El sacerdocio, cuya fuente está en Jesús, tiene dos dimensiones. La que proviene del bautismo y la que es propia de aquellos que reciben el sacramento del orden sacerdotal. En ambos casos hace falta revalorar lo que significa porque si lo desvinculamos de la experiencia de Dios, de la oración y del hecho de contar con una persona que nos acompañe en el proceso, es fácil reducirlo a una función cultural al punto de abandonarlo o, incluso, de vivirlo de forma distorsionada. Esto vale tanto para los sacerdotes como para los laicos. Cuando el sacerdote olvida la indescriptible experiencia de tener en sus manos el cuerpo y la sangre de Cristo o el laico deja de apreciar su sacerdocio bautismal como un puente entre el mundo de hoy y Dios, nos desorientamos y entramos en franca decadencia. Por eso, hace falta revalorarlo. De parte de los ordenados y de los laicos es necesario sentarse a reflexionar juntos sobre el valor del sacerdocio que hace presente a Dios, acompaña en las horas difíciles y abre siempre una nueva oportunidad. Justamente tres aspectos que nuestra sociedad necesita.
A lo largo de la historia de la Iglesia, muchos hombres y mujeres han recordado el profundo significado del sacerdocio como un dejarse encontrar por Jesús al punto de identificar en él las claves de la propia felicidad y del desarrollo integral de cada cual. Entre ellos, destaca la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937), una laica y mística mexicana que, mediante sus escritos y la fundación de las Obras de la Cruz, se dio cuenta que el futuro de la Iglesia dependía de qué tanto se redescubriera el sacerdocio; aquel puente y forma de contagiar la fe.
Duele constatar las últimas salidas de algunos sacerdotes e incluso obispos que piden la dispensa de sus obligaciones sacerdotales. ¿Cuáles son las causas? Sin duda, son muy variadas. En algunos casos, puede ser que la persona en realidad nunca tuvo esa vocación y no encontró los espacios adecuados para ubicarlo antes; sin embargo, en la mayoría de los casos, se debe a que, poco a poco, se va aplazando la oración, el saber pedir ayuda en los momentos de crisis y se traduce en un “dejar morir la propia vocación”. Por todo esto, hay que redescubrir el sacerdocio, vivirlo y enseñarlo mejor en el seminario. Desde los contenidos, pero, sobre todo, a partir de la vida para que los jóvenes se den cuenta que es un camino que, lejos de amargar, resulta pleno si se asume desde una aventura con Jesús. No es una cursilería, sino la realidad de descubrir las riquezas del mundo interior que lo llenan todo.
Los laicos, por su parte, también tienen que cuidar su sacerdocio bautismal. Por ejemplo, buscando, en medio de sus rutinas diarias, espacios para la Misa, la lectio divina y, por supuesto, el compromiso con los sectores vulnerables. ¿Cómo pueden ayudar a los sacerdotes ordenados? Más que con sermones, si notan que están tristes, pueden hacerles compañía, invitarlos a comer con la familia, que se sientan parte y, al mismo tiempo, darles alguna palabra de aliento y, si están desubicados, ayudarles a ubicarse.
Revalorar el sacerdocio implica no desanimarse por los que se han salido, sino encontrar en todo ello un motivo para seguir trabajando por alcanzar una mayor vivencia del sacerdocio. Que cada uno seamos puente, medios, para que las personas, al entrar en contacto con nuestra vida, apoyada por el acompañamiento que vale la pena que llevemos, puedan descubrir a Dios en sus vidas, en lo cotidiano, en lo normal del camino. Eso es ser sacerdote en el sentido más amplio.
Animemos a los sacerdotes ordenados con palabras y acciones a que, si en un momento dado, están en crisis, encuentren la ayuda más oportuna. Ubiquémoslos cuando creamos que se han dejado enredar por alguna situación humana o material. Hacerlo, con tino y capacidad de transmitirles que nosotros también valoramos el sacramento que han recibido. Hay que pedir por ellos, hay que ofrecer nuestro trabajo para que el sacerdocio sea más conocido, querido y, sobre todo, puesto en práctica.
Si la Iglesia vive su dimensión sacerdotal cambia al mundo porque le ofrece lo que nadie más puede darle; es decir, algo de lo eterno, de aquello que un día viviremos en todo su esplendor. En concreto, la Iglesia da sentido de vida y eso es clave para alcanzar la felicidad, pero no una felicidad basada en arranques sentimentales, sino que asumiendo el realismo de la propia vida se sabe acompañada por Dios. Como decía el V.P. Félix de Jesús Rougier: “Nada de lo que se refiere al sacerdocio nos debe ser indiferente”.
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Les propongo dos libros electrónicos que he escrito y que pueden ser de su interés:
Título del libro: Proceso de Dios:
"El proceso de Dios", es un pequeño libro que reflexiona sobre puntos importantes de la fe desde una perspectiva teológica y filosófica. Es concreto y, al mismo tiempo, profundo, capaz de responder las preguntas propias de aquellos que se cuestionan en su relación con Dios.
Título del libro: Líneas escolares:
¿Cómo abordar la emergencia educativa? ¿Cuál es el futuro de los colegios católicos? ¿Qué cambios tienen que darse? Éstas y otras preguntas son las que se abordan en el libro. Lo interesante es que el autor trabaja como maestro y, por lo tanto, los puntos que ha escrito parten de su experiencia en la realidad, en la "cancha de juego". Una interesante reflexión de todos los que de una u otra manera saben lo complejo que es educar en pleno siglo XXI y, al mismo tiempo, lo necesario que resulta seguirlo haciendo.
Nota:
Al comprar alguno de los dos libros contribuyes al apostolado que llevo a cabo en favor de la fe y la cultura. ¡Gracias!