Estamos viviendo un tiempo absolutamente excepcional que pasará a la historia porque un bicho microscópico puso en jaque a todo el globo… puso al mundo de rodillas.
Varias son las actitudes que esta postura transmite y hojeando la biblia he encontrado algunas que voy a reflexionar:
Humildad y súplica. Es, sin duda, la primera actitud que emerge ante una situación vital donde se reconoce la pequeñez y debilidad del hombre frente a lo que le desborda y lo supera. Así, Moisés se pone de rodillas en el monte Horeb ante la gloria de Dios que pasa proclamando su eterna misericordia. El patriarca que ha subido por segunda vez con dos tablas de piedra y no es la primera vez que trata con Dios, se repone rápidamente del estupor y, con su intrépida confianza, aprovecha a pedirle misericordia para su pueblo “aunque sean un pueblo de dura cerviz” (Ex 34, 8-9).
En los evangelios dos figuras caen de rodillas ante Jesús para mostrarle su máxima humildad y su ruego suplicante. Uno es un desconocido, un descartado, un paria que sabe de su indigencia y no tiene nada que perder pero reconoce quién es el que tiene poder para salvarle: “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1, 40). El otro es el jefe de los apóstoles que se sobrecoge ante el poder de Jesús cuando llena sus barcas de peces, después de su infructuosa brega de la noche: “Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.»” (Lc 5, 8).
Y existe un momento sublime de humilde entrega, que es relatado en los Hechos de los apóstoles, protagonizado por el primer mártir de la iglesia: “Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y diciendo esto, se durmió” (Hch 7, 59-60).
El signo más básico de humildad es reconocer a quién pertenecemos, quién nos ha creado y cuál es nuestro destino. En la era del racionalismo, no hay mayor irracionalidad que pensar que venimos del azar, que nuestra vida es conjunto de accidentes aleatorios y nuestro destino es la soledad y la nada. “Entrad, adoremos, prestémonos, ¡de rodillas ante Yahveh que nos ha hecho! (Salmos 95,6)
Adoración y oración. En muchos episodios el creyente se postra ante su Dios para orar y adorar. Por ejemplo, como uno de los pocos buenos reyes antes de la deportación, Ezequías, al terminar la profunda reforma eclesial llevada a cabo en el templo: “Consumido el holocausto, el rey y todos los presentes doblaron las rodillas y se postraron” (II Crónicas 29,29).
El sacerdote Esdras, unos siglos después, al volver del destierro y advertir que su pueblo nuevamente tiende a la infidelidad: “A la hora de la oblación de la tarde salí de mi postración y, con las vestiduras y el manto rasgados, caí de rodillas y extendí las manos hacia Yahveh mi Dios” (Esdras 9, 5).
El profeta Daniel ora de rodillas en un ejercicio de temeraria fidelidad al Señor, que le valdrá acabar en el foso de los leones (Dn 6, 11). Pedro se arrodilla para orar y resucitar con el poder del Señor a una discípula llamada Tabita (Hch 9, 40). Y el mismo Jesús pasó la noche en el huerto de los olivos, pidiendo al Padre la capacidad para aceptar su destino: “Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba” (Lucas 22,41)
En la sociedad tecnificada y materialista en que vivimos nos hemos creído dioses intocables, seres eternos con derecho a todo. Pero la realidad es otra y el virus nos lo ha recordado. La reflexión sobre la vida y la muerte nos golpea a diario y lo trascendente se hace inevitable. Somos pequeños, débiles… mortales.
“Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y no será vana: Que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en Yahveh hay victoria y fuerza! A él se volverán abochornados todos los que se inflamaban contra él” (Isaías 45,23-24)
Ternura y consuelo. Pero para el creyente la relación con la vida, consigo mismo y con Dios, no es de esclavitud o de triste resignación sino de confianza y amor.
Hay otra imagen bíblica, preciosa y llena de ternura, que tiene que ver con las rodillas aunque no es de postración sino de descansar la cabeza en las rodillas de una madre. Así, el gran profeta Eliseo realiza un milagro, resucitando al hijo de una sunamita que habiendo enfermando repentinamente, no pudo hacer por él más que ser su lecho de muerte: “Lo tomó y lo llevó a su madre. Estuvo sobre las rodillas de ella hasta el mediodía y murió” (II Reyes 4,20).
Es la auténtica imagen de la virgen de la piedad que no puede sufrir más con el cuerpo sin vida de su hijo sobre sus rodillas. María es la que nos enseña a amar a Dios y a los hombres.
Y es que el amor de Dios es lo único que en estos momentos puede consolar nuestros corazones y acariciarnos con su ternura y protección… incluso y sobre todo, para los que se está llevando con él.
“Porque así dice Yahveh: Mirad que yo tiendo hacia ella, como río la paz, y como raudal desbordante la gloria de las naciones, seréis alimentados, en brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados. Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré y por Jerusalén seréis consolados” (Isaías 66, 12-13)
Por tanto: “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará” (Isaías 35,3-4)
Porque no estamos hechos para la muerte sino para el amor y la vida... Y la vida con mayúsculas: la vida eterna.