Cada año, la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos ofrece un curso (Studium) de dos meses en el Vaticano para formar postuladores de causas de beatificación y canonización, y a todas aquellas personas que toman parte en este tipo de procesos.
Este año se han desarrollado entre enero y marzo y concluyó el pasado viernes, con una asistencia de ochente alumnos de doce países: laicos, sacerdotes, religiosas y abogados civiles y canónicos se formaron en lo que, en palabras del secretario de la Congregación y profesor del curso, el arzobispo Marcello Bartolucci, es «un proceso judicial que debe seguir un procedimiento estricto, porque una persona que es beatificada, o más aún si es canonizada, se convierte en un "bien público" para la Iglesia». Las formalidades jurídicas que aprenden los asistentes al curso «no son simples formalidades, sino que aportan las máximas garantías de seriedad del proceso», dijo en declaraciones a la agencia CNS.
Y una parte fundamental son los milagros, requisito para todas las causas (salvo las de mártires), y que en su abrumadora mayoría consisten en curaciones inexplicables.
En ese sentido, Patrizio Polisca, presidente de la comisión médica de la Congregación y médico personal del Papa, desveló un hecho de gran importancia. Tras exponer que los científicos que participan en los procesos no juzgan sobre milagros, «porque un milagro es un juicio teológico», sino que se limitan a afirmar, si procede, que un hecho «no tiene explicación natural», el doctor Polisca contó que dos investigadores habían estado recientemente estudiando a fondo en los archivos de la Congregación.
Se trataba de desempolvar casos antiguos que los médicos de su tiempo habían considerado inexplicables, y que habían servido para beatificar o canonizar a alguna persona, para averiguar si en el estadio actual de la Medicina esos casos habrían encontrado explicación. La conclusión fue clara: «No se ha encontrado ningún caso que en otros tiempos fuese considerado inexplicable, y que tenga hoy una explicación médica».
Una prueba a posteriori del rigor con el que la Iglesia afronta estas causas. De hecho, subrayó monseñor Bartolucci, para la curación de casos de cáncer la Congregación exige un mínimo de diez años sin recidivas para empezar a estudiar su supuesto carácter milagroso, plazo que para tumores cerebrales se extiende aún más.
De hecho, las normas que se siguen no han cambiado desde que las estableciera Benedicto XIV en 1734: la enfermedad tiene que ser grave, no debe estar catalogada entre las que se curan espontáneamente, la curación no puede ser atribuida a tratamiento alguno, y debe ser completa y duradera.
Los avances de la Medicina en estos tres siglos no han permitido desmentir ninguno de los juicios emitidos desde 1734.