Estoy a la puerta llamando –dice el Señor–. Si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos (Ap 3,20).
La vida de fe no empieza por uno mismo. Es el Señor el que se me acerca, el que se me hace próximo y se me hace el encontradizo, como le ocurrió a Abraham. ¿Pero de que serviría que pasara junto a mí si no le digo, como nuestro padre en la fe: "Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo" (Gn 18,3)? La fe comienza por el encuentro con Alguien.

A cualquier sitio podemos ir por muchos motivos. Acudir a la Eucaristía, es respuesta a una llamada; de otra manera, por bueno y legítimo que sea lo que nos mueva, más que ir a celebrar, iremos a un templo a la hora en que se celebra la misa. El motivo eucarístico es Él mismo. Está llamando a la puerta, ¿pero estoy oyendo? La devoción eucarística pasa por que aprestemos el oído, por que purifiquemos nuestra atención para escuchar los nudillos del Señor en la puerta de nuestra cámara, para sentir su tacto.

Y, una vez, oídos, abrirla, para que cumpla su promesa y entre y comamos juntos, para que haya verdadera comunión entre Él y nosotros en el banquete de bodas del Cordero.

[La otra antífona de comunión de este domingo la tenéis AQUÍ]