A pesar de que Nicolás Copérnico era sacerdote y Galileo Galilei un hombre de fe profunda que murió en cama en brazos de su hija monja, la propaganda anticatólica ha logrado presentar la revolución copernicana y el caso Galileo como una lucha de revolucionarios racionalistas y proto-ateos contra un establishment religioso aferrado a la filosofía aristotélica y a la Biblia como únicos argumentos.
Un debate científico, no teológico
La realidad es que el debate en torno al heliocentrismo y el geocentrismo se produjo en términos puramente científicos. Cada cual defendió su posición y atacó la contraria con razones muy plausibles en ambos casos. No hay que olvidar que ni Copérnico ni Galileo ni Johannes Kepler pudieron demostrar el heliocentrismo. Mostraron, eso sí, que dicho modelo se ajustaba mejor que el geocéntrico a algunas observaciones experimentales que no encontraban explicación en el modelo ptolemaico y habían empezado a cuestionarlo.
El profesor Christopher Graney es físico especializado en historia de la Ciencia.
Pero no todo estaba tan claro. En 2010, el astrofísico Christopher Graney, profesor de Física y Astronomía en el Jefferson College de Louisville (Kentucky, Estados Unidos) y colaborador del Observatorio Vaticano, puso de relieve un dato interesante. Si Galileo hubiese sido coherente con sus observaciones sobre las estrellas (distorsionada por un efecto, los discos de Airy, que no podía interpretar como lo que es: un patrón de difracción de la luz), debía haber concluido que encajaban mejor en el modelo geo-heliocéntrico de Tycho Brahe que en el heliocéntrico de Copérnico. Un astrónomo alemán contemporáneo del genio de Pisa, Simón Marius, sí lo entendió así, explicaba Graney al dar cuenta de uno de sus manuscritos.
En rigor, el heliocentrismo solo quedó demostrado matemáticamente con la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton en 1687, cincuenta años después de la condena de Galileo en 1633, y físicamente por la medición de la paralaje estelar por Friedrich Bessel nada menos que en 1838.
Graney escribió un libro en 2015, Setting aside all authority, publicado por la Universidad de Notre Dame, donde estudiaba todo el arsenal argumental contra el sistema copernicano planteado por los astrónomos en el siglo XVII. Los argumentos de autoridad (religiosa o filosófica) no aparecen por ningún lado. Algunos físicos, sin embargo, sí construyeron contra Copérnico, en torno al modelo de Brahe, un rechazo científicamente sólido y basado en la observación telescópica.
"Giovanni Battista Riccioli y la ciencia contra Copérnico en la era de Galileo": es el subtítulo de un libro cuyo título ("Dejando aparte toda autoridad") muestra que el debate en torno al geocentrismo fue eminentemente científico, no filosófico ni religioso.
En un artículo de enero en Church Life Journal (de la Universidad de Notre Dame), el profesor Graney reitera esta idea: "La Revolución Copernicana ofreció un debate científico de la mejor calidad", y en ambos lados "hubo pensamiento racional y propuestas brillantes".
Los argumentos contra el sistema copernicano
Por ejemplo, algunos adversarios de la teoría copernicana intuyeron dos siglos antes lo que descubrió en 1836 Gaspard-Gustave de Coriolis, el denominado efecto Coriolis o aceleración relativa entre dos puntos por su diferente velocidad en un sistema de referencia en rotación. Los astrónomos jesuitas Giovanni Battista Riccioli y Francesco Maria Grimaldi lo explicaron en el Almagestum Novum de 1651 y otro físico de la Compañía de Jesús, Francis Milliet Dechales, lo plasmó en diagramas "que podrían servir para un libro de texto actual", dice Graney.
Dado que, por la hipotética rotación de la tierra, el cañón y el castillo contra el que dispara se mueven a diferente velocidad, se produciría una desviación en su impacto. En el caso de un edificio, su techo se movería a distinta velocidad que su base, y por tanto un objeto lanzado desde arriba no golpearía junto a ella sino a una cierta distancia. Nadie había observado nunca ninguno de estos efectos, sostenía Dechales -lo cual entonces era cierto-, y eso descartaba la idea de una Tierra en movimiento.
Había otra objeción al modelo copernicano. Los heliocentristas hacían sus cálculos engañados por la difracción de la luz, descubierta precisamente por el padre Grimaldi, aunque tardaría aún siglo y medio en interpretarse correctamente. A consecuencia de ese error, atribuían a las estrellas un tamaño muy superior al real. Kepler representaba el universo con el sol como un pequeño punto en el centro, en torno al cual giraba la tierra, y a mucha distancia unas estrellas enormes. Curiosamente, él sí utilizaba un argumento teológico para justificar ese tamaño de las estrellas: lo consideraba una muestra del poder de Dios. Sin embargo, chocaba con la observación telescópica, más compatible con el sistema mixto de Brahe, geocéntrico pero con un sol en torno al cual giran otros planetas.
Así pues, y contra lo que pretende la mitología nacida en la Ilustración para desacreditar a la Edad Media y a la Iglesia, en la discusión geocentrismo/heliocentrismo no hubo nadie que, en nombre de un establishment religioso receloso de la verdad científica, pretendiese laminar la investigación. Ni siquiera en el caso de la condena de Galileo, cuyo estudio abriría en 1941 las puertas de la conversión al catolicismo del gran historiador de la ciencia Frank Sherwood Taylor. Donde se ha querido ver intolerancia y fanatismo lo que hubo fue, afirma Graney, "una gran historia científica", mucho "más interesante" que los "mitos" sobre lo que sucedió.
Hay que partir de la base de que el heliocentrismo de los siglos XVI y XVII tiene poco que ver con nuestra visión actual del universo. El modelo heliocéntrico, tal como fue planteado por Copérnico, Galileo y Kepler, no se parece a la realidad mucho más que el modelo geocéntrico, salvo en el hecho en sí de que, efectivamente, es la Tierra la que gira alrededor del Sol... en el sistema de referencia solar. Intuir que era así fue la genialidad de los copernicanos y un punto de ruptura fundamental en la historia de la ciencia y del pensamiento. Pero quienes se opusieron contemporáneamente a esa hipótesis lo hacían asistidos por buenas razones y pasó mucho tiempo antes de que alguien encontrase contra ellas una réplica física y matemáticamente convincente.