Ya se ha escrito mucho de ello durante todos estos meses. En la pandemia de gripe de 1918, a diferencia de otras epidemias de gripe que afectan principalmente a niños y ancianos, sus víctimas fueron sobre todo jóvenes y adultos con buena salud, y también animales. Se considera la pandemia más devastadora de la historia humana, ya que en solo un año mató entre 20 y 40 millones de personas. Tras registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico. Ser el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia se conociese como la Gripe Española. Y a pesar de no ser el epicentro, España fue uno de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 personas fallecidas.

El doctor Emilio Gil Sastre en la portada de El Castellano de Toledo, del 20 de junio de 1918 recomendaba «no perder el tiempo con la aspirina y el agua de limón… Yo administro: sudoríficos, bebidas abundantes, diuréticos (teobromina) y suero antidiftérico si el estado infeccioso en muy pronunciado». Los primeros casos registrados en España eran aún lejanos y nada hacía prever que pueblos como Pulgar, al pie de los Montes de Toledo, llegasen a perder a casi un centenar de sus vecinos en apenas un par de semanas.

He escrito montones de veces que los mártires lo fueron porque eran santos pastores. Estuvieron preparándose para el martirio durante décadas... ya sabían de sobra qué era dar la vida. Esta crónica es de casi 20 años antes de que sufriera el martirio el siervo de Dios Ignacio Estrella y EscalonaNatural de La Puebla de Montalbán (Toledo) había nacido el 1 de febrero de 1881. Tras realizar sus estudios en el Seminario Metropolitano, recibió la ordenación sacerdotal, el 8 de marzo de 1905. Entre sus primeros destinos es enviado en 1907 a la parroquia de Hormigos (Toledo). En julio de 1912 toma posesión de la parroquia de Noez (Toledo). Varias son las noticias que encontramos referidas a sus tareas pastorales (fiestas patronales de pueblos vecinos o predicaciones); pero, sin embargo, las mejores loas a don Ignacio le llegan por su actuación ante la devastación que trajo la gripe de 1918.

DE NOEZ. LA EPIDEMIA

Así titulaba esta noticia El Castellano del martes 19 de noviembre de 1918. Firmada por C. Izquierdo en ella se lee:

«Triste ha sido la situación por la que este vecindario ha pasado durante un mes invadido por la epidemia reinante, llevando a multitud de hogares recuerdos imperecederos que jamás se borrarán de nuestra mente, viendo cómo se estacionó en esta villa, llevándose a seres queridos. Difícil sería describir las grandes angustias porque hemos atravesado, viéndonos invadidos y sin poder auxiliar, dadas las desgraciadas circunstancias de que la mayoría de las familias estaban invadidas; pero la Divina Providencia supo auxiliarnos, dándonos a nuestro querido y respetado párroco, don Ignacio Estrella y Escalona, para que él se colocara allá donde había mayor peligro, llevando los auxilios espirituales, que sin descanso ha sabido llevar a todos los hogares que lo han necesitado, sin mirar que exponía su vida, colocándose al lado de los enfermos para que no murieran sin recibir los auxilios de la divina gracia.

Nuestro querido párroco no ha mirado en esta triste situación el riesgo que corría su vida, ni tampoco que tenía una madre, que, si moría él, la dejaba sola en este mundo. ¿Acaso no pensaba esto? Sí, lo reflexionaba, pero quería ante todo este ejemplar y celoso sacerdote, cumplir con su sagrado ministerio, llevando a sus feligreses no solamente los auxilios espirituales, sino también los del cuerpo, teniendo que acercar alimentación a los enfermos por encontrarse toda la familia en su lecho. Y no solamente ha sido médico del alma, sino también del cuerpo; pues nuestro querido amigo don Esteban M. Puerta murió de esta epidemia.

A pesar de reconocer la humildad en nuestro respetable párroco, pues es de aquellos que siguen el consejo evangélico: Lo que hace tu mano derecha no lo sepa la izquierda; sin embargo, con este temor y todo no quiero dejar de tributar este elogio a la caridad y al heroísmo que ha sabido ejercer hacia su feligresía».

Cuando estalló la guerra civil ejercía en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán del pueblo de Pulgar (Toledo), pero por haber ocupado antes la del pueblo cercano de Noez (Toledo), decidió trasladarse a esta localidad desde el 18 de julio, con su familia, a la casa del Siervo de Dios Rufino Esteban Manzanares, ecónomo de la misma. Aunque Don Ignacio no hallaría la salvación que esperaba.

El día 25 de julio, fiesta del Santiago Apóstol patrón de España, estando Don Rufino en el templo para disponerse a celebrar la santa misa con algunos feligreses, los milicianos invadieron la iglesia. Le obligaron a quitarse los ornamentos y hasta la sotana, para después encerrarle en la torre, con el pretexto de que vigilara posibles incursiones de adversarios. Luego le permitieron regresar a su casa, permaneció allí hasta ser detenido con Don Ignacio.

Finalmente, el 8 de agosto de 1936 eran detenidos los dos sacerdotes y conducidos hasta la localidad próxima de Polán (Toledo) y allí se les obligó a bajarse del vehículo que los transportaba, ordenándoles que se volvieran de espaldas, pero ambos se negaron. Apretando el rosario entre sus manos, Don Rufino les dijo:

Los seguidores de Cristo son valientes y mueren de cara a los que los matan.

Murieron perdonando a sus asesinos.