe y ciencia