La izquierda que se sitúa en el espectro entre el anarquismo y marxismo y sus variantes, desde el trotskismo, leninismo, estalinismo y socialismo radical, han visto caer el Muro de Berlín y su marco de referencia.
El espíritu épico que anidaba en los militantes del movimiento revolucionario a principios del siglo XIX era una mezcolanza de mesianismo, irredentismo. Algunos revolucionarios se “sacrificaron a sabiendas” en aras de una nueva humanidad, en la que no habría más guerras, ni explotación del hombre por el hombre, y en la que reinaría la hermandad universal, la justicia social universal, y cada uno trabajaría según sus posibilidades y tomaría según sus necesidades, “lo tuyo sería mío, y lo mío sería tuyo”
La mayoría de revolucionarios preferían que otros se “sacrificasen” por la humanidad y “concedían” ese honor a los más exaltados.
Los asesinatos cometidos por muchos revolucionarios se justificaban por:
1. Los burgueses y reaccionarios cometen crímenes.
2. No hay otra forma de defenderse de los agresores capitalistas, no entienden otro lenguaje
3. Con la instauración del comunismo a nivel internacional no habrá más opresión ni tiranía, por lo que los crímenes que pudieran cometer los revolucionarios son el precio, los medios a pagar para la paz final, el comunismo
4. El fin –el comunismo- justifica los medios –la violencia contra el que no acepta la revolución o era contrarrevolucionario.
La justificación de la violencia “revolucionaria” era una constante en todas las ramas del movimiento que se autoconsideraba “emancipador” de la clase trabajadora.
Los revolucionarios marxistas pensaban que la revolución traería el fin de la opresión, y que ellos, la conciencia de clase, cambiaría la base motora de la historia, y los desheredados, los sin nada, habían de cambiar el mundo, agrupándose en la lucha final. Ellos serían los redentores de la humanidad.
La humanidad hasta aquel momento histórico y sus estados opresores sangraba a los productores, y degradaba a toda la humanidad. La clase obrera era la única que nada tenía que perder con la lucha final, con la violencia revolucionaria, y los revolucionarios encuadrados en los partidos comunistas eran la conciencia y guía de los obreros.
Muchos de los líderes revolucionarios en su juventud fueron educados en el más puro antisemitismo cristiano de la época. El mismo Marx, judío de nacimiento, había estigmatizado al judaísmo y al judío.
Estos revolucionarios consideraban que el judío y el judaísmo era la encarnación del capitalismo. Líbelos reaccionarios como el de “Los protocolos de los Sabios de Sión” difundidos por los zaristas reforzaron la judeofobia de muchos marxistas. Mientras el sector “burgués y reaccionario” de la sociedad culpabilizaba al mismo judío de ser revolucionario y comunista.
El desprestigio del socialismo real en Alemania oriental causó que muchos jóvenes “irredentistas” no sintieran atracción por el comunismo, y se orientaron hacia el ecologismo.
El movimiento verde se incrementó con los defraudados izquierdistas europeos que se quedaron sin referente al caer el Muro de Berlín.
La virginidad política de los verdes se perdió en las coaliciones con los socialistas en Alemania. Su carácter transformante, su capacidad de alternativa, se diluyó, y perdió la fuerza de atracción entre los más exaltados y los no dispuestos al compromiso político.
En una Europa cada vez más laica, en la que los países antaño más religiosos se descristianizan, los grupos más anticlericales y marxistas sienten atracción por la extrema derecha del Islam, aparentemente de una manera paradójica.
¿Por qué esa atracción y fascinación?
La vieja guardia del comunismo caía en Europa, y en China el Partido Comunista se transformaba en una potente maquina de control de un capitalismo brutal, más acorde con el protocapitalismo europeo más duro de inicios del siglo XIX.
Los “revolucionarios” occidentales ven que los islamistas son los únicos dispuestos al sacrificio de sus propias vidas, los únicos que son capaces de combatir sin pactar con el Gran Satán del capitalismo, los EEUU y el pequeño Satán, el judío de los países, la encarnación de la opresión y de la explotación, Israel.
Los izquierdistas creen que es cierto que los islamistas tienen un componente reaccionario, pero piensan que es más aparente que real.
El islamismo al no aceptar componendas políticas de ningún tipo con aquellos que ellos consideran que son los “opresores mundiales, los EEUU e Israel, y sus lacayos: Aznar en España”, y al estar dispuestos a luchar hasta la victoria final atrae a todos estos irredentistas.
El islamismo acepta que el fin justifica los medios. Los asesinatos contra infieles son asesinatos, “pero” justificados para imponer el Islam. El objetivo del Yihad, de la Guerra Santa del Islam es traer la “paz del Islam”
Los islamistas afirman que “cuando todos los países sean musulmanes, y todos los humanos estén sometidos a Alá, sigan el Corán y acaten la Shari´a, y acepten a Muhammad como el enviado de Alá, entonces habrá paz. Antes no es posible ni Alá lo permite”
El mismo Muhammad justificaba la guerra, el Yihad era no sólo para defenderse sino para imponer el Islam a todos los humanos.
Estos izquierdistas filoislamistas juzgan que no hay alternativa al terrorismo para defenderse de la opresión del capitalismo. El islamoterrorismo y los islamikazes son necesarios, son el arma “del revolucionario y del pobre, son el mal menor para conseguir el bien mayor.
Los izquierdistas filoislamistas consideran que sin islamismo, las masas musulmanas no se moverían y aceptarían estar sometidos al yugo de sus dirigentes prooccidentales y capitalistas.
Estos mismos izquierdistas filoislamistas afirman que “el islamismo contiene una carga total revolucionaria al impulsar y empujar a tantos millones de humanos para la búsqueda de un mundo [islámico] mejor, un mundo sin capitalismo y sin Israel”
Estos izquierdistas razonan que “el precio a pagar para impeler, hacer avanzar a las masas, masas desprovistas de cultura burguesa y opresora y corrupta, es emplear la temática religiosa”: “Dios ha muerto, pero Alá arrastra a las masas contra la civilización degenerada de Occidente”
También piensan que cuando el mundo, sin excepción, sea musulmán, habrá un mundo homogéneo, sin privilegios, y que gracias a las contradicciones de la propia “supraestructura ideológica” de la religión del Islam, la población devendrá atea. Igual que hasta no hace mucho tiempo Europa era cristiana, y ahora se está descristianizando a marchas forzadas.
Si el precio a pagar para “transformar revolucionariamente y quebrar al capitalismo” es la creencia en Alá, pues bien vale la pena.
“Paris bien vale una misa”, dijo el calvinista Enrique III de Navarra, convirtiéndose al catolicismo para ser el rey Enrique IV de Francia. [1]
“La revolución universal bien vale una mezquita y un velo”, piensan los izquierdistas
NOTAS
[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Enrique_IV_de_Francia