Con motivo del bicentenario de los grandes descubrimientos sobre el electromagnetismo de André-Maria Ampère (1775-1836), Xavier Dufour ha recordado en el número de diciembre de La Nef su intensa vida de fe.

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Ampère, un sabio cristiano


En 2020, el mundo de la ciencia conmemoró los enormes descubrimientos de André-Marie Ampère en el ámbito del electromagnetismo en 1820. Pero los trabajos del "Newton de la electricidad" tienden a ocultar las múltiples facetas de un autodidacta genial, que vivió a caballo entre la Encyclopédie y el romanticismo, matemático, químico, naturalista y filósofo. Hombre de gran corazón, sufrió pruebas enormes. Fue también un cristiano cuya vida espiritual atormentada acabó arraigando en una fe profunda que marcó profundamente al joven Ozanam.

Una juventud romántica

Nacido en Lyon, en el barrio Saint-Nizier, André-Marie creció en el bucólico paisaje de los Monts d'Or, y se inició libremente en las disciplinas más diversas: insaciable lector de la Encyclopédie, devoró a los autores clásicos y los manuales de botánica y matemáticas, compuso poemas y escribió un tratado sobre la cuadratura del círculo a los 13 años...

Pero en 1793, su padre, que era juez de paz, fue guillotinado al final del asedio de Lyon [alzada en armas contra la Convención]. El joven se hundió en una depresión que duró un año. A los 21 años se enamoró perdidamente de Julie Carron, con la que se casó en 1799 y que le dio un hijo, Jean-Jacques, futuro escritor y académico.

Ampère y su hijo mayor están enterrados en la misma tumba en el cementerio de Montmartre, en París.

Nombrado profesor de física en Bourg-en-Bresse, su mujer no pudo acompañarle por estar enferma. André-Marie pronto destacó en la comunidad científica por dos tratados de matemáticas. Se acababa de mudar al instituto de secundaria de Lyon cuando sufrió el segundo gran drama de su vida: Julie murió, dejándole viudo a los 28 años. Destrozado, encontró consuelo en la amistad de dos jóvenes intelectuales: Pierre-Simon Ballanche y Claude-Julien Bredin. Los tres amigos fundaron en 1804 un círculo de reflexión, la Sociedad Cristiana, y Ampère presentó un estudio de influencia pascaliana sobre Las pruebas históricas del cristianismo.

París, entre ciencia y filosofía

Nombrado profesor asistente de matemáticas en la Escuela Politécnica en 1804, Ampère frecuentó la élite científica parisina y se apasionó por la filosofía de Maine de Biran, el cual había puesto las bases de un espiritualismo fundado sobre el primado de la voluntad y contra el materialismo dominante, que reducía las facultades humanas a la combinación de sensaciones pasivas. Afín a la orientación espiritual de esta doctrina, Ampère se esforzó por completarla con una doctrina realista del conocimiento.

Contemporáneamente, se entusiasmó por la química, descubrió el cloro y el flúor, estableció la ley del gas llamada de Avogadro-Ampère y creó la teoría de la reacción química basada en la distinción entre átomos y moléculas (1814).

En 1820 revolucionó el mundo de la física. Reflexionando sobre las experiencias del danés Oersted sobre la influencia de la corriente eléctrica en una aguja imantada, dedujo que el magnetismo se origina en las corrientes microscópicas en el seno de la materia. Uniendo la interacción observada por Oersted a la de dos corrientes eléctricas, propuso una ley matemática, definió la noción de corriente eléctrica, antes de resumir sus trabajos en su célebre Théorie mathématique des phénomènes électrodynamiques (1826).

André-Marie Ampère descubrió importantes propiedades de la energía eléctrica. Su nombre bautiza la unidad de intensidad de la corriente eléctrica: el amperio.

En esos años el sabio accedió a los más altos niveles académicos: profesor en la Escuela Politécnica, inspector general, miembro de la Academia de Ciencias, profesor en el Collège de France... Sin embargo, la filosofía siguió siendo su pasión definitiva: persuadido de la analogía profunda entre las leyes del universo y la organización de la inteligencia, Ampère inició en 1829 una clasificación de todos los conocimientos humanos, obra última de un espíritu enciclopédico capaz de abarcar los ámbitos más diversos en busca de una unidad que los transcienda.

Combate espiritual

Pero este genio de la abstracción era una persona apasionada con un temperamento inestable, sin discernimiento afectivo. Su nuevo matrimonio en 1806 con una mujer intrigante acabó en separación en el momento del nacimiento de su hija Albine.

Atravesó entonces una crisis religiosa y moral que duró doce años. Si bien Ampère no dudaba de la existencia de Dios, no sentía su providencia y la idea del infierno le atormentaba. Durante el primer año de su segundo matrimonio, se dio cuenta de que el sentimiento religioso en él "casi se había apagado"; solo encontraba algunos instantes furtivos de consuelo en la lectura de La imitación de Cristo [de fray Tomás de Kempis (1380-1471)].

En 1808, el drama conyugal acentuó su deseo de abandonarse a Dios: "¡Cómo he rezado y llorado al ir a misa! Me parecía que Dios me hablaba. ¿Qué quiere de mí?". En marzo de 1814, obligado a renunciar a una relación que él creía que duraría, Ampère pensó en el suicidio. Le confió a Bredin que en ese instante abrió La imitación de Cristo y leyó estas palabras: "El verdadero consuelo solo se encuentra en Dios". Entonces añadió: "Vuelve a leerlo. ¡Pero es para los que son dignos de misericordia! ¡Dios mío, ten piedad de mí!".

La conversión

No fue hasta 1817 cuando Ampère encontró el camino de una fe plena, basada en su experiencia personal de misericordia y en los sacramentos. A Bredin, que también dudaba, le escribió: "¡Que el Señor te lleve sobre sus hombros como a la oveja en el Evangelio!". En octubre, un nuevo golpe espiritual le inspiró una meditación admirable: "Desconfía de tu espíritu, te ha engañado tantas veces... Cuando te esforzabas por ser filósofo ya sentías lo vano que era ese espíritu, que consiste en una cierta facilidad de producir pensamientos brillantes".

Ya en sus inicios parisinos se percató del orgullo que gangrena la vida del alma. "Dios mío, ¿qué son todas estas ciencias, estos razonamientos, estos descubrimientos del genio (...) que el mundo admira y con los que la curiosidad se deleita tan ávidamente? En verdad, nada más que pura vanidad".

¡Es asombrosa esta condena en una persona con una actividad intelectual tan apasionante! De hecho, para Ampère, la ciencia era un deber de estado y siempre tenía que estar subordinada a la vida espiritual, y no a esconderla. El mismo hombre que se entusiasmaba por cada idea nueva, al mismo tiempo recordaba que "la personalidad del mundo pasa". "Trabaja con espíritu de oración. Estudia las cosas de este mundo, es el deber de tu estado; pero míralas solo con un ojo, ya que el otro debe estar fijo de manera constante en la luz eterna".

Ciencia, filosofía y fe no se oponen entre sí porque este mundo, creado por el Dios-Logos, es inteligible. Pero el trabajo de las ciencias, unido a la crítica filosófica, no bastan de por sí para llegar a Dios. Para este discípulo de Pascal, "el orden de los espíritus" debe apartarse ante "el orden de la caridad".

El testimonio de Ozanam

En 1831, Ampère acogió a un estudiante de derecho cuya cultura y compromiso cristiano le fascinaron. Le ofreció alojamiento a Frédéric Ozanam.

Frédéric Ozanam (1813-1853) fue una de las personalidades más destacadas del catolicismo social francés. Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1997.

En su correspondencia, este relata las conversaciones domésticas y las distracciones legendarias de su anfitrión; cómo sorprendió a Ampère arrodillado en la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont o cómo el sabio, al final de una improvisación sobre anatomía comparada, gritó: "¡Qué grande es Dios, Ozanam!". No hay duda de que la fe puesta a prueba de Ampère fortaleció la de su joven estudiante.

El 10 de junio de 1836, a la vuelta de una gira de inspección en Marsella, Ampère murió tras un día de agonía. A alguien que le propuso escuchar La imitación de Cristo, parece ser que le respondió: "Es inútil, me la sé de memoria". Al cabo de unos días, Bredin escribió al hijo del sabio: "Jamás ningún hombre amó como él amó. No sé qué hay que admirar más, si su corazón o su mente". Y Ozanam dijo: "Piensa mucho, pero ama mucho más".

Este es el recuerdo que dejó la excepcional personalidad de André-Maria Ampère, su prodigiosa inteligencia, su altura espiritual y su bondad un poco ingenua. Fue sin duda gracias a la humildad de su fe por lo que Ampère nunca se endureció y amargó, a pesar de las desgracias que sufrió. Como si hubiera seguido siendo secretamente el niño de Mont d'Or que vagaba por las colinas componiendo versos. En una ocasión, a su amigo Bredin le hizo esta confidencia: "Si poseyera todo lo que se puede desear en el mundo para ser feliz, me faltaría todo: la felicidad de mi prójimo".

Traducción de Elena Faccia Serrano. 

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