El pasado día 8 de octubre acudí al interesantísimo simposio que sobre el Holocausto había organizado el CITMA (Centro de Investigaciones sobre Totalitarismos y Movimientos Autoritarios) en los salones de la Comisión Europea de Madrid.
En ella participaba D. Juan Carlos Sanz Briz, hijo del gran protagonista de la proeza en la que consistió el rescate de judíos húngaros durante los tiempos del Holocausto nazi en una cantidad que él mismo fijó en 5.200, siendo ésta, efectivamente, la cifra que parece más probable y sobre la que existe el acuerdo más amplio entre los estudiosos del tema.
La tesis defendida por D. Juan Carlos Sanz Briz fue aquélla según la cual, ante el giro que había tomado la guerra mundial, con unas tropas nazis que se enseñoreaban de la capital húngara e iniciaban en Hungría, como habían hecho ya en el resto de Europa, la campaña sistemática de exterminio de los judíos, su padre, Angel Sanz Briz, encargado ocasional de la embajada española en Budapest ante la llamada a consultas a España del embajador Muguiro, pidió instrucciones a su ministro (Asuntos Exteriores) sobre qué hacer al respecto de los numerosos judíos víctimas de las sacas nazis. Y que ante la inexistencia de respuesta, procedió motu proprio, es decir, sin instrucciones del ministerio, -en definitiva, del Régimen-, al rescate de las víctimas de aquella infame persecución.
La versión de Juan Carlos Sanz Briz se coloca, indiscutiblemente, al abrigo de dos importantes circunstancias, igualmente convenientes cada una de ellas en los tiempos que corren.
Por un lado, la circunstancia que llamaríamos “política”, evitando vincular la persona de su padre a la de quien de un tiempo a esta parte se ha convertido en el verdadero "satán" de la historia española, Francisco Franco, cuya figura se intenta asimilar a la de un dictadorcillo no sólo cruel, sino además incapaz, tan incapaz que ni siquiera se enteraba de lo que pasaba en sus embajadas europeas (pues por cierto, la de Budapest en la que regía D. Angel Sanz Briz no era la única en la que se estaban salvando judíos). Y todo ello a pesar de que toda la carrera diplomática de D. Angel Sanz Briz, que llegó a ser nombrado por el Régimen primer embajador de España ante la República Popular China, se desarrolló al abrigo de dicho régimen.
Por otro lado, la circunstancia que llamaríamos “filial”, deseoso el ponente –no lo olvidemos, hijo del protagonista de los eventos- de atribuir todo el mérito de la heroica acción única y exclusivamente a su padre, desconociendo, quizás por exceso de celo, que compartir el mérito no tiene por qué redundar en detrimento del bien ganado por su progenitor.
Y todo ello estaría muy bien de no ser porque los hechos, -y lo que es peor, los hechos demostrados y probados hace ya tiempo y puestos ya negro sobre blanco- desmienten una versión, no por conveniente desde el punto de vista tanto político como filial, menos falsa de toda falsedad y absolutamente inconsistente desde el punto de vista histórico.
Para desmentirlas debería bastar la mera constatación de que los componentes del cuerpo diplomático de los países no actúan a espaldas de los gobiernos a los que representan. Primero por una cuestión de mera lógica; segundo por una cuestión de imposibilidad casi metafísica: nada es más fácil que cesar a un diplomático díscolo o poco afecto o leal. Pero por si dicha evidencia no fuera suficiente, las pruebas bien conocidas y contrastadas al día de hoy desautorizan la versión de Juan Carlos Sanz Briz hasta convertirla en ridícula, dejando en situación algo más que delicada a quien la defiende.
Están en primer lugar esas “embarazosas” declaraciones realizadas por D. Angel Sanz Briz que recoge uno de las obras más importantes escritas hasta la fecha sobre el tema, “Franco y el Holocausto”, del Profesor Bernd Rother, miembro del Centro Moses Mendelssohn de Estudios Judíos Europeos de Potsdam e investigador en la Fundación Willy Brandt, quien, por cierto, no se declara precisamente ferviente admirador de Francisco Franco.
Pues bien, en dicha obra y sobre el tema que nos ocupa, puede leerse que D. Angel Sanz Briz “sostuvo en 1964 que Franco, después del derrocamiento de Horthy, le había encargado a través del Ministerio de Asuntos Exteriores salvar a tantos judíos como fuese posible” (op. cit. pág 370).
Y en nota a pie de página que hace la número 39, el texto que sigue:
"MOLHO, Isaac R. “Un hidalgo español al servicio de Dios y la Humanidad: D. Angel Sanz Briz” en Tesoro de los judíos sefardíes, VII (1964), pp. XXXII-XL, p. XXXIV”
En su obra “En nombre de Franco” presentada en 2013, el escritor y periodista Arcadi Espada, al que pocos en España tildarían de franquista, en colaboración con Sergio Campos, nos da una pista sobre las declaraciones de D. Ángel Sanz Briz en aquella ocasión, que serían las que siguen:
“Si para algo sirve mi narración le ruego que no la utilice dando mi nombre ya que ningún mérito tengo en ella, pues me limité a cumplir las órdenes de mi Gobierno y del General Franco” (op. cit. pag. 144).
Alguien podría afirmar que qué iba a hacer Sanz Briz en 1964 ante un dictador “tan feroz” (aunque por otro lado tan estúpido e incapaz, según hemos visto más arriba) como Franco, -al que, sin embargo, servía como diplomático-, sino alabarle un mérito aunque no lo tuviera, cobarde actuación que dejaría -convengamos- a nuestro diplomático, en una posición poco airosa, difícilmente compatible con la valerosa y arriesgada que se supone mantuvo en los difíciles días de su misión en Budapest.
Sin embargo, no es eso todo, y al día de hoy, ni siquiera lo más importante. Porque gracias al impecable trabajo desarrollado por los mismos Arcadi Espada y Sergio Campos, hoy sabemos perfectamente que esa respuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores, y bien al contrario de lo que, contra toda evidencia, afirma D. Juan Carlos Sanz Briz, SÍ EXISTIÓ, y fue muy clara.
Nos lo cuentan ellos mismos en la página 92 de su libro ya citado “En nombre de Franco”, en el que podemos leer:
“El ministro Lequerica [a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de Franco, la nota es mía] no tardó en reaccionar, enviando precisas instrucciones tres días después a Sanz Briz. Su prosa era como una alfombra:
“Embajador Washington a petición representante Congreso Judío Mundial ruega se extienda protección a mayor número judíos perseguidos. Sírvase V.E [es decir, Sanz Briz] informar en qué forma se puede atender a lo solicitado con mayor espíritu de benevolencia y humanidad y tratando de buscar soluciones prácticas para que la actuación de esa Legación resulte lo más eficaz posible y abarque en primer lugar a los sefarditas de nacionalidad española, en segundo lugar a los de origen español y finalmente, al mayor número posible de los demás israelitas”.
Instrucción que es per se suficientemente clara y precisa, pero que, por si no lo fuera, todavía será reiterada por el ministro de manera aún más taxativa (si cabe):
[…] Sanz Briz contestó rápidamente al ministro que en Hungría no había sefardíes y que la única fórmula de protección eficaz de los perseguidos era la de proveerlos de pasaportes españoles. El 27 de octubre el ministro autorizaba sus planes, y con entusiasmo:
“Muy urgente. Apruebo fórmula que propone, poniendo el mayor empeño en que la protección sea eficaz y autorizándole ampliamente para hacer lo necesario para ello”.
Corren tiempos tristes en los que la historia se escribe al albur de felices ocurrencias repetidas miles de veces y elevadas a oficiales por ley. No sería de extrañar que una nueva Ley de Memoria Histórica imponga en su articulado que la labor de salvamento de judíos de los numerosos diplomáticos en las embajadas españolas de toda Europa fue realizada a espaldas del Régimen y contra su expresa y manifiesta voluntad, con cuantiosas multas y por qué no, penas de cárcel también, a cuantos intenten demostrar -y demuestren- que eso no fue así.
Pero entretanto eso ocurre y la historia la sigan escribiendo las personas llamadas "historiadores" –situación que no sé cuánto tiempo puede durar ya- NO NOS QUEDA SINO ACEPTAR QUE EL VALIENTE DIPLOMÁTICO ESPAÑOL D. ÁNGEL SANZ BRIZ ACTUO CON INSTRUCCIONES MUY CLARAS, NÍTIDAMENTE CLARAS, DEL RÉGIMEN AL QUE SERVIA, Y EN EL QUE, POR CIERTO, DESARROLLÓ SU ENTERA Y NO POCO BRILLANTE CARRERA.
Intentar defender otra cosa sólo puede ser resultado de un ejercicio deliberado y obstinado de oportunismo, mala fe, mala voluntad, falsificación o desconocimiento inexcusable.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día, o bien ponerse en contacto con su autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es