Piensan algunos que la prohibición en España de algunas prendas infamantes para quien las porta y drástica y hasta ofensivamente ajenas a nuestra cultura, burka y nykab para que nos entendamos, será la moneda de cambio que el actual Gobierno de la nación utilizará para, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, prohibir la exhibición de signos de todas las religiones, también los de aquélla que, amén de ser la tradicionalmente practicada en nuestro país, continúa siendo la mayoritaria hasta índices que rozan la unanimidad: el cristianismo.
La falta de escrúpulos de nuestros actuales gobernantes, unido a su notable sectarismo, a su primaria ideología y a su carencia de formación, hace por lo menos esperable que, efectivamente, utilicen argumentos así de zafios y rastreros, y tan relacionados con el fondo de la cuestión como, según se dice vulgarmente, lo están la velocidad con el tocino.
Lo que sin embargo sí me ha resultado sorprendente e inesperado, es que desde las trincheras en las que combatimos los que creemos que parte irrenunciable de la libertad de religión que proclama el artículo 16 de nuestra Constitución es la libre exhibición de los símbolos religiosos, algún articulista significado dé la batalla por perdida de antemano y sostenga que para evitar los argumentos que van a ser utilizados por el Gobierno, tengamos que renunciar a la defensa de otras libertades que forman parte, tanto como la religiosa, del sistema de convivencia que libremente nos hemos otorgado los españoles. Y la pregunta es: ¿tan escaso anda el argumentario de los que creemos en la libertad religiosa como para que tengamos que hacer concesiones así de gruesas con el fin de que nos sea permitido seguir haciendo pública profesión de nuestros símbolos? Y aún más: ¿de verdad creen los que nos animan a inhibirnos en la lucha contra las prendas infamantes de las que hablamos, que por callar al respecto, los nuevos inquisidores del laicismo nos van a permitir el portado y exhibición de nuestros símbolos cristianos?
A mi el burka y el nikab, que como es sabido ocultan completamente la cara de la persona que los porta, me resultan, lo diré con claridad, ofensivos e inadmisibles en nuestra sociedad. No así, en cambio, el hiyab, prenda que sólo cubre el pelo y que, simplemente, no me gusta, pero que, como tantas otras cosas que no me gustan -y siempre dentro del respeto a las normas con las que han de convivir-, me tengo que tragar, que en eso consiste la libertad y la sana variedad que tan enriquecedoras son para cualquiera sociedad.
Y es que, en primer lugar, dichas prendas, burka y nykab, son, lo niegue quien lo niegue y pese a quien pese, verdaderamente infamantes para quienes las portan, imposibilitándoles su promoción social y hasta la mera relación interpersonal. Y me pregunto donde está el ministerio de igualdad cuando de las mujeres tapadas con un burka se habla, o por qué los progresistas de manual, tan meticulosos en sus cuotas y porcentajes, aceptan, cuando de musulmanas se trata, que sean humilladas en forma tal que sería intolerable si de una autóctona se tratara. Nunca he estado con las cuotas, pero menos aún estoy con que, existiendo, sean aplicadas a unos sí y a otros no.
Se ha dicho, en segundo lugar, que el atavío del que hablamos es tan poco frecuente que no se justifica regularlo. Había visto utilizar el argumento de "la realidad social que no se puede soslayar a fuerza de frecuente y repetida" para avalar la legalización de situaciones tan atroces como indignas de una sociedad con ínfulas de avanzada: tal se ha hecho con el aborto. Pero nunca hasta ahora había visto utilizar el contrario, a saber, la escasa repetición de una conducta, como argumento para desaconsejar su regularización. Con razonamiento tal ¿deberíamos dar rienda suelta a la antropofagia hasta que, por lo menos, sea algo más frecuente? Por si todo ello fuera poco, resulta que el argumento de base no es verdad, y la tozuda realidad indica que en muchas ciudades españolas, es más fácil ya toparse con una mujer ataviada de un burka, que con otra ataviada de un hábito o una toca.
En tercer lugar, tampoco falta razón, se enfade quien se enfade, a quienes sostienen que burka y nykab nada tiene que ver con cuestiones religiosas y sí culturales. Para empezar, ninguna de las dos prendas aparece recogida en el Corán, que lo más relacionado con el tema que dice es que las mujeres “bajen la vista con recato, que sean castas [cosas ambas, recato y castidad, que, por otro lado, requiere también a los hombres en C. 24, 30] y no muestren más adorno que los que están a la vista, que cubran su escote con el velo” (C. 24, 31). Y además del hecho incontrovertible de que la gran mayoría de las mujeres musulmanas no los porta, lo que demuestra, -a no ser que alguien sostenga que el 90% del mujerío musulmán está en pecado y se condenará-, que de religioso tiene poco, en parecida dirección se pronuncian no pocos musulmanes. Así v.gr. en la red llamada webislam, el Comité de arbitraje musulmán y buenas prácticas:
“Entendemos que el uso de estas prendas, circunscritas al ámbito del atuendo femenino no responden a ningún precepto del islam, el cual se asienta en cinco pilares, que no tienen nada que ver con este uso. Su uso es una consecuencia de tradiciones culturales etc. de ciertos países, principalmente relacionados con las tradiciones culturales afganas y de ciertas zonas de Pakistan limítrofes al anterior”
No es menos cierto, en cuarto lugar, y lo niegue quien lo niegue, que en nuestra civilización, hasta la fecha, sólo se han tapado la cara los forajidos, los que tenían intención deliberada de delinquir y los que por haberlo hecho, iban a ser ajusticiados (y también, por cierto, los que los ajusticiaban). Se trata por lo tanto, de una conducta estrechamente relacionada con el orden público. De hecho, se ha utilizado el burka para burlar a las fuerzas de seguridad... ¡¡¡en los propios países árabes!!! Y si el caso prolifera, nada tendría de particular que acabaran prohibiéndose burkas y derivados en los países musulmanes antes que en algunos países cristianos.
En quinto lugar, la cara, en la civilización occidental -que es, no lo olvidemos, la nuestra-, representa la tarjeta de identidad de la persona antes incluso que su nombre, antes que su firma o antes que el resto de su apariencia, trátese de hombres o de mujeres. Sin rostro no se es nadie. De ahí el drama de aquéllos a quienes vemos rehacerse la cara destrozada por un perro, pongo por caso, en penosísimas intervenciones quirúrgicas en las que hasta la vida se juegan...
En sexto lugar, el que junto a la indignidad que representa que en las calles españolas se paseen mujeres cubiertas de arriba abajo con las infernales prendas de las que hablamos, conviva la que representan aquéllas otras que se exhiben impúdicamente y alquilan sus cuerpos, sólo puede conducirnos a combatir las dos, y no en caso alguno, a inhibirnos ante ambas.
Y en séptimo lugar y sobre todo, reclamo el derecho que la sociedad española, como la occidental en general, como cualquier sociedad del mundo, tiene de regular la convivencia en el modo en el que estime oportuno de acuerdo con sus propios códigos sociales y su herencia histórica. Todos sabemos que entre los padaungs birmanos, se lleva la mujer jirafa a la que una serie de anillos superpuestos les alarga el cuello varios centímetros... ¡Allá ellos!... En Europa no. Todos sabemos que la única prenda que porta un bosquimano es un taimado y favorecedor taparrabos que le dispone el miembro en divertida posición de eterna erección... Pues bien, en Europa no, gracias.
No queremos en Europa, en España, en nuestras ciudades, mujeres a las que sus maridos les obliguen a ponerse una prenda infernal, vejatoria, infamante en suma... Y si no son sus maridos los que les obligan a ponérselas, sino que se las ponen ellas porque así lo desean... pues bien, me es igual, sigue siendo infamante, para ella en primer lugar aunque la acepte –la infamia no lo es menos por aceptada-, pero también, y no menos, para las demás mujeres, para nuestros niños y para el resto de los que hemos de convivir con tan desgraciada situación.
Si esas mujeres tienen una necesidad imperiosa de ocultar la cara, que se vuelvan adonde puedan vivir sin enseñarla, o adonde costumbres como esa nada tengan de infamantes, que al parecer existen. Al fin y al cabo, nadie les obligó a venir. Pero si, por el contrario, deciden permanecer entre nosotros, algo a lo que desde estas páginas, por cierto, les invito de todo corazón, que acepten los códigos que imperan en nuestras sociedades, aquéllas en las que, por cierto, han elegido instalarse sin que nadie les obligara y sin que, ni siquiera, nadie les llamara.
Otrosí digo: Y no quiero que me impidan ni utilizar los crucifijos, ni que los símbolos cristianos tan estrechamente unidos a la historia de España dejen de exhibirse en las plazas más bonitas de nuestras ciudades, ni quiero que a las monjas les obliguen a quitarse el hábito, o a los curas la sotana... Pero a diferencia de otros comentaristas significados de la causa, para luchar por estas razones que son nobles y en las que creo, no voy a hacer concesiones ni voy a renunciar a combatir el espectáculo vejatorio, bochornoso y manifiestamente contrario a nuestras costumbres que para mi representa una mujer cubierta de los pies a la cabeza con un aprenda infamante, desagradable, insalubre, atemorizadora y que, además, le oculta la cara, sin cuya visión, ni siquiera sé ante quien me hallo, ni puedo conocer sus intenciones.