Julio de Jáuregui Lasanta (1910-1981) fue un destacado militante del partido nacionalista vasco (PNV). El 20 de diciembre de 1975 publicó en Blanco y Negro (ABC) este artículo sobre los últimos días de Manuel Azaña y su relación con el obispo Théas.

Monseñor Pierre-Marie Théas (1894-1977) fue consagrado obispo de Montauban, localidad donde se encontraba Azaña, el 3 de octubre de 1940. Había sido nombrado el 26 de julio de 1940 y estuvo en esta diócesis hasta 1947, en que se le traslada a Tarbes-Lourdes, hasta 1970.

Leemos, pues, esto que ya ha sido publicado en numerosas ocasiones:

En octubre de 1967, con dos jóvenes, Juan Antonio Gómez y Ángel Ochagavia, visité la tumba de don Manuel Azaña, que fue presidente de la República española, y que murió y está enterrado en el cementerio de Montauban; la tumba está recubierta de una sobria losa de mármol negro, con la siguiente inscripción: Manuel Azaña. 1880- 1940

Recordé cómo teniendo yo veintiséis años y en calidad de diputado a Cortes por Vizcaya, había participado en el Palacio de Cristal del Retiro, de Madrid, en la primavera de 1936, en la elección de don Manuel Azaña como presidente de la República, y días después, en el Palacio de las Cortes, en el acto solemne de prestar la promesa de fidelidad a la Constitución. Salida por la puerta de los leones. Himnos, revista militar, aplausos y vivas de la multitud… y cuatro años más después, muerte y entierro en el exilio, como Goya, como Antonio Machado, como el cardenal Vidal y Barraquer, como Alfonso XIII.

Yo había tenido noticas de que don Manuel Azaña había muerto cristianamente en Montauban, enteramente reconciliado con la Iglesia Católica, en la que había nacido y en la que había sido educado.

Estas primeras noticias las había dado Miguel Maura, que asistiendo un domingo a misa en Pau, donde vivía, había oído a monseñor Théas un sermón, en el que dicho prelado relató las circunstancias de la muerte de Azaña. Maura, que quedó profundamente impresionado de lo que acababa de oír, salió presuroso de la iglesia y se dirigió a su casa, en donde escribió una nota recogiendo cuanto había escuchado. Envió copias a varias personas. Posteriormente, otras personas negaban estos hechos, desmintiendo que Azaña hubiera recibido voluntariamente los sacramentos de la Iglesia.

Después de una reciente discusión sobre este interesante tema, que tiene el valor de un hecho histórico, y a fin de salir de dudas, escribí, con fecha 25 de octubre de 1975, una carta a monseñor Théas, que fue obispo de Montauban en la fecha de la muerte de Azaña, y después obispo de Tarbes y Lourdes, y actualmente vive, en merecido retiro, en Nuestra Señora de Bétharram, de Lestellenay (Pirineos Atlánticos), Francia, pidiéndole tuviera a bien informarme lo que hubiera de cierto sobre la muerte del presidente Azaña.

Monseñor Théas se dignó contestarme el 31 de octubre de 1975 con la carta y el impreso que, traducidos al castellano por la traductora de la Editorial Espasa Calpe, de Madrid, y de Desclée de Brouwer, de Bilbao, doña Gloria Alonso, dice así:

Querido señor:

He sido interrogado frecuentemente sobre la muerte del presidente Azaña, por lo que hice imprimir el texto que le adjunto. Añado dos cosas:

1º.El presidente Azaña tenía una fe real: rezaba incluso cuando perseguía a la Iglesia. Respondió en latín a las oraciones de la extremaunción y recitó el confiteor (Yo confieso). Se asoció a las invocaciones que yo le sugería: Jesús, María, José, etcétera.

2º.El Consulado de Méjico pagaba los gastos del hotel en Montauban. Por esta razón Méjico impidió el entierro religioso.

Le ruego acepte, querido señor, el testimonio de mi afectuoso respeto.

+ P. Théas

El impreso que se adjunta en la citada carta de monseñor Théas dice así:

Entronizado en la catedral de Montauban el 17 de octubre de 1940, fui llamado al día siguiente por el presidente Azaña, enfermo, que residía en el Hôtel du Midi.

El primer encuentro fue muy cordial.

-Vuelva a verme todos los días –me dijo el presidente, apretándome la mano.

-¡Con mucho gusto!

En efecto, todas las tardes me entrevistaba con el presidente de la República española. Hablábamos de la Revolución, de los asesinatos, de los incendios de iglesias y de conventos. Él me confesaba la impotencia de un jefe para contener a las muchedumbres desenfrenadas y detener un movimiento que se ha desencadenado.

Deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el crucifijo. Sus ojos, muy abiertos, después húmedos, se fijaron durante largo tiempo en Cristo crucificado. Seguidamente lo arrebató de mis manos y se lo llevó a los labios, besándolo amorosamente tres veces, y diciendo cada una de ellas: Jesús, piedad, misericordia.

Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana no había sido inútil. Después de los errores, de los olvidos, de las persecuciones, la fe de su infancia y de su juventud, volvía a guiar los últimos días de su vida.

Propuse al enfermo el sacramento de la penitencia, que lo recibió de buen grado.

Cuando hablé a las personas que rodeaban al señor Azaña de darle la comunión en viático, se negaron a ello, diciendo: ¡Eso le impresionaría! Mi insistencia no tuvo resultado. Incluso se me prohibió acercarme al enfermo.

Pero durante la noche del 3 de noviembre, a las 23 horas, la señora Azaña hizo que me llamaran. Fui apresuradamente hacia el Hôtel du Midi y delante de sus médicos españoles y de sus antiguos colaboradores, delante de la señora Azaña, le di la extremaunción y la indulgencia plenaria al moribundo, en plena lucidez. Después, con sus manos en las mías, mientras que le sugería algunas piadosas invocaciones, el presidente expiró dulcemente, en el amor de Dios y la esperanza de su visión.

El 5 de noviembre, contra la voluntad del presidente y de su viuda, se ejercieron algunas influencias para dirigir el cortejo fúnebre hacia el cementerio e impedir la ceremonia religiosa que se había previsto en la catedral. El entierro fue civil, pero la muerte había sido cristiana. ¿No es esto lo esencial?

+Pierre-Marie Théas, Obispo de Tarbes y Lourdes

Boletín mensual del deanato de Luz Saint Sauveur

(Hautes Pyrénées), enero-febrero 1953.

Al aportar estos testimonios sobre la reconciliación del señor Azaña con la fe cristiana, deseo que ello sirva de ejemplo a otros, y que a todos nos haga más tolerantes y más compresivos con las ideas y actitudes de los demás, en este año de la Reconciliación que solo puede lograrse en un ambiente de verdad, de justicia, de amor y de libertad.

Julio de Jáuregui

La Vanguardia publicaría por su parte el testimonio de mosén Antonio Conill que escuchó al Obispo de Montauban narrar los hechos, con ocasión de una visita que el prelado francés hizo a Vic (Barcelona) en 1958: 

http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1977/07/12/pagina-5/33739926/pdf.html?search=Azaña