El apóstol Pedro habla de la multiforme gracia de Dios en nuestra vida (1 Pe 4,10). Sospecho que lo que desea transmitirnos es que la gracia de Dios y su gran amor por cada uno de nosotros, no siempre tiene la apariencia que esperamos o deseamos.

Esto supone que puede tener muchas formas y que se puede presentar con diferentes caras, algo que no suele agradarnos cuando no coincide con nuestras propias expectativas.

Permíteme compartir contigo que en estos últimos años he vivido momentos de gran torpeza en los que no he sido capaz de visualizar en todo tiempo los planes de Dios para mí. Cuando no han sucedido las cosas como yo las había planeado o soñado, he comenzado a olvidar el presente para soñar con el futuro. Esto me ha llevado en muchas ocasiones a no disfrutar el día de hoy, pasando por alto esa gracia de Dios que se presentaba camuflada en formas diferentes.

Nunca he dudado del amor con el que el Señor me ha amado de manera tenaz e intencionada; sin embargo, tengo que confesar que no han faltado ciertos momentos en los que pude llegar a pensar que Dios se había olvidado de mí. Quizás se nubló mi convicción profunda de que sus planes siempre resultan mejores que los míos y que Él tiene algo mejor para mí, aunque sea por otros caminos y de otra manera.

A veces podemos caer en el error de creer que las cosas deberían suceder como nosotros las hemos soñado, en nuestro deseo de servir a Dios, si realmente Él nos ama y nos ha llamado a su servicio. Nos quejamos cuando descubrimos su gracia con una forma distinta a la que esperábamos y podemos terminar pensando que debemos conformarnos con no volver a soñar.

Sin embargo, la gracia puede llegar a veces en forma de cruz. Es cierto que no nos gusta, pero debemos entender que hay diferentes tipos de gracia según la situación concreta de nuestra vida. El amor incondicional que Dios nos tiene se manifiesta en ocasiones en forma de desierto, de crisis espiritual, de quiebra económica, de fracaso laboral y de otras circunstancias que el Señor permite en su gran misericordia para nuestro propio bien (cf. Rom 8,28).

"Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad." (Jn 1,14)

Lo que el Señor hace y permite en nuestra vida expresa la gracia y la verdad. Aunque dicha gracia se presente con un disfraz que no entiendo y que no deseo, debo caer en la cuenta de vivir agradecido porque es un Dios lleno de verdad que me asegura que todo es don y regalo de su amor.

Nadie estaría dispuesto a entregar a su hijo por amor, pero Dios sí lo hizo (cf. Jn 3,16) porque nos ama de verdad. No podemos tomar esto con indiferencia o desdén. ¿Cómo puedo llegar a decir que Dios se olvidó de mí por una situación que estoy viviendo y que no me gusta? Cuando comparamos cualquier circunstancia con la cruz, máximo exponente del amor de Dios por nosotros, comprendemos que todo es muy pequeño e insignificante y solo entonces descubrimos que la vida no alcanza para agradecer su gran amor.

No ser agradecido puede ser consecuencia de no haber tenido crisis. Cuando las pequeñas cosas de un día cualquiera nos consiguen afligir, necesitamos problemas reales. El corazón agradecido es el que agrada a Dios porque sabe reconocer de dónde viene lo que somos y tenemos, aún en medio de cualquier situación adversa o favorable.

"Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, Él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará." (1 Pe 5,10)

Después de que las espinas que hay en nuestra vida nos empujan a levantar el vuelo en contra de nuestra voluntad, el Señor siempre nos restaura, nos sostiene, nos fortalece y nos afirma. Después de casi siete años, esto es lo que me encuentro viviendo en estos momentos y que me llena de gran ilusión y esperanza renovada.

Solo Dios puede restablecer y restaurar mi vida con su gracia. El sufrimiento y las crisis han añadido gracia a mi existencia como ninguna otra cosa lo podría haber hecho. Solo cuando has pasado por el dolor, eres capaz de llenarte de ternura y agradecimiento sincero.

Solo Dios puede afianzarme y sostenerme en su gran amor y misericordia. Me hace sólido como casa edificada sobre la roca, arrancando de mi pecho el corazón de piedra y poniendo en su lugar un corazón de carne que sea para adorarle y alabarle.

Solo Dios puede robustecer y fortalecer mi vida para ser fuerte de verdad en su amor. Así puedo llegar a ser, además, un instrumento útil en sus manos para servir e inspirar la vida de otras personas.

Solo Dios puede consolidarme y afirmarme, asentando los fundamentos de mi vida para ayudarme a entender lo que realmente vale la pena. Cuando tengo enfocada mi vida y mis prioridades en lo que de verdad importa, todo es más sencillo y la aventura de vivir se vuelve más apasionante.

"Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?" (Rom 8,31-32)

 

Fuente: kairosblog.evangelizacion.es