Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51-52)
Las palabras de Cristo en las que se define a sí mismo como “pan”, como alimento que da la vida, no son sólo metáforas o símbolos. La fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía nos permite entender lo que era casi imposible para la mentalidad judía de la época de Cristo. Nosotros sabemos, por fe y por experiencia, que ahí está verdaderamente presente el Señor y que alimentarse de su carne y de su sangre lleva consigo la vida.
Sin embargo, esto –la ayuda que recibimos del Señor- es sólo un aspecto de la Eucaristía. Hay otro: Cristo se nos da como alimento no sólo para fortalecernos a nosotros, sino para que, recuperados de nuestras fatigas, llevemos la fuerza que de Dios hemos recibido a los que carecen de ella.
Por eso, esta semana, la “palabra de vida” nos invita a intentar ser nosotros alimento para los demás, fortaleza y consuelo para los demás, lo mismo que el Señor lo ha sido y lo sigue siendo para nosotros. Si Cristo ha sido alimento para nosotros, seámoslo nosotros para todos aquellos que están necesitados de ayuda, de consuelo, de esperanza.