Nunca hubiera imaginado que estar jubilado fuese tan bonito y alegre.

Es un período de plenitud, dijo un cura sabio, donde hemos cerrado muchas etapas de la vida. Para bien o para mal, Dios lo sabe. Dejémoslas a su Misericordia.

Y no hagamos planes. ¡Qué agobio hacer planes! ¡Qué suprema desconfianza en Dios! ¡Qué pecado tan terrible hacer planes!

Hay gentes -no juzgo- que no cierran etapas y deciden hacer, cuando se jubilan, aquello que creen que debieron haber hecho: en todos estos casos, su vida presente y hasta los suyos suponen un incordio y un estorbo. Toman decisiones que les alejan del presente y de la realidad: unos se van con jovencitas y otros deciden ponerse a pintar al óleo. O iniciar una nueva etapa profesional. Allá cada cual. Hay muchas formas de huir de la cruz del presente. El activismo, cargado de egolatría, es una de ellas; aparecen entonces viejos curas, o monjas, o laicos, amargados porque ya no son imprescindibles -nunca lo han sido-. Y otros, me cuenta una monja que se parece a la de Avila, que aceptan en paz el deterioro progresivo y el alejamiento del protagonismo. Lo que pasa es lo que toca, sin duda, pero nunca estamos de acuerdo ni con lo que pasa ni con lo que toca. Estarlo es ser santo. Por eso hay tan pocos.

Por mi parte, preparo mi encuentro con Hergé en el Cielo releyendo "Tintines"; y con Goscinny y Uderzo, riendo como un niño con Obelix; tengo muchas preguntas que hacerle a Velázquez y a Morandi, y a Cervantes y a Jane Austen. ¡Conoceré a Jane Austen! No puede haber Cielo sin Jane Austen y sin el capitán Haddock, ¡mil rayos! Bueno, veré a mi abuelo, el viejo guardia civil, soplándole al oído a San Pedro que aquel beatillo es un jeta redomado y que la fulana tiene un corazón como el suyo, como el del gran Cefas. Y este, claro, hará la vista gorda en ambos casos.

La nostalgia tiene mala fama y la melancolía, también. Pero solo la nostalgia, esa cumbre del deseo, nos lleva al futuro. ¿O es que Ibáñez y Mortadelo y mi tío Carmelo me esperan en el pasado? ¡No, insensatos! Lo advirtió Cristo: "No volváis la vista atrás..." Es allí, delante, donde hay que mirar, adelante y más allá, más allá de un futuro que corre hacia nosotros con los brazos abiertos, como mi padre, que pasó al Cielo hace 46 años y yo me quedé manco y cojo. No encontraré a mi padre el 27 de abril de 1978, no. Lo encontraré, jubiloso, feliz, pleno, algún día de ese horizonte al que me dirijo. 

¿Y voy a perder el tiempo con las cosas de la tierra? Díganme: ¿existe algo en esta vida más importante que preparar el abrazo eterno con el padre, con el Padre? ¿Qué hemos hecho del tan razonable aprender a bien morir?

Yo me iré a ver a Cervantes, a Jane Austen, a mi tío Carmelo; o al "pato", el chavalín muerto a los 11 años, en 1968, mientras estudiaba en el instituto "Ausias March". Y así, para preparar el futuro, tengo en el cuarto de baño el masaje Floïd, desde 1932, y colonia Alvarez Gómez; y en el revistero, viejos números de "Indice", de "Hola", de "Pulgarcito, de "Hazañas Bélicas" -sí, conoceré por fin a Boixcar-. Y disfruto de la vida que vendrá con mis viejos recortables militares Toray: si la nostalgia es el clímax del deseo y el gozoso camino hacia el futuro, la melancolía es la paga del placer, carnal, incluso, tanto como espiritual. La melancolía, esa espera a veces imposible, por anhelante, de lo que fue una vez y volverá a ser en plenitud gloriosa. No es posible el amor sin melancolía y sin nostalgia: la nostalgia de Dios, escribió Van Der Meersch, el insoportable deseo de la Ternura.

No, no perderé más el tiempo en oficinas. He sido un inmenso desagradecido con el buen Dios por tantas flores que no contemplé; por tantas noches que no disfruté, bajo las estrellas, de guardia con los ángeles; por tantos ancianos que desprecié y tantos niños a los que dije deja ya de joder con la pelota; por tantas músicas sordas, perdidas entre vahos de alcohol y vanidades bohemias, vacías y cínicas.

No sé mirar la calavera del destino, los místicos son activistas griegos, sino el pájaro solitario arriba en el tejado oscuro del atardecer. La calavera busca lo de abajo y el pájaro vuela hacia los bienes de arriba. "... Muertos al pecado, por Cristo, buscad los bienes de arriba". San Pablo, el atleta de Dios, lo tenía claro: había corrido para ganar, lograría La Corona, cerró la etapa, miró atrás para mirar adelante. Y murió.

Cuando me encuentren sentado en el parque pasen de largo, y no me interrumpan.

Y, si alguna vez llegan a fijarse -como yo hacía de joven- en el pobre viejo que contempla los árboles, no sean tan estúpidos como para sentenciar que está perdiendo lamentablemente el tiempo. Ustedes no han visto aún la viga de sus propios despojos caídos, colgantes dérmicos, delatores.

Paz.