De que es muy peligroso meterse en harinas de otro costal en lo que a política internacional se refiere, es la mejor prueba la que da a diario nuestro propio Presidente, el Sr. Zapatero, uno de los grandes vagabundos de la escena internacional, eso sí, después de haberse dado el gustazo de ofender a los norteamericanos no levantándose ante su bandera, a los alemanes llamando "fracasada" a su canciller, a los italianos pasándoles por el morro que les hemos adelantado en renta per capita, a los franceses bromeando con que los siguientes son ellos, a polacos e israelíes dejándoles plantados porque el señorito estaba cansado o no se le apetecía, al Papa faltándole tiempo para hacer lo que hasta el menos versado sabe que no se debe hacer después de visitar al Papa, a saber, rendir visita al premier italiano y tantas otras... que lo del Sr. Zapatero en política internacional es digno de manual... de manual de lo que no se debe hacer, por descontado.
No es el único caso, a lo que observamos. Tienen los Estados Unidos otro patético personaje que pasea su impericia, -la misma que exhibió cuando por el escaso plazo de cuatro años, gracias a Dios, ocupó la presidencia norteamericana– por el mundo con desparpajo digno de mejores logros llamado Jimmy Carter, quien, cual si de país en democracia vigilada se tratara, se planta en Barcelona para decirnos que, si fuera preciso, la Fundación que él preside “estaría dispuesta a venir aquí para ayudar a asegurarse de que la voluntad del pueblo catalán se expresa de manera adecuada”, hablando naturalmente de un referéndum de independencia. El enésimo por otro lado, aunque no secunde el esperpento ni uno de cada diez ciudadanos catalanes, que así es como se está construyendo el “ilusionantísimo” proyecto catalán.
Lo que esto, por otro lado, demuestra, es, una vez más, la lealtad que para con el proyecto común se gasta uno de los Gobiernos, demasiados por desgracia, de los que medran y proliferan por el hermoso territorio de la noble nación española, capaces de convocar a un personaje tan siniestro para entregarle un premio, como así ha hecho la Generalitat de Cataluña, y permitirle pronunciar en roman paladino lo primero que se le pasa por la cabeza, sin tener el menor conocimiento de la cuestión, algo en lo que demuestra una audacia similar a la de otro que yo me sé.
Sí acierta el Sr. Carter en cambio, mucho me temo que por casualidad, cuando habla de la angustia que la reciente sentencia del Tribunal Constitucional ha causado en Cataluña “especialmente entre los dirigentes políticos”. Y es que en la calle, lo que se dice en la calle, a los ciudadanos de Cataluña el asunto se la trae al pairo, como les ocurrió cuando votaron el que es el segundo Estatuto de autonomía menos refrendado de todos los votados en España, con un refrendo que apenas ascendió a un 36% del censo que, comparado con el 88,9% del apoyo que recibió el mismo en el Parlament catalán, es la mejor prueba del divorcio existente en Cataluña entre el pueblo y sus representantes.
Un divorcio al que ha venido a sumarse ahora, falto de nada mejor que hacer a lo que se ve, uno de los grandes vagabundos, no es el único, de la escena internacional, el Sr. Jimmy Carter, a quien desde aquí recomendamos que si lo que quiere es supervisar un referéndum de independencia, se vaya a casa donde, a lo mejor, con un poquito de suerte (para él que está tan deseoso de conocer uno), hasta tiene ocasión de hacerlo.