"Mirando por el microscopio, ví una letal célula de leucemia y decidí que el paciente cuya sangre estaba examinando tenía que estar muerto": era el año 1986 y, aunque ella en ese momento no lo sabía, ése iba a ser su primer contacto con las canonizaciones de la Iglesia. De hecho, la muestra de médula que estaba observando pertenecía a una joven de treinta años aún viva, en quien se estaba estudiando un milagro con vistas a la canonización del primer santo canadiense, Marie Marguerite d´Youville (17011771), fundadora de las hermanas de la Caridad, beatificada por Juan XXIII en 1959 y efectivamente elevada a los altares por Juan Pablo II en 1990.
Lo curioso es que la Iglesia parecía inclinada a descartar el caso como milagroso, porque había una posibilidad de que la primera remisión de la enfermedad de la mujer pudiese atribuirse a la quimioterapia. Sin embargo, "los expertos en Roma aceptaron reconsiderar su decisión si un testigo ´a ciegas´ reexaminaba las muestras de nuevo y encontraba justo lo que yo acababa de encontrar", cuenta Jacalyn.
Ella mandó su informe sin saber para qué: "Nunca había oído hablar del proceso de canonización y no podía saber que la decisión requeriría tanta deliberación científica". Bastante tiempo después, la doctora Duffin fue invitada a testificar ante el tribunal eclesiástico, y como su estudio primero y sus palabras después fueron decisivas para impulsar la causa, también fue invitada a la ceremonia en la Plaza de San Pedro. "Al principio dudé para no ofender a las religiosas, porque yo soy atea y mi marido es judío. Pero estaban encantadas de incluirnos en la ceremonia, y tampoco podíamos renunciar al privilegio de ser testigos del reconocimiento al primer santo de nuestro país".
Le obsequiaron con un ejemplar de la Positio, el documento-de-documentos de todo proceso de canonización, que incluía todo el caso del milagro, incluidos sus trabajos y observaciones. "De pronto comprendí entusiasmada que mi trabajo médico estaba en los archivos vaticanos, e instantáneamente la historiadora que hay en mí se preguntó por otros milagros utilizados para canonizaciones pasadas", recuerda.
Así fue como empezó a sistematizar el estudio de esos procesos, hasta analizar 1400 milagros utilizados para la canonización de cientos de santos en los últimos cuatro siglos, lo que plasmó en un primer libro, Medical Miracles [Milagros médicos], al que siguió un segundo más específico sobre dos santos mártires del siglo IV cuya devoción está creciendo notablemente en Estados Unidos y Canadá en los últimos años: Medical Saints. Cosmas and Damian in a Postmodern World [Santos médicos: San Cosme y San Damían en un mundo postmoderno], publicado en 2013 por la Universidad de Oxford.
"Aunque sigo siendo atea, creo en los milagros", explica la doctora Duffin. ¿Por qué? Lo explica en otro artículo publicado en 2011 en The Free Library, donde repasa sucintamente los milagros atribuidos a santos canadienses posteriores a la pionera Santa María Margarita de Youville.
"Los ateos honestos tienen que admitir que suceden hecho científicamente inexplicables", dice: "La hostilidad de dichos periodistas [se refiere a las acusaciones de "anticientífica" de la creencia en los milagros, con ocasión de una beatificación] procede de su propio sistema de creencias: no existe Dios, luego no puede haber nada sobrenatural. Pero si los afectados atribuyen esos hechos a Dios por mediación de los santos, ¿por qué tendría que prevalecer otro sistema de creencias sobre el de los afectados? Esa presuntuosidad revela el abismo, socialmente admitido, entre creer en la ciencia y maravillarse ante lo inexplicado".
Y añade: "Los milagros ocurren, y con mayor frecuencia de lo que pensamos". Precisamente, y más allá de sus convicciones personales, el testimonio de Jacalyn Duffin es un tributo al rigor de la Iglesia al examinarlos. El estudio que ella realiza desvela, por ejemplo, la evolución de las causas médicas aducidas en las curaciones milagrosas, y la importancia porcentual de las curaciones en el conjunto de los milagros considerados (95% hasta el año 1800, 99% a partir de entonces).
He aquí su interesante reflexión: "Las enfermedades que acaban en curación milagros cambian con el tiempo, desde las infecciones en la era pre-antibiotica a los problemas neuronales en la era pre-escáner y pre-neurocirugía, al cáncer en tiempos más recientes. En todo momento, son las enfermedades que más desafían la ciencia médica. Estos casos muestran también que los médicos están muy implicados en la determinación del Vaticano sobre lo milagroso: no identificar milagros, sino declarar el pronóstico sin esperanza y la sorpresa de la curación y refutar toda posible explicación científica. Como testigos imparciales y a menudo no católicos, los médicos son parte esencial del proceso. De hecho, la posibilidad de tener un testimonio corroborativo imparcial puede ser una explicación de por qué la mayor parte de estos milagros son curaciones de enfermedades físicas. Los teólogos pueden sugerir otras razones de por qué las curaciones son para muchos un signo de trascendencia. El Vaticano parece encontrarse más cómodo con la ciencia médica que la medicina con la religión".