Decía el Cardenal Poupard en una conferencia que dictó en España que en la cultura que se va imponiendo paulatinamente, y sin descanso, cabe también la esperanza, siempre que no se olvide, o se recuperen, los valores humanos y espirituales que exige nuestra dignidad, y al mismo tiempo la sostiene.
Hace un tiempo concedía una entrevista en un periódico de gran tirada, la catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, Adela Cortina. Esta mujer intelectual se caracteriza por su machacona y feliz insistencia en la necesidad de un rearme moral de los individuos y de la sociedad. Ella es optimista ante el futuro, y en esto coincidimos más de uno. Aunque ella no parte de una visión estrictamente cristiana de la vida, sí tiene muy bien asumida la visión de una ética, de una moral basada en los principios inamovibles de la ley natural.
Ella afirma que se está dando un cambio de la concepción política del universo. Todo se está globalizando, y van perdiendo terreno los localismos, los nacionalismos. Hay un evidente movimiento progresivo hacia la cacareada aldea global. Cada vez el mundo se hace más chico, nos comunicamos al instante los polos opuestos, la humanidad entera cabe en las reducidas dimensiones de una sala de estar, en las tertulias de mesas de camilla. Lo sabemos todo de todos, y al instante. Esto no sé si es bueno, pues a mí en concreto me crea una cierta sensación de agobio. Ya no puedes dar primicias. Cuando quieres contar algo lo saben ya todos los vecinos. Las paredes se hacen de cristal. La intimidad vuela por los cerrojos de los chismorreos de los medios, y por las páginas WWW de Internet.
Es una realidad que la economía lleva bien cogidas las riendas de la vida diaria. La profesora dice que “no se trata de echarle a la economía la culpa de todo, pero es un deber de los políticos el controlarla. Los ciudadanos de a pie se sienten impotentes ante un mundo levantado sobre fajos de billetes”. Adela Cortina afirma que “si los políticos se dedicaran al bien común las cosas serían diferentes, pero parecen más interesados por el bien particular, por el éxito de su programa, de su partido, de su gestión”. ¿Qué podemos hacer ante el poder que se atrinchera en los nuevos castillos levantados en la gestión pública, rodeados de fosos infranqueables de burocracia? El pobre hombre de la calle se siente impotente a la hora de defender el bien común, los derechos ciudadanos. Sólo te queda a veces el derecho al pataleo, o la carta en el periódico que te la quiera publicar. Conozco a muchos que han enfermado del mal del “no hay derecho”.
La esperanza está en el asociacionismo en defensa de la justicia social, en el empeño por defender la verdad, la dignidad humana. Hay que empezar poco a poco, pero empezar y, sin odios y acritudes enfermizas, no dejar de gritar a favor del ser humano. “Hay que exigir a los políticos que se entreguen a la cosa pública, y que la economía esté al servicio de las personas”, afirma la profesora. ¿Por qué siempre pensamos mal cuando desde el poder se habla de presupuestos astronómicos, de proyectos fantásticos, de programas atractivos, de empresas adjudicatarias... Pienso que ya estamos hartos de ver desfilar por delante de nuestras narices la sombra de la corrupción.
Pero no todo es negativo, ni mucho menos. “Positivo es el hecho de que las relaciones globales lleven a una ciudadanía cosmopolita, a esa sociedad de ciudadanos del mundo con la que se soñaba desde antiguo. Lo peor son actitudes de la vida cotidiana o privada, como puede ser la pérdida de la dosis de honradez, la corrupción..., la violencia en los colegios, que lleva a los profesores más vocacionados a ser los más desanimados, porque no cuentan con el apoyo de los padres”. Los profesores cada vez cuentan con menos apoyos para conseguir el orden en las escuelas.
Hacen falta orden y autoridad. “Y los valores que en el siglo XXI deben permanecer intocables son la libertad para todos, la igualdad como construcción de las desigualdades, la solidaridad que mueve a tantas personas y gracias a las cuales el mundo funciona. Algo muy importante es el respeto que debemos tener unos con otros. Se debe respetar al que piensa diferente, pero también tener en cuenta ese respeto en la vida cotidiana en el sentido de no gritarnos, no mentirnos, no instrumentalizar a los demás...El diálogo, la integridad y la honradez son fundamentales....¡Que tranquilidad respiramos cuando encontramos a alguien en la calle que respeta todo eso!”, dice Adela Cortina.
La ética y la moral son imprescindibles. Y hay que fomentarla y vivirla, pues en ello nos jugamos el futuro. Una sociedad deshumanizada se hunde y termina por desaparecer. Esto le ocurrió a los grandes imperios paganos y corruptos. El mundo hay que levantarlo a pulso, y esto sólo lo pueden hacer los hombres y mujeres que tienen en su alma la fuerza de la moral, con todo su complejo de virtudes. Hay que empezar poco a poco, pero empezar porque el tiempo corre y nos jugamos la dignidad, e incluso la vida misma.
Juan García Inza
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