Sí amigo, así es. En este mismo momento en que aparece este artículo ante sus ojos, son las 21 horas, 21 minutos, del día 21, del año 21, del siglo 21. Circunstancia muy aparatosa ciertamente, que se antoja única uniquísima, pero que, para empezar, se repetirá once veces más, pues volverá a pasar en febrero, en marzo, en abril, y en todos y cada uno de los meses de los que consta 2021, a saber, doce.
Un número, el 21, con numerosas derivadas cabalísticas. Para empezar, se antoja un número muy “perfecto”, en cuanto producto de multiplicar los dos números de la perfección, el tres (tres son las personas de la Santísima Trinidad, tres es la suma de los dos primeros números de la tabla, tres son los sets que Nadal tiene que hacer en cada partido para ganar un nuevo Roland Garros), y el siete (siete son los días de la semana, el séptimo de ellos el elegido por Dios para descansar tras la trabajosa tarea de la entera creación, siete son los sellos del libro que porta “el que estaba sentado en el trono” según el Apocalipsis, siete son los enanitos de Blancanieves y tantas cosas).
Veintiuno son también, curiosamente, los gramos que pesa el alma, según una curiosa investigación que realizó el médico norteamericano Duncan MacDougall en 1907, determinando que una persona que moría pasaba inmediatamente a pesar 21 gramos menos que, según él, serían los que pesa ese alma que en el momento del óbito abandona el cuerpo.
Ahora bien, no se asusten Vds. por estas cosas ni intenten darle más importancia que la que tienen. No olviden que hoy no sería día 21, sino algo así como 7 o 8 de enero, si el papa Gregorio XIII no hubiera acometido en 1582 la reforma del calendario llamada en su honor gregoriana, la cual estableció que el año solar se había desfasado en diez días respecto del año calendar -diez días que al momento presente serían ya unos 13 ó 14- en los 1627 años en los que había estado vigente el calendario juliano. Y todo ello mediante una reforma con marcado acento español, pues de hecho, un informe de la Universidad de Salamanca de 1515 ya advertía del desfase existente entre el año calendar y el año solar; la comisión encargada del cambio calendar dará por bueno el cálculo del año solar que ya habían realizado en 1272 las “Tablas alfonsíes” de Alfonso X el Sabio; un español, Pedro Chacón, de la Universidad de Salamanca también, autor de la obra "Kalendarii Romani veteris Julii Cœsaris aetate marmori incisi explanatio", es el encargado de redactar en 1578 la propuesta con los resultados científicos obtenidos por la comisión; y por si todo ello fuera poco, la corona española, vale decir, el medio mundo gobernado desde una España que pasa por su mejor momento, -la propia España, Portugal, la mitad de Italia, Flandes, todo América incluído Brasil y partes de Norteamérica, Filipinas, bases asiáticas y africanas-, será la primera en adoptar el nuevo calendario gregoriano.
Si hoy no sería día 21, tampoco sería éste el año 21 si el famoso monje bizantino Dionisio dicho “el Exiguo” se hubiera tomado su trabajo con más seriedad cuando intenta calcular el año en el que se produce el nacimiento de Cristo para a partir de él establecer la era cristiana, y cuando al interpretar el dato que aporta Lucas “tenía Jesús unos treinta años” (Lc.3, 23) en el momento en que “en el año quince del imperio de Tiberio César” (Lc. 3, 1) toma el bautismo de manos de Juan, en vez de tirar por la calle de en medio y echar el calendario treinta redondos años para atrás (Lucas no había dicho "treinta” sino “unos treinta”), se hubiera molestado en conciliar el dato con otros aportados por el mismo Lucas y también por Mateo, como por ejemplo, que reinaba sobre Israel cuando se produce el nacimiento de Jesús Herodes el Grande, cuya muerte, según sabemos bien, acontece en el año 4 a.C.., es decir, que Jesús debió de nacer, ¡al menos!, cuatro años antes de su propia era.
Tampoco estaríamos en el s. XXI si los años no se agruparan de cien en cien y lo hicieran, por ejemplo, de sesenta en sesenta, como de hecho se agrupan los minutos para componer una hora, o los segundos para componer un minuto. O si, simplemente, sobre la cultura occidental imperante en el calendario hubiera prevalecido la hinduista, que tiende a agrupar las eras de esta misma manera, de sesenta en sesenta años
Tampoco serían las 21 horas si desde hace relativamente poco no se hubiera impuesto la nomenclatura de 24 horas para dividir el día, unas 21 horas que todavía hoy se llaman las nueve de la noche, o las 9 p.m., en muchos países y por muchas personas. Durante la Revolución Francesa, por ejemplo, las horas del día dejaron de ser 24 para pasar a ser diez de 144 minutos cada una, y en tiempos del Imperio Romano, -y antes que los romanos, egipcios y hasta sumerios-, los días no tenían veinticuatro horas iguales, sino que la jornada se dividía en dos grandes fases, el día y la noche, cada una de las cuales tenía doce horas, con la lógica consecuencia de que una hora diurna no medía lo mismo que una hora nocturna, -pues sólo en el ecuador días y noches duran lo mismo-, y de que una hora veraniega tampoco medía lo mismo que una hora invernal. Vamos, que cada hora del año al final medía una cosa diferente que cualquier otra.
Así que como ve Vd., todo es muy relativo, y aunque la efemérides sea muy aparatosa, al final hemos de aceptar que no se trata sino de una divertida casualidad en la que es la mano del hombre la que, con sus convencionalismos que nos hacen la vida más llevadera mediante acuerdos que sirven para compartir mejor el planeta, la ha hecho posible, y no ninguna mano negra, ni menos aún de Dios, -como aquélla que metió el gol de Maradona que, en realidad, tampoco metió Maradona, sino un defensa inglés, al final el verdadero gol de Maradona es el que le mete Messi al Getafe-, que opere de forma cabalística determinando de esta manera el destino de la tierra, y con él, el de la Humanidad.
Y con esta noticia me despido por hoy, no sin desearles, como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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