Qué es la Teoría de la Mente

Pensar moralmente exige un proceso madurativo por parte del niño, un desarrollo de la personalidad que anda en función de las relaciones intersubjetivas que se establecen en la familia, en la conversación familiar, y poco a poco en la escuela y luego a lo largo de la vida. Y este proceso tiene muchos planos: desde el plano relacional pasando por el plano lingüístico que convergen con el plano cognitivo. Hay más planos en liza: ahí está el clima familiar, el estatus, la vivienda, la alimentación y el afecto (por ejemplo, el vínculo apego).  Estos planos proporcionan un nivel mínimo de estándares para que el niño, el hijo, progrese y descubra la realidad, el bien de los demás, alcanzando la empatía suficiente para convivir. Existe un concepto en el mundo de la psicología –muy en relación con la evolución del lenguaje-  que se denomina Teoría de la Mente (Theory of the Mind). Este concepto se refiere a aquella habilidad cognitiva que permite atribuir estados mentales a uno mismo y a los demás, como los pensamientos, las creencias, los deseos, las emociones o las intenciones. Es muy importante para los niños, desde los 3 años, descubrir y valorar que las otras personas, al igual que ellos mismos, cuentan con pensamientos en sus mentes que no son evidentes pero que hay que tener en cuenta para afinar en las relaciones. Y que estos pensamientos son importantes pues dirigen conductas y conforman afectos.  Estamos hablando con una capacidad que emerge entre los tres, cuatro y cinco años y progresa paulatinamente para alcanzar en la adolescencia uno de sus primeros momentos capitales. Luego sigue evolucionando, sofisticadamente, durante toda la vida.

Contar con claves para entender a los demás

Las relaciones sociales a todos los niveles, desde las más íntimas y familiares hasta las más abiertas y públicas, requieren actuar con prudencia y reconocer que los otros tienen unos afectos, iniciativas diferentes que no revelan y que debemos inferir para alcanzar el mejor entendimiento. Si es así, seremos capaces de ponernos en los zapatos del otro y de esta forma nos haremos cargo, moralmente, de qué quiere y necesita nuestro prójimo. Entonces empezaremos a entender no solo lo que nos dice sino también como piensa en su interior y quizá empezaremos a leer gestos, miradas (el tan mencionado lenguaje no-verbal) que nos han  de informar sobre la corrección o incorreción de nuestras palabras y actitudes.

Si los demás tienen sus propias perspectivas y necesidades sobre la vida en cualquier situación es muy positivo que seamos capaces de calibrarlas para tomar decisiones éticas y justas. Entonces es más fácil practicar la empatía hacia los demás pues nuestras percepciones se alimentan de datos muy sutiles, finos, penetrantes. Consecuentemente aprenderemos a satisfacer las expectativas de los demás si les queremos audar. Y, en esa dirección, la compasión, el padecer-con, aumentará y seremos más capaces de acompañar, escuchar: en una palabra, cuidar.

Desde la comprensión de la Teoría de la Mente, los deseos y necesidades de los demás cobran vida, sentido e incluso urgencia. Es importante reaccionar oportunamente ante un estado mental que habla de dolor, de pena, de ansiedad. Por ejemplo: un padre y un maestro han de ser buenos lectores de los pensamientos que reflejan sus hijos y alumnos. Las palabras de la persona (el hijo, el alumno) que tenemos en frente se complementan con esta lectura de su interior. Una lectura que trata sobre lo que no nos dice (o no nos sabe comunicar) y nosotros, de nuevo en el plano de los gestos, el tono de las palabras y las miradas, le atribuimos. Entonces podemos pasar a la acción moral oportunamente en función de nuestras deducciones.

Como promover el desarrollo de la Teoría de la Mente desde la infancia

El desarrollo de lenguaje conversacional es, lo decimos desde el principio, la clave para promover el desarrollo de la Teoría de la Mente. Por ejemplo, es muy oportuno ante hijos y alumnos utilizar condicionales y subjuntivos para expresar ideas complejas: “No pienses que te digo esto, hijo, para molestarte, lo digo por tu bien. Reflexiónalo y así podrías ser más prudente y entonces no te enfadarías con los amigos de la clase”. Fíjese el lector que hablamos a un niño sobre sus pensamientos, sus actitudes, sus reacciones que empiezan en el interior de su mente. Y que además siguen en la mente de los demás. Asimismo, estas conversaciones se construyen sobre la adquisición de un pensamiento hipotético-deductivo. Es decir, el niño, el alumno, el hijo, debe aprender a evaluar hipótesis y deducir las consecuencias lógicas de las mismas en sus relaciones. Es lo que sucede cuando hay un rico intercambio lingüístico donde al niño se le considera capaz de pensar coherentemente y no se le trata como a un bebé de meses solo con órdenes, amenazas o avisos sino invitándole a pensar.

Entonces la conversación familiar (escolar) ha de ser constante, lenta, los turnos deben ser respetados, se debe incluso hablar tan despacio como sea necesario para que el niño sepa responder. La Teoría de la Mente es un cumulo de habilidades que hablan de la libertad interior, del pensar antes de actuar, de calibrar pros y contras. Ni más ni menos que la virtud de la prudencia. La Teoría de la Mente se inserta en una educación, por consiguiente, ligada a la ética de las virtudes. Y si tiramos del hilo, como vamos a hacer, la Teoría de la Mente habla también del razonamiento moral.

Consecuentemente hay que ir hablando siempre sobre lo que se ve, lo que pasa o lo que sucede en casa (o en la escuela), en cualquier situación, en una visita, en un viaje, allí donde se esté y entonces hipotetizar posibles situaciones. Cada circunstancia se puede convertir en un acertijo o un juego. Por ejemplo: estamos en un parque y va pasando gente por delatante del padre y del niño (5 años) que están sentados en un banco y el progenitor se proponen jugar al juego de “¿Qué está pensando la persona que pasa delante de nosotros a tenor de su cara, sus gestos y su andar?”.

 

Más ejemplos y circunstancias donde los pensamientos de los otros importan

¿Más actividades?: pues ni más ni menos que contar juntos, quizá en voz alta, cuentos, relatos, historias, hechos familiares con diferentes personajes que cuentan con diferentes motivos e intenciones. Se trata de construir la narrativa familiar. Se trata de ser capaz de atribuir, como venimos diciendo, diferentes estados mentales a los protagonistas de cada historia. Otro ejemplo, tras una larga lectura de un relato corto de ficción y ante un momento de conflicto: “¡Espera! ¿Tú qué crees que hará el capitán Jan ante estos retos?”.

El siguiente paso es que los niños (sobre la base de personas reales, conocidos, quizá familiares) logren deducir qué siente tal persona en su interior. Ejemplo: “Un amigo del colegio que ha de viajar a otro país, pues a su padre le han destinado a Londres, está triste. Y a continuación comienza a trenzarse lo que podríamos denominar el tejido moral. El siguiente paso es practicar la empatía. “Si tu amigo se siente así, un poco triste, tu qué harías”. Respuesta: “Pues estos días de colegio que aún le quedan le acompañaré todo el rato y jugaré con él”. La sociabilidad, las competencias sociales son el horizonte.

Desde esta perspectiva el fomento de la lectura siempre es un entrenamiento provechoso, pero no el único. Hay que escenificar la lectura. Un ejemplo que puede pasar por la acción: “Léete este cuento y después te subes en esa tarima y nos lo explicas”. ¡Incentivos, imaginación, perspectiva lúdica, compañía, conversación reflexiva sobre lo que pasa en cada mente y en la vida! Una de los fundamentos es el desarrollo del lenguaje más afinado y de la imaginación moral que es un campo muy amplio y muy unido a la Teoría de la Mente.

Un último ejemplo de posibilidades muy ricas: que varios niños representen una obrita de teatro. Y ahí meterse en el papel de otro. Representarlo. Respetar el turno, seguir el hilo de la historia. Entonces crecen pensamientos en el niño del siguiente tipo: “Creo que este personaje actuaría de este modo, estaría serio, con cara de pocos amigos y con los brazos cruzados”. Es lo que se denomina juego dramático. Es el juego de simulación o el juego imaginativo que es una forma de juego en la que los niños actúan y representan roles o situaciones que no son reales pero que ellos imaginan. En este tipo de juego, los niños pueden asumir el papel de personajes ficticios, como superhéroes, princesas o piratas, o pueden interpretar situaciones de la vida real, como cocinar o ir de compras. Este juego de simulación les permite a los niños desarrollar su creatividad, la imitación de los adultos, su imaginación, su capacidad de resolución de problemas y sus habilidades sociales. Bien, las mejores virtudes: paciencia, respeto, templanza, escucha atenta.

La teoría de la mente incrementa la empatía

Lo hemos anunciado más arriba: la Teoría de la Mente incrementa la empatía, pensar en los demás, hacerse cargo de los sentimientos de los otros, deducirlos y actuar en consecuencia. Comprender sus perspectivas y actuar oportunamente: por ejemplo, atendiendo a las necesidades de las personas que le rodean a uno. Regresemos a la realidad diaria tan ilustrativa. Pensemos en un niño de 10 años que ve, cuando llega a casa, que su madre cansada está cansada, interiormente, y deduce que necesita ayuda y se pone a su disposición.  Luego quizá la madre lo hablará en la mesa: “Vuestro hermano mayor se ha dado cuenta que estaba muy cansada y me ha venido a ayudar en unas tareas muy rutinarias y pesadas”.

Algunos dirán que todos los niños desarrollan las habilidades de la Teoría de la Mente.  El autismo, el síndrome de Asperger dificultan la adquisición de la Teoría de la Mente. Otros niños con falta de experiencias sociales, por ejemplo, los niños sobreprotegidos y aislados, quizá excesivamente empantallados, no han tenido oportunidades de afinar en estas habilidades llamémosle compasivas. No han tenido oportunidades conversacionales, es decir lingüísticas y sociales. O también les puede suceder a los niños muy consentidos que son incapaces de ver más allá de sus propios intereses pues siempre se les ha dicho que sí a todo lo que pedían. Solo se ven a sí mismos. Los demás, los padres, son únicamente proveedores de caprichos.  Pero nunca es tarde para crecer pues las habilidades de la Teoría de la Mente se pueden entrenar como venimos viendo de un modo sistemático y contrastado. Incluso existen intervenciones educativas con tal propósito

Lo que no se debe hacer

Si estamos pensado en el plano familiar, y lo venimos señalando, lo que nunca se debe hacer es considerar al niño como un ser que solo necesita alimento, higiene y cobijo (temperatura equilibrada, descanso, etc.). Esta actitud ve en el niño pequeños un ser limitado que no está desarrollándose cada día en planos muy sofisticados (lingüísticamente, comportamentalmente, neuro-cerebralmente).  Se ve al niño como un “animalito adorable” que no cuenta con estados mentales. Algunos podrían pensar (de forma equivocada) que: “Como habla poco, o no habla bien, se deduce que está en una época muy limitada de su crecimiento y que cuando con seis años llegue a la escuela ya empezará a aprender”. Entonces este niño se puede convertir en un ser desatendido, cognitivamente abandonado en su propia casa, en su inmediato clima social y familiar. Y no se está actuando con mala intención sino solo por ignorancia. La psicología cognitiva señala que de este modo los padres no se dirigen a la mente del niño y van a dificultar su desarrollo de la Teoría de la Mente. Son padres que carecen de la capacidad de descubrir los matices que transcurren por las mentes de sus hijos. Y acaban no comunicándose suficientemente con ellos. En el otro extremo, los expertos describen a los padres que lo hacen bien como aquellos que practican el Mind-mindedness (mente-mentalizante). Es decir: son progenitores muy interactivos en sus relaciones con sus hijos (lo mismo se podría decir de una maestra), y a la vez receptivos, sensitivos. Padres que ejercen una parentalidad muy creativa y capacitante en el sentido de que promueven la reflexión de sus hijos. Pero no podemos desarrollar este concepto pues exigiría mucho espacio.

Regresemos a los padres que no lo hacen bien en el extremo opuesto de nuevo: al niño no se suele hacer suficiente caso, ni se le escucha, y a veces se le reprende si hacer muchas preguntas y de un modo brusco. Mal presagio: aquí hablamos de una parentalidad ruda. En esta dirección se le castiga sin criterio, a veces físicamente, cuando se comporta mal. El niño puede estar padeciendo un sutil maltrato por negligencia cognitiva, insistimos, y no se modelan sus habilidades, sus virtudes, en tantísimos planos. Entonces el niño se puede convertir poco a poco en alguien retraído o muy desafiante. Los padres se dicen a sí mismo que no tiene tiempo para niños tan pequeños. No hay interacción narrativa, no hay historias familiares, no se da un intercambio lingüístico y afectivo. Ni lecturas, ni preguntas. Y los juegos del niño, entonces, no son exigentes, o no son conducidos, andamiados, para que el niño progrese.  O simplemente se le aparca delante de una pantalla sin más.

Ceguera mental (Mind-blindness)

Existe un término muy expresivo para describir esta incapacidad de leer los sentimientos, los estados mentales de los otros: ceguera mental (Mind-blindness). Aunque nos dejamos muchos aspectos en el tintero, diremos que es un concepto propuesto por Simon Baron-Cohen, psicólogo y experto en autismo en su relación con la Teoría de la Mente. Y nos explica que algunos niños, y luego adultos TEA (Trastorno de Espectro Autista) pueden ser incapaces de prever los estados mentales de las otras personas: lo sabemos, sentimientos, creencias, intenciones. No los pueden leer, son ciegos para ver o deducir qué hay en la mente de los demás. Eso les dificulta la relación con los demás. Son incapaces, ante situaciones complejas, de tomar perspectiva, y de evaluar cognitivamente la actuación de los actores con los que entran en juego. Su imaginación no alcanza para ponderar esta información. Pero no imaginemos que solo son déficits que ya se inician desde el nacimiento. Pueden provenir de una base cerebral y se pueden agravar desde una educación atropellada e insensible. Pero acabemos aquí recordando que la competencia moral exige pasos conversacionales, narrativos (orales, lectores), conductuales y afectivos.