El justo clama al Señor: ¿por qué? Ante la enfermedad, la persona intenta buscar esa respuesta de Dios, ante la cual, Él siempre guarda silencio. Porque ha ocurrido, que pasará en adelante, qué podrá hacer ante la nueva situación que está ocurriendo en su vida, son preguntas que reclaman un proceso. Por eso no tienen una respuesta inmediata de Dios, ni del entorno o las circunstancias que rodean a la persona. Pero si la persona confía y vive de la providencia esas preguntas se irán respondiendo aunque eso suponga y conlleva la paciencia de esperar su tiempo adecuado.
En un primer momento, viene el desconcierto, la incertidumbre ante lo que pasa. El primer impulso es negarlo, porque se piensa que no pasa nada, y que la vida va a ser como antes de que otros descubran la enfermedad. El dolor, el cansancio de la persona y la falta de conocimiento de lo que ocurre, hacen que la vida ya no tenga sentido. Todo se vuelve oscuro, y lleno de inseguridad. Este momento necesita también su proceso de aceptación, ya que la persona ha perdido la brújula de su vida Y todo aquello en lo que se apoyada ha caído y tiene que volver a empezar.
Poco a poco el diagnóstico de la enfermedad se hace más claro, y con la ayuda adecuada encuentra la explicación correcta. Pero se hace tantas preguntas. Que pasara en un futuro, es lo que más la intranquiliza. Su apoyo es Dios. Su entorno no la entiende y en muchas ocasiones llega el juicio. Su vida no es como ella desearía. Necesita una ayuda adecuada pero no llega o se va a prolongar en el tiempo. Muchos la dicen que es normal, pero la persona sabe que ella no es como antes, o como lo demás esperaban que se comportara. Otros, incluso el médico que la atiende la dicen que se ha sanado. Pero ella sabe que eso no ha ocurrido, y que va a pasar un tiempo de espera para que pueda vivir con la enfermedad. No sabe si el Señor la va a curar del todo. Pero si tiene claro que la vida va a ser distinta. No será como antes pero las circunstancias y la providencia en Dios le ayudarán a descubrirlo.
La enfermedad sigue su curso. Muchas veces con desesperanza y desánimo. Otras con alegría. Pero no es del todo estable. En su vida hay cosas y momentos que no la permiten vivir en paz y de modo pleno. En muchas ocasiones se siente sola, incomprendida. En otras se sabe superada por la situación. Su conducta deja perplejos a muchos. Pero poco a poco llegan los amigos y hermanos con los que poder compartir su enfermedad. La vida empieza a cambiar.
En un siguiente momento ya sabe de su enfermedad. Pero las circunstancias de la vida no la permiten vivir de manera adecuada. Y de nuevo se pregunta cuando cambiara todo eso. El Señor parece que guarda silencio, y no se siente escuchada ni por él, ni por otros. Pero Dios siempre la escucha y en el momento adecuado llega la respuesta y en su vida se produce el cambio que ella deseaba.
La existencia parece que tiene sentido. Pero todavía no la puede vivir con plenitud porque hay síntomas de la enfermedad que ella no termina de entender. En muchos momentos llega la tristeza, y se pregunta cuando terminara todo eso. Pero sigue avanzando con la paciencia que otros muestran para su vida.
Poco a poco la vida empieza a cambiar. Los motivos que antes la hacían vivir en desasosiego desaparecen. Aunque aceptarlo supone un tiempo. Pero aparecen signos de esperanza. La persona encuentra las ayudas adecuadas. Los amigos y hermanos la ayudan a salir de la tristeza donde ella vivía. La oración y el trato personal con el Señor la permiten sentirse bien. Ella va cambiando y su entorno se hace más favorable. Puede poco a poco vivir en paz. Se puede entregar a los demás, y descubre gracias a la ayuda de otros sus dones y talentos. Aquellos dones que el Señor la ha regalado.
La existencia se llena de paz y amor. Puede vivir en medio del dolor y los síntomas de la enfermedad de manera nueva. Sabe que su vida tiene sentido. Y ante aquellos síntomas que antes no sabía encajar, empieza a descubrir que puede entregarse con ellos, y puede vivir de modo más pleno su enfermedad. Muchos de esos síntomas no van a desaparecer. Vienen y van. A veces suponen dolor. Ella ha podido descubrir que ayudas necesita en esos momentos. Pero se sabe sostenida por la mano de Dios. Y puede seguir caminando en medio de ellos, y con ellos, porque hay un Dios que la sostiene y la ama.
Aceptar una enfermedad supone un proceso de años en la vida de la persona. Pero solo cuando llega ese momento puede vivir feliz y en paz. La vida de oración la hace descubrir la voluntad de Dios en cada instante, y solo quiere vivir de ella. La entrega a los demás se hace cada vez más patente. Y la acogida del regalo de la amistad la hace feliz. En medio del dolor, y el sufrimiento, el pecado y la debilidad descubre que su vida tiene sentido. Se sabe amada por Dios y los demás. Puede amar. Reconocer lo que es. Y se puede entregar a otros.
La enfermedad que antes no aceptaba se vuelve un camino de santidad. Y si el Señor quiere que viva con ella, es porque quiere que se pueda entregarse a los demás y acoger el dolor del otro. La enfermedad es solo un medio para llegar al cielo. Y pueda en la resurrección experimentar que ese dolor ha sido transfigurado. Pero que ya en esta vida puede vivir ese cielo que la espera.
Belén Sotos Rodríguez