DON JESÚS ARNAL, escribiente en la Columna de Durruti (2). TENEMOS ORDEN DE MATAR A TODOS LOS CURAS.
Martín Ibarra Benlloch
Don Jesús Arnal era párroco de Aguinaliu desde marzo de 1936. Aguinaliu era un pueblo de 200 habitantes, del partido judicial de Benabarre, provincia de Huesca y diócesis de Lérida (ahora de Barbastro-Monzón). Bajo estas líneas, la iglesia parroquial.
Su situación en medio del monte hacía que se divisara bien el paisaje -como desde un buen nido de águilas-. Mosén Arnal se instaló en Casa Abizanda, que servía de posada y tenía un café, donde se reunía gran parte de la población a diario y en los días de invierno. Abundaba mucho la caza, sobre todo el conejo y la perdiz y como los curas entonces no podían subsistir con su salario de miseria, mosén Jesús era cazador. Su conocimiento del terreno y su agilidad le salvaron pronto la vida.
Mosén Jesús compró un aparato de radio, el único que había en Aguinaliu y todos escucharon cómo el 18 de julio se había levantado una parte del Ejército en Marruecos, pero que no iba a ser nada porque el Gobierno de la República lo tenía todo controlado. Cuando un coche llegaba al pueblo, desde arriba del mismo donde se hallaba la iglesia, se veía perfectamente. Así que cuando los milicianos llegaron el 27 de julio en busca del cura, mosén Jesús salió corriendo y se ocultó en el monte. Los milicianos disparaban bien, pero corrían bastante menos, así que después de muchos juramentos y amenazas se marcharon.
Huyen a la sierra, donde mosén Arnal se encuentra a mosén Antonino, que había estado oculto y que tenía familia en Estada [bajo estas líneas], del comité revolucionario.
Se marcha primero mosén Antonino y al cabo de muchas horas, vienen a buscar a don Jesús. Llegan a su casa y se encuentra a todo el mundo llorando:
-Y bien, ¿qué sucede? ¿Por qué no se me avisó?
-Verá usted. Las cosas están bastante mal. Bueno, mal para ustedes, los sacerdotes.
-Pues, con mayor motivo para que me mandasen un aviso y saber a qué atenerme. Comprenderán que no podía continuar siempre oculto.
-Es que... mire usted, le seré sincero. Hay consignas para que no se respete a ninguno de ustedes; y esto es un gran compromiso para mí, por ser del comité. Para guardar a mi tío, tengo excusa, por ser de la familia. Pero, la verdad, usted no podrá quedarse aquí, y créame que lo siento. Quisiera hacer algo por usted, pero me comprometo demasiado.
-No se preocupe -le contesté-, que no quiero ser motivo de compromiso para nadie. Creo que podré arreglarme solo. La ayuda de Dios no ha de faltarme. En este mismo momento me marcho, aunque todavía no sé dónde encaminaré mis pasos.
-No es necesario que se marche tan deprisa. Por lo menos almuerce, coma algo, y luego le arreglaremos unos bocadillos, por lo que pueda suceder.
-Bien, acepto, para que no crean que marcho enfadado y rencoroso contra ustedes. Las circunstancias mandan.
Terminado el almuerzo, breve por falta de apetito, me despedí de ellos, dando por terminada la segunda etapa de mi triste peregrinación. Tan pronto me vieron preparado para la marcha respiraron mucho mejor, sintiéndose aliviados del compromiso de mi presencia. Como ya había indicado, me prepararon unos bocadillos y me dieron una pequeña manta por si alguna noche me viese precisado a pernoctar en el hotel de las estrellas. Lo urgente para ellos, lo que más les interesaba, era verme salir de aquella casa y perderme de vista” (pp. 41-42).
Quedémonos con dos ideas:
Los comités revolucionarios habían recibido la orden de asesinar a todos los sacerdotes. Nada de incontrolados o de improvisación. Formaba parte del guion.
En segundo lugar, los vínculos familiares podían ser igual de fuertes o más que la orden recibida o que el deseo de un mundo mejor a toda costa. Salvar a un sacerdote que fuera de la familia podía costar un castigo, pero no la muerte.
Mosén Jesús Arnal se dirigirá a Barbastro, donde sus peripecias le pondrán al borde del suicidio y de la muerte. ¡No fue así! Estaba destinado a ser secretario de la columna anarquista de Durruti y, más tarde, proseguir con su labor de sacerdote de almas.
¡Qué caso más raro y extraordinario!