Cuando las cosas nos van mal o son difíciles, cuando por más que pensemos no se nos ocurren soluciones a los problemas o las que encontramos no son fáciles, nos puede pasar lo que a Moisés, que le dijo a Dios: “Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, hazme morir, por favor, si he hallado gracia a tus ojos; así no veré más mi desventura” Num 11, 14-15
Moisés siente cansancio e impotencia, está harto de que el pueblo de Israel no le haga caso y se siente agotado, frustrado y totalmente incapaz de reconducir la situación hacia donde Dios le ha pedido. Se desanima del todo y sólo quiere morirse.
Bueno, eso es lo que él cree, que quiere morirse, pero en realidad lo que quiere es que Dios le escuche de una vez y le ayude, que haga algo porque a él nadie le hace ni caso.
A veces parece que Dios no nos escucha pero nada más lejos de la realidad. Dios escucha siempre y aprovecha esa situación difícil porque no está sordo ni ciego y da una respuesta, pero a veces no es la que esperamos.
Cuando le pedimos algo a Dios en la oración puede respondernos de 3 formas:
1-Sí (ahora mismo te doy eso que me pides)
2-Todavía no (voy a hacerte esperar para que purifiques tu intención, o para que aprendas a perseverar en la oración, o porque…)
3-…Tengo algo mejor para ti.
Si nos da enseguida lo que pedimos nos sentimos satisfechos, contentos, Dios es genial y todo va súper bien. Pero si nos hace esperar nos parece que no nos escucha y nos sentimos fatal porque además de tener un problema nos entra el sentimiento de soledad y abandono por parte de Dios
Aunque tengamos ese sentimiento, aunque nos entren ganas de morirnos o de meternos en un agujero y no volver a salir debemos confiar porque Él escucha, Él cura, Él salva. No debemos encerrarnos en nuestro agobio sino actuar, poner por obra lo que nos dice. Cuando hablamos con Dios en la oración de nuestras dificultades, de nuestros problemas, de lo que nos agobia y nos quita la paz, el sueño y hasta el hambre Él nos escucha y nos contesta.
Esa idea que se te ocurre, esa persona a la que recuerdas de pronto y que te puede ayudar, eso son respuestas que te da Dios. Lo hace así para que no te asustes al oír su voz. ¿Te imaginas cómo sería si oyeras una voz sobrenatural diciéndote: “Fulanito”, “Menganita”, soy Dios y te estoy escuchando y lo que tienes que hacer es esto o aquello”? Te morirías del susto y asunto arreglado, problema fuera.
Bromas aparte a veces se nos ocurren cosas que podemos hacer para solucionar un problema pero esas soluciones tampoco son fáciles de poner por obra. ¿Qué pasa entonces? Que por un lado tenemos paz interior porque estamos seguros de que Dios nos lo ha sugerido pero por otro nos llenamos de ansiedad porque sabemos que no va a gustar en nuestro entorno o no lo van a entender o no lo verán como nosotros.
¡Pues vaya, para eso casi mejor que no nos escuche! No, no, no, de eso nada. La ansiedad es compatible con la paz interior porque la ansiedad es una reacción de la mente y del cuerpo ante algo que nos asusta o nos preocupa, y la paz interior viene del espíritu y nos la da Dios.
En el evangelio vemos que cuando alguien pide un milagro a Jesús, éste le pide que manifieste su confianza no porque no quiera hacer el milagro, pues al pedirlo ya está mostrando su fe, sino para que otros crean.
A veces nos puede pasar cuando estamos de bajón que le decimos a Jesús: “confío en ti pero estás en la cruz, ¿qué vas a poder hacer desde ahí? ¡Si Tú estás peor que yo!” Pues es verdad que parece un perdedor pero ¿sabes qué? que Jesús triunfa después de la cruz, 3 días después de estar muerto y enterrado, cuando ya nadie más que su Madre esperaba nada de Él.
A mí me pasa desde hace tiempo que quiero y deseo confiar en Dios sin fisuras pero me queda un restito de desconfianza, como si algo me impidiera confiar al 100%. Eso me quita la paz porque deseo sinceramente confiar y abandonarme en sus manos. Entonces pienso que Dios no quiere quitarme la paz, el que quiere eso es el Cacas, y me doy cuenta de que lo que Dios quiere es que persevere en mi petición, que sea humilde y reconozca mi imperfección.
¿No te ha pasado nunca que cuando confías en alguien o en algo te liberas de un gran peso? Eso es porque dejas de sentir miedo.
Y si te da miedo hacer eso que Dios te ha sugerido, pídele no tener miedo, pídeselo porque Dios te regala el no sentir miedo si se lo pides.