Toda España vio anoche cómo somos capaces de vencer la Copa del Mundo. Seguro que alguno pensará que tuvimos mucha suerte, o que Holanda jugó mal, y no, no es cierto; la verdad es que somos superiores, y lo fuimos todo el partido, como el resto del campeonato.
 
Mi hijo mayor fue a ver el partido a Cibeles. Con sus amigos, quería sufrir, animar y disfrutar en el centro de Madrid; quería vivirlo en directo. Tengo que reconocer que no me hizo mucha gracia que fuera. Nunca me han hecho mucha gracia las aglomeraciones, y me apetecía vivir nuestra victoria con él también; pero mi mujer ya le había dejado, así que no había nada que hacer, y tampoco quise entrar en polémica. Sólo le aconsejé que tuviera cuidado, y ¡a ganar!
 
Me perdí media hora de partido. Quería ir a correr un poco y no encontré otra hora peor para hacerlo. Y ¡mecachis! Pregunté a varios coches con los que me crucé (ningún humano andando por la calle) ¡y no tenían ni idea del resultado! Y yo escuchando petardos sin saber si eran goles en contra o a favor….
 
El caso es que, cuando llegué a casa, mi mujer e hijos estaban indignados con los holandeses, al igual que criticaban al árbitro sin descanso. Y todo porque Holanda se limitaba a hacer faltas y hablar con el árbitro para detener el juego constantemente. ¡Pues claro!, comenté yo, - si no hacen eso, no ganarán en la vida -. Y estoy convencido de ello. Si no llegan a parar el juego, protestar, hacer falta, juego marrullero,… habría sido imposible para ellos llegar a la prórroga.
 
¿Qué le pasa a la Iglesia? Lo mismo, idéntico. Sin el juego peligroso, la zancadilla, la protesta, la patada a seguir,…. nunca llegarían a la prórroga. Pero ¿qué pasó anoche? Que España ganó, ganamos todos, ¡somos campeones del mundo! Y ¿qué va a pasar con la Iglesia? Pues que seremos campeones en el final de los tiempos. ¡Cristo ya venció por nosotros! ¡Ya hemos ganado! Y estamos aquí para Él y por Él.
 
Campeones, campeones, oé, oé, oé.
 
Eduardo Palanca/Campeón del Mundo