Pero fijémonos ahora en nuestro Pastor, Cristo; contemplemos su amor por los hombres y su suavidad para conducirlos a las praderas. Se alegra de las ovejas que lo rodean igual que busca a las que se extravían. No son para él obstáculo alguno ni los montes ni los bosques; corre por «cañadas oscuras» (Sl 22/23, 4) hasta llegar al lugar donde se encuentra la oveja perdida... Le vemos en los abismos; da orden de salir de allí; es así como busca el amor de sus ovejas. El que ama a Cristo es el que sabe oír su voz. (Basilio de Seleucia. Homilía 26 sobre el Buen Pastor; PG 85)
¿De dónde parte la fortaleza del Buen Pastor? Porque, tal como el Obispo Basilio indica, “No son para él obstáculo alguno ni los montes ni los bosques; corre por «cañadas oscuras»”. Cristo atraviesa todo obstáculo para llegar a nosotros y tender su mano. Nosotros no somos así ni de lejos. Somos indignos pecadores que nada merecemos por nosotros mismos. Si buscamos algo con ansia, es nuestro propio provecho y bienestar. Nos duele que nos desprecien y nos maltraten, porque nuestro orgullo se siente herido. Incluso nos llena de temor dejarnos llevar por Dios, ya que eso evidenciaría nuestra debilidad y limitaciones.
Seguimos en Pascua y todavía no hemos celebrado la Solemnidad de la Ascensión. Cristo sigue con nosotros, guiándonos y su presencia nos reconforta. Cristo se hace presente y nos descubre muchos aspectos que ignorábamos. Aspectos que nos ayudan a dar sentido a nuestra vida y no perder nunca la Esperanza.
El Señor nos descubre dos cosas, que nos había propuesto en cierto modo encubiertas. Nosotros sabemos desde un principio que Él mismo es la Puerta; ahora nos enseña que es pastor, por estas palabras: "Yo soy el Buen Pastor". Más arriba nos había dicho que el pastor entraba por la puerta. Si, pues, El mismo es la Puerta, ¿Cómo entra por sí mismo? Así como Él por sí mismo conoce al Padre y nosotros le conocemos por Él, de la misma manera Él entra en el redil por sí mismo y nosotros entramos allí por Él. Nosotros, porque predicamos a Cristo entramos por la puerta. Pero Cristo se predica a sí mismo; porque su predicación le muestra a Él mismo, muestra la luz y otras muchas cosas. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 46-47)
San Agustín nos recuerda que Cristo se presenta ante nosotros como Pastor bueno. También se presenta como Puerta, que asegura que nadie vendrá a hacer daño a sus ovejas. La fortaleza del Buen Pastor es justamente su presencia entre nosotros. Su mano que se ofrece de manera constante y paciente. Como a los obreros de la hora undécima, nos espera hasta el último segundo. Como a la Hemorroisa, Cristo espera que seamos valientes y toquemos su mando llenos de confianza y esperanza. Como en la curación del ciego de nacimiento, espera que le llamemos y que humildemente aceptemos ser curados por Él. Nada podemos sin Cristo e incluso si nos escondemos detrás de convencionalismo, ideologías o costumbres, sólo Él tiene palabras de vida eterna. Todas las maravillosas palabras humanas terminan por secarse y desaparece. Cristo nos ha prometido mucho más que palabras secas que son arrastradas por el viento de cada época. Nos ha prometido el Espíritu Santo, que nos permitirá convertirnos y vivir fraternalmente unos con otros. Nos permitirá aceptar la Voluntad de Dios y verle en toda persona de buena voluntad.