¿Guardaba Caifás clavos usados en una crucifixión, quizá los de Cristo, en su propia tumba? ¿Y tienen los arqueólogos esos clavos?
Ese es el motivo de un debate arqueológico en Israel (que recoge, por ejemplo, el diario Haaretz) a partir de dos clavos analizados por el geólogo Aryeh Shimron. Si se hubieran usado en una crucifixión (incluso si no fuera la de Cristo), sería un hallazgo notable, porque en todo el mundo sólo se conoce otro clavo de crucifixión.
Que los romanos crucificaban gente, y mucha, no sólo lo sabemos por el Evangelio, sino por multitud de textos de escritores e historiadores romanos. Sabemos que crucificaron a 6.000 prisioneros de la rebelión de Espartaco en el 71 a.C. Y en el 70 d.C., en el asedio romano contra Jerusalén, escribe Flavio Josefo que los romanos crucificaban “cada día” a quinientos prisioneros judíos frente a las murallas para intimidar a los que resistían: «Eran tantas sus víctimas que no tenían espacio suficiente para poner sus cruces ni cruces para clavar sus cuerpos».
Sin embargo, los arqueólogos sólo han encontrado restos físicos de una crucifixión romana en todo el mundo: el caso de Jehohanan, cuyo nombre figura en un osario encontrado en Jerusalén, junto a un hueso de talón atravesado por un clavo de hierro de 11,5 cm, con restos de madera en ambos extremos. Lo analizó primero el arqueólogo Nicu Haas, en 1970, y en una revisión más detallada en 1985 Joe Zias, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, y el médico Eliezer Sekeles, que corrigieron varios detalles.
Hay además un caso reciente de huesos encontrados en Italia, analizados en 2018, que podrían haber sido de un crucificado, aunque no tenemos el clavo y es un caso dudoso.
La tumba de Caifás pero ¿el de la Biblia?
El caso que se debate ahora nos remite a 1990, cuando arqueólogos de la Autoridad Arqueológica de Israel (AAI) descubrieron una cueva funeraria humilde, del siglo I, pero con 12 osarios (cajas para guardar huesos), algunos muy elaborados. En uno estaba raspada, de forma informal, la palabra “Kayafa” (Caifás, en hebreo) y en otro “José hijo de Caifás”.
El historiador Flavio Josefo dice que el Sumo Sacerdote durante Poncio Pilato se llamaba “José Caifás”, mientras que los evangelios le llaman sólo “Caifás”. A una mayoría simple, no abrumadora, de arqueólogos les parece que estos huesos y osarios sí son del Caifás bíblico y su familia, aunque les extraña la tumba humilde. Hoy se guardan en el Israel Museum de Jerusalén.
Osario bien adornado, de familia importante… arañado a un lado pone “José, hijo de Caifás”; se descubrió en 1990 cerca de Jerusalén
En esa cueva encontraron unos clavos que los arqueólogos tiraron por su escaso valor arqueológico. El líder de aquella excavación, Zvi Greenhut, sospechaba que podían haberse usado para inscribir los nombres en los osarios.
La novedad ahora es que el geólogo Aryeh Shimron y un equipo de colegas suyos han raspado, con permiso, sedimentos de los osarios de “la tumba de Caifás” y también han analizado dos clavos de unos 5 centímetros archivados -o traspapelados- en la Universidad de Tel Aviv. Y dicen que los clavos tienen el mismo tipo de tierra peculiar y humedad peculiar que los osarios de Caifás. Es decir, que estuvieron metidos dos mil años en esos osarios.
Los dos clavos del debate: ¿de verdad atravesaron a un crucificado? ¿O simplemente se le han adherido trozos de hueso por haber estado en un osario?
Más aún, no son unos clavos cualquiera: según esta investigación, son clavos con restos de madera y de hueso humano… como los usados en una crucifixión.
Clavos de crucifixión, ¿guardados como amuleto?
En el diario Haaretz se explica que entre los judíos de la Antigüedad (aunque no se sabe desde cuando) los clavos de un crucificado eran considerados amuletos protectores (como si atrajeran sobre sí la muerte y el mal).
“Este hechizo protector era tan importante que la Mishná, el compendio oral de la ley judía, lo menciona en su lista de los pocos objetos que uno puede llevar encima durante el Sabbath (Shabbat 6,10). Así, alguien de la familia de Caifás puede que simplemente llevara encima un par de estos amuletos de buena suerte cuando murió“, dice el reportaje del diario israelí.
Por supuesto, dada la relación entre Caifás y el crucificado más famoso de la historia, no falta la hipótesis: ¿serían los clavos que atravesaron a Cristo? ¿Se arrepintió Caifás de haber participado en su muerte? ¿O más bien consideraba que eran especialmente poderosos? (Sobre todo si, como parece, no hay cadáver y nadie pudo refutar las historias inmediatas de la Resurrección mostrando el cuerpo atravesado de Jesús).
La AAI no niega que “quizá” se usaran en una crucifixión
La AAI ha comentado a Haaretz que “los clavos descubiertos pueden haberse usado para crucificar a cualquiera de los cientos de personas que retaron a la autoridad humana y fueron ejecutados”. También recuerda que la relación entre el Sumo Sacerdote Caifás y el osario no es del todo segura (sobre todo, por el lugar humilde del hallazgo). Y niega contundentemente que estos dos clavos hubieran estado en esa cueva.
El mismo geólogo Shimron admite que si los clavos estuvieron metidos en un osario con huesos, los fragmentos de hueso hallados en ellos podían haberse adherido a partir de los huesos que estaban allí, sin ninguna crucifixión.
Y el experto en maderas antiguas que examinó los clavos, el suizo Werner Schoch, señala que los restos de madera eran de cedro, madera muy cara, no el tipo que se usa para crucificar.
Uno que sabe de crucifixiones, muy desdeñoso
Muy desdeñoso con estos clavos es Joe Zias, el que en 1985 investigó el clavo de Jehohanan. Dice que él fue quien encontró originariamente los 2 clavos que ahora se debaten y que los encontró poniendo orden en 1975 el laboratorio de Haas cuando una enfermedad dejó incapacitado a éste. Zias los envió a la Universidad de Tel Aviv, donde se traspapelaron. Son, por lo tanto, 15 años anteriores al hallazgo de la tumba de Caifás. Dice también que los clavos que sí se encontraron en esa “tumba de Caifás” no se guardaron por ser “de poca importancia científica”.
Y no falta quien recuerda que el geólogo Shimron es amigo y “científico” de referencia de Sincha Jacobici, cineasta bastante amarillista que ya ha sacado algunos documentales sobre supuestos hallazgos bíblicos.
La pregunta sería: ¿de dónde sacó Haas esos clavos? ¿Han salido de la tumba de un crucificado? ¿O los clavos nunca atravesaron a ninguna persona?
Aquí el sueño de un arqueólogo sería encontrar algún tipo de horrenda fosa común con docenas de crucificados del año 70 d.C. en algún lugar alrededor de Jerusalén, con sus clavos y maderas. Con todo, Flavio Josefo escribe que los verdugos, aburridos de crucificar tanta gente, probaban distintas posturas y formas con macabra crueldad. Lo que aprendiéramos de una fosa así quizá no sería directamente aplicable al peculiar caso de Jesús.
(Publicado originariamente en el portal de la Fundación Tierra Santa)