Cuando se habla de las atrocidades norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial, dos le vienen inmediatamente a la cabeza a cualquier conocedor medianamente avezado del tema: la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima, con ciento setenta mil víctimas mortales, y la bomba atómica arrojada sobre Nagasaki, con ochenta mil.
Ambos episodios opacan, ocultan, muchos otros que fueron también terriblemente sangrientos: los bombardeos sobre todas las ciudades alemanas (y no sólo Dresde, como parecemos creer); los varios bombardeos sobre la ciudad japonesa de Kobe, cuyo balance supera los 10.000 muertos civiles y las 650.000 personas sin hogar; el bombardeo sobre la capital nipona Tokyo, con cien mil víctimas mortales… Y el terrible bombardeo sobre Manila, tan escasísimamente conocido, y desde algún punto de vista (que explicaré), el peor.
El bombardeo sobre Manila ordenado por el general Douglas MacArthur en febrero de 1945, en las postrimerías del conflicto, va a dejar en la capital filipina nada menos que cien mil víctimas, lo que lo convierte, posiblemente, en el bombardeo más atroz realizado durante la Segunda Guerra Mundial, sólo por detrás de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima, e incluso más que los bombardeos de Nagasaki y de Tokyo.
Con un aditamento que lo hace, por si ello fuera poco, especial, “éticamente” especial. Si incalificable es que en la guerra se arrojen bombas sobre objetivos civiles como acontece en todos los bombardeos mencionados arriba, en el efectuado sobre Manila concurre un elemento que lo hace aún más grave que todos los demás. Hiroshima, Nagasaki, Tokyo, Kobe, Osaka, la ciudades alemanas (Hamburgo, Dresde, Colonia, Berlín)… eran, “al menos” (subrayo especialmente este “al menos”, como si de alguna manera pudieran justificarse semejantes atrocidades), ciudades pertenecientes al enemigo declarado… No es el caso de Manila. Estados Unidos no estaba en guerra con Filipinas.
Entre los cien mil muertos en Manila por los bombardeos norteamericanos, había al parecer 16.000 japoneses, que era contra quien se combatía. El resto de las víctimas, la práctica totalidad de las cien mil, es decir, ochenta y cuatro mil, (más de cinco por cada japonés), fueron filipinos, filipinos que nada habían tenido que ver con la declaración de la guerra, y que, de hecho, hasta la ocupación japonesa del país, constituían una colonia norteamericana, sí, una colonia norteamericana desde que los Estados Unidos de Norteamericana, en 1898, expulsaran del país a los españoles, y no precisamente para coadyuvar a la independencia de los filipinos, como en todo momento proclaman a los cuatro vientos, sino para establecer una colonia yankee en toda regla en medio del Pacífico.
El bombardeo sobre Manila es el más inicuo, injusto y atroz de toda la Guerra Mundial, más que otros mucho más conocidos a los que, si bien sólo se quedó “a punto de superar” en barbarie demográfica, a todos superó con mucho en barbarie ética.
MacArthur disparó sobre una población no sólo inerme, sino lo que es aún más incalificable, neutral, no enemiga. Es más, no sólo no enemiga, sino aún peor, Estados Unidos aniquiló una ciudad que, en derecho internacional, era norteamericana.
En un ejercicio de historia ficción, cabe preguntarse si, en vez de conquistar los japoneses una ciudad como Manila hubieran conquistado una ciudad en el oeste de los Estados Unidos, Los Angeles, por ejemplo, Mac Arthur o cualquier otro general norteamericano habría ordenado un bombardeo como el realizado sobre la capital filipina para recuperar la ciudad. Y de haberlo hecho, qué recuerdo mantendrían los norteamericanos sobre MacArthur.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera