Hay momentos en la vida de oportunidad. Mandela supo verlo cuando, en 1995, se celebró el campeonato mundial de rugby, haciendo del capitán del equipo nacional de Sudáfrica un líder. Un equipo sin ninguna perspectiva de triunfo que en un año da un giro, y no sólo gana la copa del mundo sino que, bajo el lema "Un equipo, un país" se convierte en un elemento de unidad de la nación, trascendiendo hermosamente prejuicios raciales.
Al capitán del equipo sudafricano, tras el primer encuentro con Mandela, se le abre un mundo nuevo, más allá de la educación racista en la que ha crecido. La fortaleza de carácter asentada en nobles valores que Mandela se labra en los 27 años de cárcel le deja sin palabras y le impulsa a vivir según unos altos ideales. Su equipo ya no es sólo de rugby, sino que va a ser la plataforma para alcanzar la paz social.
Es lo que vimos en Invictus, la película sobre Mandela que Clint Eastwood estrenó hace unos meses.
Ayer, después del partido, con qué gusto cogía los banderines para ondearlos con orgullo y alegría, como muchos, muchísimos españoles. No se puede hacer un paralelismo con lo que pasó en Sudáfrica, porque las diferencias son notables. En nuestro caso, la victoria no ha sido tan deseada por el gobierno, al menos de modo explícito, como factor de unidad nacional. Nuestro fenómeno ha sido inverso, parece que el deporte viene en nuestra ayuda para decirnos que sí, es posible, una nación unida.
Sin ser aficionada, he visto en el fútbol una oportunidad. Ayer vi un fútbol, el español, lleno de humanidad, de valores, un seleccionador que me ensanchó el corazón y me hizo exclamar: ¡Qué maravilla! El futbol me ha hecho compartir un estupendo rato en familia y ha reforzado mi sentimiento patriótico. Me ha invitado a ondear la bandera y a sentirme orgullosa de unos jugadores emocionados, luchadores y de nivel humano. Además, sin entender demasiado, el contraste con el juego bajo y bastante rastrero del contrincante, España, a través de sus jugadores, brillaba.
Brillaba el valor, el esfuerzo y la elegancia de un equipo. Y en ese sentido, destaca el entrenador, Vicente del Bosque, a quien le preguntaron varias cosas nada más acabar el partido, y respondió con mucha serenidad. Estaba feliz, muy contento, pero no desatadamente eufórico. A la pregunta de si era el día más feliz de su vida respondió que más que de un día, prefiere hablar de toda una carrera. Y parece que puede hacerlo, pues luego lo que resaltó de su equipo fueron valores y principios. Me quedo con el entrenador, con las camisetas recordando al amigo difunto, la emoción, las sonrisas. ¡Me quedo con España!
¡Qué gusto! Un fútbol así, que transmite algo más que dinero, juego o victoria. En un deporte que es espejo para miles de personas, qué alegría que se oiga la palabra valores, unidad, compañerismo... Ayer imaginaba que la mayor parte del mundo deseaba que ganara España, pues al fin y al cabo, puestos a elegir, creo que siempre nos inclinamos hacia los más alegres, más humanos, más simpáticos, y con valores.
Es una oportunidad para España. Es verdad, como algunos dicen, que hoy las hipotecas y la crisis son las mismas. Sin embargo, la oportunidad de aprovechar este filón de unidad esta ahí, somos muchos los que hemos ondeado las banderas españolas, más por el gusto de hacerlo que por la victoria futbolística. ¿Sabrá alguien aprovechar este sentimiento auténtico, libre de complejos? ¿Tendrá, en España, alguien tanta visión para gestionar esta belleza? ¿O es que hay que ser Mandela, y haber pasado 27 años en la cárcel, para tener una visión distinta y trascendente?