De Laura Bassi (1711-1778) habló con entusiasmo y admiración incluso Voltaire. El olvido del que es víctima se debe a que la Revolución quiso borrar de la Historia la Italia erudita, católica y amante de las ciencias. Y que sabía valorar a las mujeres mucho más que aquella Francia de la que venían las ideas de la Ilustración.
Alessandra Nucci explica en La Nuova Bussola Quotidiana quién fue esta mujer asombrosa:
Laura Bassi, una italiana católica que hay que descubrir
Hasta ahora, en la literatura mundial tan centrada en la búsqueda de personajes femeninos a los que resaltar, lo asombroso sobre Laura Bassi (1711-1778) era su ausencia.
En Bolonia, su ciudad, el nombre de Laura Bassi es conocido porque hay una calle a su nombre y, desde finales del siglo XIX, una escuela magistral convertida hoy en instituto de enseñanza. Pero quién era esta mujer, pocos se lo preguntan. Solo algunos especialistas lo saben realmente.
El olvido sobre su persona es tal, que no está claro dónde se encuentra el famoso gabinete en el que, junto a su marido, acogía a los estudiantes y a las muchas personalidades del mundo científico europeo que venían a Bolonia a homenajearla. (El reciente documental de Rai Storia dice que estaba en Via Barberia, pero ni siquiera en esa calle -en una ciudad que se preocupa muchísimo de la memoria histórica con carteles detallados en varios edificios- existe una lápida que la recuerde).
Sin embargo, desde hace unos años, Italia se está moviendo para recuperar su importancia en la historia cultural y científica mundial, a partir de la decisión del Ministerio de Enseñanza, Universidades e Investigación (MIUR), en tiempos del ministro Marco Bussetti (2018-2019), de poner su nombre a un barco para la investigación oceanográfica, hasta llegar al mencionado programa emitido estos días: Una cátedra para Laura Bassi.
A pesar de todo, permanece la curiosidad de saber por qué, en la galería de mujeres citadas en las publicaciones feministas a nivel internacional, que a menudo rascan el fondo del barril buscando mujeres a las que homenajear, se incluya poquísimas mujeres italianas, y casi nunca a Laura Bassi, que además era una figura de mujer excepcional.
Cuando en todo el mundo las mujeres, en general, tenían poca voz en campos que no fueran el del hogar, Laura Bassi obtuvo, con 21 años, una cátedra para enseñar, recibiendo un sueldo a cambio, en la Universidad de Bolonia; con 34 años entró a formar parte de la Academia de las Ciencias boloñesa y, en 1778, se le asigno la Cátedra de Física experimental, con su marido, Giuseppe Veratti, como asistente.
Bassi era conocida también en el extranjero, mantenía correspondencia con personajes del mundo de la ciencia fuera de Italia y, cuando estos viajaban a Italia, visitaban a la científica de Bolonia. Excepcional el cumplido que le dirigió a ella, católica, Voltaire, el anti-eclesiástico más virulento: escribió que a la Royal Society británica prefería la Academia boloñesa puesto que "no hay una Bassi en Londres, y yo sería mucho más feliz de formar parte de su Academia en Bolonia, que en la de los ingleses, si bien ellos tuvieron a un Newton".
El porqué un personaje como este haya caído en el olvido y se haya quedado allí, incluso en los años de oro del feminismo, se hace evidente con solo dar un paso atrás y considerar el contexto histórico, en el que destaca otro boloñés extraordinario: Luigi Ferdinando Marsili.
Fundador de la Academia de las Ciencias en el año en el que nació Bassi (1711), Marsili era, en palabras de Paolo Rumiz, a la vez "Indiana Jones y James Bond, Erwin Rommel y Guglielmo Marconi; explorador y agente secreto, estratega y científico..."; una persona que media Europa consideraba paisano suyo, pero que como italiano está más bien olvidado, también él en su Bolonia, también él como Laura Bassi.
Entonces la explicación tiene que estar en los acontecimientos de la época.
La burguesa Laura Bassi y el aristócrata conde Marsili abren una ventana sobre la Ilustración italiana, muestran una Italia erudita, la Italia de las academias científicas y literarias dispersas por los distintos estado soberanos de la península.
Y las academias italianas, ¡escuchen todos bien!, no excluían a las mujeres, a diferencia de lo que pasaba en Francia, la patria de los "ilustrados" ateos, donde las mujeres eran más bien las reinas de los salones.
Factor clave de la valoración de Laura Bassi fue la Iglesia católica y, más concretamente, el cardenal Prospero Lambertini, futuro papa Benedicto XIV (1740-1758), demostración clara de que se podía ser católico y, al mismo tiempo, estar a la vanguardia de los tiempos, y no solo con respecto a las mujeres.
Pero antes de que acabara ese siglo llegaron los revolucionarios franceses... a liberar a los estados italianos de su oscurantismo. Napoleón Bonaparte no se limitó a invadir la península, sino que quiso también plantar en las plazas de las ciudades "el Árbol de la Libertad", recompensando a sus soldados con saqueos y violaciones y confiscando los conventos... todo esto mientras nos decía que éramos unos retrógrados.
En Bolonia, segunda ciudad del Estado Pontificio, en la que las más grandes órdenes religiosas tienen una basílica fundamental, la represión también tomó la forma del juramento obligatorio de fidelidad al emperador, que tenía al papa prisionero. Luigi Galvani, alumno de Laura Bassi, científico de renombre, de cuyo apellido deriva un verbo adoptado en varias lenguas (galvanizar, galvanizzare, to galvanize, galvanisieren, galvaniser...) perdió su puesto en la universidad porque se negó a pronunciar ese juramento y acabó su vida en una pobreza extrema.
Luigi Galvani (1737-1798), miembro de la Orden Tercera Franciscana, da nombre a la técnica química de la galvanización de metales.
Una revolución dramática de la cual los libros de historia nunca han dejado constancia por el vuelco enorme que representó para la sociedad italiana, profundamente católica, que se tuvo que redefinir a ojos de todo el mundo, y también a sus propios ojos y sus libros de texto. Porque si se había tratado de liberación, significaba que de lo que había sido expulsado no se podía hablar, a no ser que se hiciera como si de una sociedad marchita, en disolución, se tratara. Era necesario presentar a Italia como tierra de injusticias e ignorancia, de sufrimientos y pobreza. Un cambio de la verdad que implicó la participación de muchos, y a muchos niveles, cuestión sobre la que nunca se ha querido permitir que volviese a brillar la luz.
Así, Italia nunca se ha llegado a liberar de verdad de ese relato nefasto.
Es imposible no destacar que, mientras en el siglo XVIII, la Academia de las Ciencias italiana admitía entre sus miembros a una mujer -y, sobre todo, por insistencia de la persona que tendría que ser el retrógrado jefe en persona, el Papa-, en Inglaterra, la Royal Society continuó rechazando la admisión de las mujeres hasta 1945; y en Francia, la Academia de las Ciencias tardó hasta 1979 (rechazado incluso la candidatura de Marie Curie, futuro Premio Nobel, en 1910).
Tampoco queda rastro en los libros de historia de los difusos y victoriosos brotes antijacobinos que terminaron con la expulsión de los franceses en 1799; solo se limitan, en general, a observar que Napoleón tuvo que hacer una "segunda campaña en Italia".
Sin embargo, Laura Bassi Veratti demuestra con su vida que el país que se dijo que era oscurantista era, en realidad, el más avanzado en el reconocimiento de la igualdad de dignidad de las mujeres, un aspecto que la cultura moderna pone en el centro de sus valoraciones.
Paolo Mieli, en su breve introducción en Rai Storia, la define "simpática, con hijos, no era una empollona", como marcando la diferencia con las demás mujeres intelectuales encontradas a lo largo de la historia, como la matemática milanesa Maria Gaetana Agnesi, que quería entrar en un convento, o la veneciana Elena Cornaro Piscopio, que fue oblata benedictina.
Pero Laura Bassi, de apellido de casada Veratti, reflejaba también en esto la cultura italiana: tenía una fe ferviente, era amiga de las Clarisas de Santa Catalina de Bolonia y está enterrada en el centro de la nave de la iglesia del Corpus Domini, delante de la tumba de Luigi Galvani.
Traducido por Elena Faccia Serrano.