Y este era el argumento sobre el que descansaba el último artículo de este blog, lo cual me permite a mi también matizar las posturas sostenidas en él. Resulta evidente que no se sostiene una argumentación puramente biologicista, basada en la simple dinámica de la reproducción de la especie como hombre + mujer = reproducción = supervivencia, pues esta simple constatación pondría en solfa, muy en primer lugar, toda la moral sexual de la Iglesia Católica en particular y todas las éticas sobre el tema existentes en general.
Así, nos encontraríamos ante el caso de que deberíamos aceptar la promiscuidad como la conducta más acorde con la supervivencia de la especie, ya que es la que proporciona una mayor variabilidad genética a las diversas poblaciones de la misma, mientras que las conductas excesivamente endogámicas tenderían hacia la extinción, como bien a las claras demuestran las consecuencias degenerativas que estas prácticas han tenido y tienen en diversos espacios geográficos y épocas históricas.
Pero no, no es el caso. El uso que se ha hecho del argumento biologicista o zoológico, como con acierto lo rebautiza Moa, ha sido exclusivamente retórico. Y es un uso retórico en dos sentidos: en un sentido panfletario, en primer lugar, y a modo de protesta, en segundo lugar.
En el primero de los casos, se trata de una reacción más en la larga cadena de reacciones y contrarreacciones que este tema, como cualquier otro que se utilice con fines propagandísticos, suscita irremisiblemente. Cuando el movimiento queer lanza su grito de guerra afirmando que “hay que desnaturalizar el sexo”, y ésto se lleva hasta los extremos irracionales en los que ha caído en la actualidad, la reacción inevitable consiste en llamar a la “hipernaturalización”. Se trata, pues, de una guerra de imágenes, de una batalla de propagandas, de una "contra", precisamente, a las palabras-policía.
Pero hay un segundo registro en el que se utiliza lo zoológico, y éste es ya mucho más profundo y también mucho más personal, por lo que no puede de ningún modo extrapolarse ni generalizarse a un debate del cual escapa por completo. Se trata de una protesta, en efecto, pero de una protesta individual de un sólo sujeto ante el hecho mismo de su existencia.
Uno de los grandes hallazgos de la posmodernidad ha sido el desenmascaramiento de los diferentes estratos de discursos superpuestos que daban origen a determinadas “normalidades”; así, la arqueología de los saberes descrita por Foucault acerca de la locura, de la clínica, de la prisión y de la propia sexualidad; pero con ésto, la posmodernidad sólo ha dado la útima vuelta de tuerca en el largo camino seguido por el pensamiento hacia la muerte del hombre, la muerte del sujeto, que ha venido como consecuencia directa de la muerte de Dios, o si se prefiere, de la muerte del conocimiento válido y de la realidad dada.
Así, cuando un individuo se pregunta acerca de sí mismo y de su propia existencia, una enorme capa de discursos superpuestos se abate sobre él con la intención de “explicarle” en cuanto que sujeto de la especie humana, y de todo ese cúmulo sólo obtiene razón de cómo “ha sido producido como individuo” a través de una confluencia genética al azar primero, y una serie de procesos de internalización sociales despues. Y una vez explicada la forma en la que el individuo ha sido producido por interacción de la naturaleza y de la sociedad, se le lanza hacia la conciencia de su próxima eliminación a través de la muerte.
Aquí estamos en la raíz de todos los existencialismos: en tanto que individuo “producido” y condenado a muerte, sólo queda la opción de continuar “autoproduciéndose” durante el breve lapso de tiempo que se le concede, opción que sólo puede llevarse a cabo desde la libertad. Esta ausencia de principio último, pues de eso se trata en definitiva, provoca tanto el clamor de Unamuno como la protesta de Kierkegaard, la rebelión de Camús y el tiempo de Heidegger. Y es en esa línea de protesta ante un destino que condena al hombre a ser principio y fin de sí mismo (no otra cosa es el mito de Sísifo invocado por Camús) en la que cabe insertar el recurso a lo zoológico.
Recurso a lo zoológico como retórica, como opción radical y extrema que pretende afirmar una elección fundamental: o Dios o la Nada, o persona creada o animal absurdo, o logos o materia. Pero persona creada no a partir de ese “ser genérico humano” de Feuerbach o Marx, pues tal cosa no es sino una permanencia en esa prisión en la que el hombre es “principio y fin de sí mismo”, en la que el individuo no es más que un accidente y lo que permanece en el tiempo es “la especie”.
¿Es inevitable esta elección?. No, sin duda. No hay ningún inconveniente en asumir a Dios y a la Nada, a la persona creada y al animal absurdo y, por supuesto, al logos y a la materia. Se trata de la posición que cada cual pueda y quiera asumir en tal encrucijada. Y algunos nos vemos obligados a elegir, no somos capaces de otra cosa.
Pero cuando el individuo protesta ante ese destino y dice NO, busca en ocasiones la provocación, y juega retóriamente a tratar todo lo social y lo supuestamente humano como si de un parque zoológico se tratara. Pero no es más que una protesta, protesta que queda por completo fuera del debate y que tiene un contexto exclusivamente individual.
Debate, por último, que ha servido para poner de relieve algo importante: hoy en España existe al menos un ámbito de libertad de expresión y opinión privilegiado, así como de reflexión profunda y fundamentada, que se concreta en el entorno de www.libertaddigital.com, y que nos permite mirar el futuro con ciertos resquicios de esperanza. Un ámbito, en definitiva, libre de complejos, afirmación de mi último artículo que no tengo el menor incoveniente en tragarme con patatas.