Cuando Jesús Eucaristía sale del sagrario y se queda expuesto en la custodia todo cambia. Es Él el que habla si se hace silencio en el corazón. Si además se suma que es de noche y se está adorando unido a un turno de adoradores nocturnos, lo que puede suceder siempre va a ser algo muy grande, porque estamos metidos con Jesús en la soledad de la noche, haciéndole compañía y orando con Él al Padre por medio del Espíritu Santo.

No es una noche cualquiera, es la noche del 13 de agosto de 2021, donde hacemos memoria de los beatos mártires claretianos de Barbastro. Hemos celebrado la misa para unirnos a ellos y luego sigue la adoración de la noche. Se cumplen 85 años de una matanza que ha hecho historia en España y en toda la Iglesia; y por algo ha sido llevada al cine con el título Un Dios prohibido. Un seminario casi al completo es martirizado por llevar la sotana. No quieren quitársela ni renunciar a su fe. Por eso matan a 51 claretianos entre el 2 y el 18 de agosto. Además lo hacen con alevosía y recreándose en el dolor que supone para los que tienen que vivirlo. Asaltan el seminario el 20 de julio. A los superiores los llevan a la cárcel del pueblo y al resto al salón de actos del colegio de los escolapios que se convierte en cárcel de religiosos.  En los pisos superiores también van a parar los monjes benedictinos del monasterio del Pueyo antes de ser ejecutados. Un colegio de enseñanza se convierte en una escuela de estudios espirituales superiores donde  se preparan unos cuantos jóvenes religiosos de vida activa y contemplativa que sueñan con traer a Cristo entre sus manos y llevarlo a los que el Padre ponga en su camino. También hay algunos religiosos ya ordenados sacerdotes y el obispo en lugar aparte. Todos viven allí el amor a Cristo Eucaristía mientras pueden tener la dicha de comulgar cada día a escondidas.

Vamos al semisótano donde se encuentra el salón de actos del colegio que acoge a estos jóvenes claretianos. Son 46, los 3 superiores están la cárcel y dos enfermos en el hospital. De esos 46 sólo 5 son sacerdotes, el resto son seminaristas que andan entre los 21 y los 25 años. Es el 20 de julio y hasta el 12 de agosto no empiezan a sacarlos para matarlos. Más de 20 días encerrados en un salón sin poder apenas lavarse ni refrescarse salvo cuando les dejan unos botijos de agua que tienen que racionar con mucha habilidad para el bien de todos. Llega la madrugada el 12 de agosto y se llevan a los 6 de mayor edad. Quedan los más jóvenes solos ante la jauría que no deja de acosarlos por las ventanas que dan a la calle o por la puerta de esa cárcel improvisada. El 13 de agosto son fusilados 20 y el día 15 los 20 restantes. Siempre de noche, a la hora de las tinieblas.

A esas horas de la noche revivimos estos hechos desde la adoración nocturna. Es antes de las horas de las matanzas, pero es de noche y estamos ante Jesús Eucaristía. Leemos el testamento de los mártires de Barbastro. No lo escribe uno de los mayores, sino uno de los jóvenes que tiene un fuego especial conocido por sus compañeros. Le invitan a dejar por escrito una despedida para la Congregación de la que son hijos: Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Es el beato Faustino Pérez, natural de Baríndano, un pueblo situado a los pies de la sierra de Urbasa en Navarra. Con lo que escribe a sus 25 años demuestra que está preparado para todo lo que se acerca y poder ser un misionero de talla especial durante toda la eternidad. En silencio adorador, antes de la lectura de este texto de antología, una luz recorre todo mi ser para hacerme ver que esa despedida que escribe el joven misionero es en sí misma una auténtica y admirable enseña de la vivencia eucarística: alabanza al Padre, sacrificio del Hijo y ofrenda en el Espíritu Santo.

La Eucaristía es toda ella una alabanza al Padre, alabar a Dios Padre por las maravillas que obra. Si no se alaba al Padre no salimos de nosotros y nos quedamos sin entrar en la grandeza de la Eucaristía que el beato Faustino describe así de real poco antes de alabarle gritando Viva Cristo Rey cuando lo llevan a fusilar: “Querida congregación. Hoy 13, han alcanzado la palma de la victoria veinte hermanos nuestros. Y mañana, día 14, esperamos morir mártires los veinte restantes. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios!”. ¡Da gloria a Dios por la muerte de sus hermanos y por la que van a vivir los que quedan! ¡Eso es vivir en Dios y para Dios y hacer vida la celebración de la eucaristía! ¡Todo para gloria de Dios! ¡Nada de quedarse en uno mismo sino dar siempre gloria al que da la vida en un momento y la pide en otro para vivir siempre en la gloria eterna del Padre! ¡Gloria a Dios! ¡Adorar en la noche es dar gloria a Dios! ¡Ensalzar, alabar y cantar a Dios Padre ante su Hijo presente en la custodia es algo que llena el alma y nos une al beato Faustino! ¡No sólo celebrar la eucaristía, sino adorar la eucaristía para vivir la plenitud de la vida en Cristo que el Padre quiere para todos sus hijos! Alabar siempre a Dios y darle gloria es lo que da la fuerza sobrenatural a Faustino para ese trance final que le abre las puertas de la eternidad.

La alabanza al Padre en la eucaristía nos prepara a vivir el sacrificio de su Hijo, esto es la eucaristía, revivir el momento de la muerte de Cristo en la cruz que derrama su Sangre para el perdón de los pecados.  El sacerdote se une a Cristo en el sacrificio y bebe la Sangre, pero los mártires son aquellos que renuevan el sacrificio del Calvario cuando su sangre queda también derramada sobre la tierra después de ser asesinados. El beato Faustino no tiembla ante el momento de la sangre, no duda en que va a llegar muy pronto, y sabe muy bien el sentido de ese acto que le lanza a orar unido a sus hermanos vestidos todos con la sotana: “Rogamos todos pidiendo a Dios que la sangre que caiga de nuestras venas no sea sangre vengadora, sino sangre que estimule tu desarrollo por todo el mundo”. Faustino no llega a ser sacerdote, pero su sangre sí es derramada junto a sus compañeros de seminario recordando que no hay que vengar su muerte sino buscar el perdón y la unidad. A ello se suma la extensión de su Congregación y con ella el crecimiento de la Iglesia. La sangre de Faustino se entrega por amor para que dé nueva vida, nuevas conversiones, nuevas vocaciones. Ellos no ha podido ser sacerdotes, pero desde el cielo seguro que piden al Padre que el Hijo suscite nuevas vocaciones. Vocaciones que den vida a una Iglesia que necesita renovación y jóvenes que digan sí a Dios para llevar a Cristo a otros jóvenes y no tan jóvenes que viven alejados de este misterio tan grande: celebrar la eucaristía cada día y beber la Sangre de Cristo que da la vida eterna. 

Si la sangre es Sangre es porque deja de ser vino para convertirse en la Sangre de Cristo. Nos falta el Espíritu Santo que consagra la ofrenda. La efusión del Espíritu toca también al beato Faustino que pone en su corazón lo que deja por escrito al final de este testamento: “Adiós, querida Congregación. Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolores y angustias en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo”. Es Dios Espíritu Santo el que obra la maravilla de convertir el vino en Sangre y de abrir los ojos a un joven que nos enseña a ofrecer todo en la eucaristía. El dolor y la angustia más amarga que se acercan cuando llega el momento de la muerte se quedan envueltos en el amor de unas almas que buscan a Dios; porque la fidelidad y generosidad de tantos jóvenes se abren a la perpetuidad del amor a Cristo presente en la eucaristía. Si no se ofrece todo en la eucaristía y no nos dejamos llevar por el Espíritu Santo cuando adoramos al Hijo, no entraremos nunca en lo más grandioso del misterio de amor que se encuentra ante nosotros cada vez que venimos a adorarlo de noche. Los santos de todos los tiempos así lo han vivido. Y los de ahora también, el beato Faustino nos muestra con toda pasión que Dios Espíritu Santo llena los corazones y es capaz de todo para que sea más fácil recorrer el camino hacia  la gloria a eterna.

A todo ello se suma la Madre. Sin la Virgen María no hay  Jesús Eucaristía. Es María la que nos entrega al Hijo y nos pone en camino. María viste, empuja y recuerda siempre al beato Faustino y a sus compañeros que no se pueden alejar nunca de su Hijo: “Los mártires de mañana, catorce, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción. ¡Y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y moriremos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron”. Vestidos con la sotana estos jóvenes entregan su vida a Dios. Saben que su Madre los está esperando y sufre mucho por ellos como cuando su otro Hijo muere en la cruz. Los quiere tanto que les concede la gracia de subir al cielo el día de la Asunción.

Sigue el silencio a la lectura de este texto que siempre me estremece. Hago por dentro una reflexión; hoy se ven pocos jóvenes religiosos con hábito, pero en aquellos años abundaban. No perdamos la esperanza de vivir en una Iglesia donde los jóvenes vuelvan a querer vestir la sotana y el hábito y decir a todo el mundo que su vida es Cristo y el momento más importante de su jornada es la celebración de la santa misa como sacerdotes de Jesucristo. Entonces me brota una oración ante Jesús Eucaristía por los hijos de los adoradores nocturnos que están presentes y tienen esos años o aún no han llegado, jóvenes entre 21 y 25 años, que tienen toda una vida por delante. Los pongo bajo la intercesión de esos otros que tenían todo preparado y bien determinado: caminar hacia el cielo, cantar la gloria de Cristo Rey, derramar su sangre para fecundar la Iglesia y ofrecer su vida para cambiar la manera de vivir de aquellos que no creen en Dios y antes de matarlos, por no querer quitarse la sotana y renegar de su fe, los tienen durante casi un mes provocándoles para que se unan a ellos y concederles la libertad. Saben que son libres de verdad, mucho más que esos que andan por la calle y hacen lo quieren con ellos, pero en el fondo no viven en libertad. En silencio le pido a Jesús Eucaristía que los hijos de los adoradores nocturnos alcancen esa misma libertad que un joven como ellos, hace 85 años, contagia y deja por escrito en un testamento sin par.