En Marzo de 2008 se celebró un encuentro con Obispo de toda Europa en la Cada “Domus Galileae”, en el Monte de las Bienaventuranzas, promovida por el Camino Neocatecumenal. Se trataba de la Nueva Evangelización del viejo Continente. Asistieron ciento ochenta obispos. Se hace eco de aquel acontecimiento la revista Buena Nueva, en su número 22 (pp. 36-39), de donde extraemos las ideas que comentamos.
La Eucaristía que ponía fin al Encuentro fue presidida por el Cardenal de Viena Christoph Schönborn. Centró la Homilía en el tema de la defensa de la vida, acusando a Europa de una culpa de la que ahora debe arrepentirse. Querría deciros una cosa que me ha venido al corazón –afirma el Cardenal-, ¿Cuál es la culpa de Europa? Su culpa principal es el no a la vida. Europa ha dicho tres veces no a su futuro. La primera vez en 1968 (con el rechazo de la “Humane vitae”); la segunda fue en 1975, cuando las leyes del aborto han inundado Europa; y, la tercera, es la general aprobación por parte de muchos gobiernos del “matrimonio” de los homosexuales.
Fue contundente al Cardenal de Viena en esta acusación a todos por no haber llegado a tiempo, por no haber dado la batalla con más fortaleza. Llega afirmar dramáticamente: Europa se está muriendo por haber dicho no a la vida. Es cierto que muchos obispos han defendido con valentía y constancia este don tan grande de Dios. Y es verdad que los Gobiernos y los parlamentos democráticos no han escuchado a la Iglesia. Pero no es menos cierto que esta situación es también un pecado de nosotros, afirma Schönborn. La estadística que aporta, aunque conocida, es muy significativa y escalofriante, referida a Alemania: Por cada cien padres hay sesenta y cuatro hijos y cuarenta y cuatro nietos. Esto quiere decir que en una generación la población alemana, sin la inmigración, disminuye a la mitad.
Señala como excepción a ese pecado de cierta pasividad la actitud valiente del entonces Cardenal-Arzobispo de Cracovia, que llegaría a ser Juan Pablo II, y tomaría con fortaleza las riendas de una fabulosa defensa de la vida humana a nivel mundial. El entonces Cardenal Karol Wojtyla, con un grupo de 76 teólogos, envió todo un memorándum al Papa Pablo VI, en el año 1976, apoyándolo en aquella profética Encíclica que ahora estamos viendo como era, y sigue siendo, una llamada de Dios para que defendamos a su criatura más predilecta, el hombre.
La Iglesia –acusa el Cardenal de Viena- cuando llegó la ola del aborto estaba muy debilitada, muy acobardada por las potentes voces de los medios y los grupos de presión. Fue Juan Pablo II el que animó a dar la cara, a correr el riego de la impopularidad, del desprecio, de las calificaciones más ofensivas venidas de fuera y de dentro.
En la Homilía que estamos comentando afirma Schönborn: Todos conocemos cuánto dolor hay en quien ha abortado, arrastrando una vida triste. Somos corresponsables de esta tristeza de Europa. “Arrepentíos y convertíos” dice Pedro. Alaba a tantos laicos que en todas las partes del mundo han tomado la antorcha de la defensa de la vida con verdadera fortaleza y valentía. Gracias a tantas familias que acogen los hijos que Dios les manda, la humanidad sigue viva. Muchos cristianos corrientes acogieron la doctrina de la Iglesia y la hicieron suya, y hoy están promoviendo iniciativas audaces para intentar contener esa ola avasalladora como es la lucha contra la vida.
Para los Gobiernos, como el de España, el derecho a abortar libremente parece un triunfo de la progresía. Al que defiende la vida le colocan públicamente la etiqueta de facha y retrógrado, anclado en el pasado y anquilosado ideológicamente. Es una aberración inaudita, pero así es. Nos colocan el aborto en la puerta de casa, y anestesiemos al pueblo con futbol y vacaciones. Mientras nos entretenemos cientos de niños mueren cada día porque sus madres tienen el “derecho” a deshacerse de ellos. La humanidad está en peligro.
Juan García Inza