Lo que más me cansa en esta vida es mi conducta,
la manera absurda de comportarme ante Ti, Dios eterno.
Lo que más me cansa en esta vida soy yo, Guillermo
Urbizu, y la rutina de coronarte con mis propias espinas.
El remedio es deshacerme de mí, lo sé,
desembarazarme de mis desordenados apetitos,
la manera absurda de comportarme ante Ti, Dios eterno.
Lo que más me cansa en esta vida soy yo, Guillermo
Urbizu, y la rutina de coronarte con mis propias espinas.
El remedio es deshacerme de mí, lo sé,
desembarazarme de mis desordenados apetitos,
de toda esta basura que apesta en los hábitos del alma,
de toda esta molicie que difumina en la tibieza mi fe.
Y este acíbar de tristeza que deja en mi vida el pecado
(¿mi vida?, ¿desde cuándo es mía, Amor, desde cuándo?,
mi vida todavía respira porque la absuelves).
Pero sobre todo el gran remedio es acudir al sagrario
de Tu Rostro: mirarte con afán, mirarte, no apartar la vista
de Tu Hostia herida, ir directo al gesto que más Te duele
y caer de rodillas por completo, con toda el alma.
Mirarte desnudo en el altar de Tu compasión y de Tu pena,
mirarte en la Cruz, crujido a palos y blasfemias...
¿Y qué me pasa? Que no tengo remedio, que Te escupo
con alevosía, que me caigo y degrado por el fango,
que sólo pienso en mí y en que ya habrá tiempo para Ti
un poco más tarde, luego, quizá cuando tenga ganas.
Es fácil apartar la vida de la propia Vida, no rezar a su hora
(o a deshora), desgraciarme con puñetas, no querer saber nada
de Dios, olvidarme según convenga, mientras mana Su Sangre...
Cuando es mi vida esa lacerante herida por la que Se desangra.
de toda esta molicie que difumina en la tibieza mi fe.
Y este acíbar de tristeza que deja en mi vida el pecado
(¿mi vida?, ¿desde cuándo es mía, Amor, desde cuándo?,
mi vida todavía respira porque la absuelves).
Pero sobre todo el gran remedio es acudir al sagrario
de Tu Rostro: mirarte con afán, mirarte, no apartar la vista
de Tu Hostia herida, ir directo al gesto que más Te duele
y caer de rodillas por completo, con toda el alma.
Mirarte desnudo en el altar de Tu compasión y de Tu pena,
mirarte en la Cruz, crujido a palos y blasfemias...
¿Y qué me pasa? Que no tengo remedio, que Te escupo
con alevosía, que me caigo y degrado por el fango,
que sólo pienso en mí y en que ya habrá tiempo para Ti
un poco más tarde, luego, quizá cuando tenga ganas.
Es fácil apartar la vida de la propia Vida, no rezar a su hora
(o a deshora), desgraciarme con puñetas, no querer saber nada
de Dios, olvidarme según convenga, mientras mana Su Sangre...
Cuando es mi vida esa lacerante herida por la que Se desangra.