El libro del Génesis nos muestra cómo Dios, hizo al hombre a su imagen y semejanza: “Creó, pues, al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer lo creó”. (Gn 1, 27). Dios crea Adán a su imagen y semejanza. Dios crea a Eva a su imagen y semejanza. Dios crea a Eva a su imagen. Pone en ella su propia imagen. Forma a Eva del polvo de la tierra, a su imagen, para que esté con él. Para que viva unida a él. Dios la plasma, la crea por amor, para que se una a él.
Dios hace a la mujer porque quiere amarla. No la necesita, pero la quiere. La creación de la mujer es un acto de la voluntad de Dios, porque Dios no la necesitaba. Dios quiere vivir con ella, se abaja, se hace uno con ella, para hablar su mismo lenguaje. Dios quiere compartir con Eva sus más profundos sentimientos. Dios quiere tener una relación de intimidad con la mujer. Él no la necesita pero la ama, por eso quiere compartir con Eva lo suyo. Quiere vivir en comunión con ella, para que esté siempre con él.
Dios la hace con sus propias manos por ternura y para que sienta su cariño. Dios la forma a su semejanza para que fuera como él. Dios quiere que sea como él, que sea divinizada. Por eso la hace a su semejanza. Para que se vaya transformado en Aquel que le ha dado la vida.
Dios es libre, y él la hace libre para que estuviera en relación con él. Él no la coacciona, ni la fuerza. Eva es libre para hacer el bien y vivir en comunión con Dios; es libre para elegir el bien o el mal, acoger a Dios o rechazarlo, obedecerle o darle la espalda.
Dios respeta su libertad. La libertad de Eva es el don más preciado que Dios la regala. Ella tenía aquellos dones con los que Dios la había colmado. Eva estaba llamada a vivir para siempre, y estar en la mayor cercanía con Dios. Pero cuando vivía en comunión con Dios, la serpiente, el demonio se acercó a ella y sedujo su corazón. La serpiente la hizo desconfiar de aquel a quien amaba. Y le hizo dar la espalda a Dios.
Así comió del fruto prohibido, que la resultó apetitoso. El mal entró en su vida, desobedeciendo a Dios. El demonio la tentó y cayó haciendo el mal, rechazando a aquel que la había creado. Perdió la comunión con Dios y se apartó de él y por el miedo se escondió de Dios. La confianza se volvió en desconfianza, y en su corazón entró el mal y el pecado, porque no hizo la voluntad de Dios, obedeciéndole.
Pero Dios ha estado siempre a su lado, él nunca la ha abandonado. Ni dejado sola. El cumple siempre su promesa. Por eso Dios envía a María, la Nueva Eva. María es la Mujer que nos va traer la vida, y por el fruto que María nos trae, podemos volver a la comunión con Dios.
Dios crea a María con sus manos por amor. Dios no necesitaba de la mujer para restaurar la promesa que hizo con Eva. Pero toma a María para que su plan de salvación siga adelante. María vive en comunión plena con Dios. Está siempre unida a él. Vive para él. Dios comparte con ella sus deseos más profundos, y habla su mismo lenguaje. María es libre como Eva. Ella podía rechazar a Dios o acogerle, decir que si o que no. Pero ella acogió el plan de Dios en su vida, se sometió a él, y le dijo que sí. Hizo su voluntad. Vivió de la confianza en Dios que no le defraudó.
Ella con su sí pisó la cabeza de la serpiente, que también quería tentarla. Y venció el mal, acogiendo el plan de Dios en su vida. María es la Nueva Eva porque en la obediencia dice que sí a Dios, y pisa al enemigo. Por su sí nos viene el Hijo: la salvación y la vida.
Con María nos podemos introducir en la vida de Dios, ponernos en su presencia y abandonarnos en sus manos. Podemos decir que si como ella y aceptar la voluntad de Dios, para vivir confiando en él. Gracias a su sí, se nos hace posible vencer al enemigo, porque con ella la victoria sobre el mal es real, y con ella todo es posible. Por medio de la desobediencia y la negación al plan de salvación de Dios de una mujer, Eva, nos vino a todos el mal y el pecado ha sido introducido en la vida del hombre.
Por el sí confiado y serenado de otra Mujer, María, la Nueva Eva nos viene la salvación y la vida para que podamos hacer el bien y aceptar el plan de Dios en nuestra vida. Por la mediación de María, Dios nos envía al Hijo para que podamos entrar en diálogo con él.
Con la Nueva Mujer somos insertados en la vida divina. Podemos recibir el don de la filiación. Por el sí generoso de la Nueva Eva, el hombre puede vivir como hijo de Dios. María nos acoge como Madre para que seamos uno con Dios y vivamos de modo pleno con él y para siempre.
Belén Sotos Rodríguez