La Iglesia nos invita a celebrar un nuevo año litúrgico con el comienzo del Adviento. El canto que la Iglesia realiza en este tiempo: Ven, Señor, nos invita a poner la mirada en Jesús, en quien Dios ha cumplido las promesas reveladas a los profetas. El Adviento es un tiempo para que el hombre pueda saciar su anhelo de esperanza y plenitud; es un camino a recorrer para participar de la alegría del anuncio de un Salvador. De esta manera, el hombre repite en su corazón: Ven y no tardes en venir. El que se espera ya ha venido a los hombres pero ellos necesitan recordarlo cada día. Dios viene a su encuentro para que en el aquí de su historia, vivan de un deseo que ya puede ser alcanzado. El hombre puede hacer memoria ya hoy, de lo que en el tiempo pasado ha sido anunciado, con la espera de un cumplimiento futuro de todas las promesas. El Hijo de Dios ha entrado en la historia del hombre y este espera su venida definitiva.
El camino del Adviento es un proceso en el que vivimos en una tensión de profecía y cumplimiento. En este tiempo podremos hacer memoria de la alianza que Dios hace con su pueblo por medio de los profetas. Ellos nos van a mostrar el itinerario de fe en que las esperanzas y anhelos de Israel van a culminar en el Hijo de Dios, que se hace carne. Esta alianza del Dios de Israel alcanza su momento cumbre en la Encarnación del Hijo de Dios: acontecimiento en que lo velado de Dios se hace patente y el misterio queda desvelado.
Isaías y otros profetas nos irán desvelando el misterio anunciado desde antiguo, y que se manifiesta de modo pleno en Jesús. Así, podremos ser invitados a un banquete en el que los pobres son acogidos; veremos como los ciegos van a ver y los sordos van a oír. Seremos testigos de un pueblo donde los cansados encontraran descanso; un Mesías que dará gloria a Dios por su nombre; una fiesta en la que se da de comer a muchos; un lugar donde el apoyo en Dios será la fortaleza del que hace su voluntad; un espacio donde el cojo y lisiado será sanado; un tiempo donde habrá un pastor que busque a su pueblo; un hombre enviado que anunciará lo que tiene que venir.
Este tiempo nuevo donde todo es cumplido lo hemos conocido por los Evangelios, y la Escritura. En ellos se revela el plan de Dios para el hombre escondido desde antaño. Jesús es el Mesías prometido por Dios para el pueblo de Israel y para toda la humanidad. Él hará de su vida un canto de alabanza a Dios, al que él y todo hombre dará gloria, para hacer de su existencia una entrega en acción de gracias al Padre. En Jesús, los cansados y agobiados tendrán descanso y podrán reposar en su corazón, humilde y abierto para todos. Él, en el banquete que prefigura la eucaristía, dará de comer a muchos y saciará su hambre y su sed. Jesús es Dios hecho hombre, y con su poder los sordos oirán, los ciegos verán y los paralíticos se levantarán de sus camillas. También, el hombre que se apoya en él puede hacer que su corazón sea esa fortaleza fuerte que no se viene a caer, y podrá hacer siempre y con mayor entrega su voluntad. El Hijo de Dios se va a convertir en el Buen Pastor que va a buscar al hombre que le ha abandonado y se ha ido tras otros pastos.
Del mismo modo, Jesús nos muestra como en la vida, al igual que Juan Bautista, estamos llamados a ser estrellas para otros, que señalen su venida. Juan, fue el precursor que ya había venido, pero toda persona llamada a vivir en el tiempo del cumplimiento, es enviada a anunciarlo. Por ello, todo hombre como Jesús en el hoy de su historia, con sus cansancios y luchas, con su felicidad y tristeza puede gritar que tenemos un Salvador. Un Mesías que viene hacer fiesta y a comer con el pobre, un Salvador que anuncia la Buena Nueva en medio de la vida. Un Dios que se hace hombre para compartir con el mismo hombre, la comida y la cena, la fiesta y el banquete. Un Hijo que viene a proclamar a todos que con él el tiempo definitivo se ha cumplido y Dios ha entrado en tu historia.
Belén Sotos Rodríguez