Muy comentada ha sido la encuesta denominada “Valores sociales y drogas, 2010” realizada por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), la Obra Social Caja Madrid y el Plan Nacional sobre Drogas.
Hay sin embargo un aspecto de la encuesta, su conclusión final, que no he visto tan reflejado en los medios. En ella se distribuye la población española en cuatro tipologías fundamentales. Y vean Vds. los resultados.
El primero de los tipos es denominado “el ciudadano integrado”, y está compuesto por quienes “han asumido e incorporado las exigencias y posturas que nuestra sociedad plantea como condición formal de cómo deben ser las cosas”. Pues bien, dicha tipología afecta, según la encuesta, a un 47,5% de los españoles. ¿Muchos, pocos? Juzguen Vds. a tenor de lo que constituyen el resto de las tipologías. Porque el restante 52,5% de los españoles militan en tres tipologías diferentes a cual “más interesante”.
La primera es la del “egoísta militante, desde el conservadurismo”, definida por “tres rasgos fundamentales: el egoísmo, el incivismo y el conservadurismo”, la cual se distingue por “justificar comportamientos como mentir en provecho propio, robar en tiendas, hacer contratos injustos a los inmigrantes o trampear con las responsabilidades laborales; todas ellas conductas cuya justificación moral apunta hacia actitudes teñidas por el ventajismo egoísta”. Según la encuesta, integra la tipología a un 21,5% de los españoles.
La segunda es la del “trasgresor, desde el rupturismo sin alternativas”, caracterizado por “una actitud de desprecio relativo de los valores referentes a la autoridad, al respeto o a la vida digna, combinada con una justificación de comportamientos contrarios a la norma: emborracharse, faltar al trabajo, molestar a otros con ruidos, fumar en público marihuana, hacer trampas en los exámenes o con los impuestos, y conseguir beneficios personales de forma poco ética”. Integra la tipología ni más ni menos que el 16,2% de los españoles.
La tercera tipología transgresora es la del “asocial, desde el desprecio al otro”, un tesorito, caracterizada por estos cuatro rasgos:
“Primero, la asocialidad; se dicen totalmente despreocupados por lo que pase fuera de su círculo más íntimo, ya sea en su propia comunidad o en otros países; no es extraño que desvaloricen la política como instrumento de acción social. Después, una justificación de elementos claramente ventajistas, desde engañar a Hacienda hasta hacer trampas en los exámenes o mentir en provecho propio y comprar objetos robados. En tercer lugar, por describir una imagen muy negativa de sus conciudadanos, que serían vistos como consumistas, egoístas y poco responsables. Finalmente, como un rasgo muy característico, son quienes más llamativamente defienden la pena de muerte, muy por encima de la media del resto de los grupos”.
Afecta el mismo al 14,8% de los españoles.
Con mimbres como éstos y sobre todo con la entidad estadística que exhiben, ¿qué se puede construir? Existe un instrumento desde antiguo relegado en la acción política española, más aún desde la izquierda que desde la derecha, cual es el de la política educativa. A la vista de los resultados, urge hincar el diente sobre el problema, porque de no hacerse algo con urgencia, será demasiado tarde y el problema ya no tendrá solución.