Hace poco leí a alguien que citaba al interesantísimo Alan Hirsch, quien venía a decir que en la iglesia de hoy en día, estamos intentando ejecutar un programa muy avanzado en un ordenador viejo con un sistema operativo desactualizado. (Para quien sepa de informática y gaming, es como si intentáramos jugar al Call of Duty en un Spectrum 48k de los años ochenta usando Windows 3.1).
Según esta comparación, el hardware (lo físico) es la estructura de nuestras iglesias y templos, y el sistema operativo (lo cambiable) son las estructuras pastorales de la cristiandad, las cuales están ya más que pasadas. Los programas son los métodos de evangelización, y estos muchas veces no funcionan (o lo hacen a medias) por incompatibilidad con las estructuras en las que se ejecutan.
Según Hirsch, debemos volver a los caminos olvidados del cristianismo, a los mapas perdidos que hace siglos que no usamos —a la iglesia de los Hechos de los apóstoles— para volver a encontrar el mapeado que nos guíe en la situación actual.
En líneas generales, estoy totalmente de acuerdo con Hirsch: volver a ser una iglesia del primer momento es clave para configurarnos como una iglesia de evangelización y esto se hace mirando hacia atrás, para volver al primer impulso que nace de Pentecostés.
Ahora bien, nos encontramos ante una disyuntiva que se puede resolver de maneras muy diferentes. Si la cristiandad ha muerto, entonces las estructuras pastorales de la cristiandad están caducas y tendremos que decidir qué hacemos con ellas y con todo el edificio. O bien las tiramos a la basura para volver a empezar de cero, o bien intentamos actualizarlas para salvar lo salvable y edificar sobre lo que ya tenemos, sabiendo deshacernos de lo que es un peso muerto.
En Mateo 13,52 Jesús nos cuenta la parábola de un maestro de la ley así:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Alguien dijo que una herejía es una verdad sin amigos. Cuando perdemos la capacidad de conjugar la paradoja, cuando no entendemos más que de blancos o de negros, cuando hacemos de lo nuevo y lo viejo una antítesis, entonces corremos el riesgo de quedarnos con una verdad sin amigos y hacernos ciegos a la complejidad de las cosas, adoptando soluciones simplistas y maximalistas que niegan la realidad de dónde estamos.
El escriba del evangelio sabe conjugar lo nuevo y lo antiguo porque es capaz de hacer lo que Benedicto XVI llamó una hermenéutica de la continuidad. Se trata de tener una mirada histórica y de fe, que nos hace ver en la Iglesia una continuidad de gracia que va mucho más allá de las aparentes contradicciones que podamos hallar en un momento puntual, las cuales muchas veces son producto de nuestra verdad sin amigos más que de la razón iluminada por el Espíritu de Jesús quien es capaz de hacer nuevas todas las cosas y, a la vez, darnos una nueva Ley que no abole sino completa la Ley anterior.
En otras palabras, quizás es posible la actualización de nuestro sistema operativo cambiando algunas cosas de nuestro hardware sin tener que tirar a la basura todos los componentes de nuestro ordenador. Los que disfrutamos montando ordenadores, sabemos que un ordenador viejo puede tener muchas vidas si tiene una estructura capaz de actualizarse. En un ordenador de sobremesa, se puede cambiar de todo para ir mejorando el equipo, y así, puedes pasar de tener un Windows 7 a ejecutar un Windows 11 con solvencia en un aparato que ya tenga unos años de trote.
Traducido al lenguaje eclesial: nuestras estructuras físicas de cristiandad pueden ser remodeladas y si añadimos a estas la estructura de pastoral adecuada, aún tenemos la posibilidad de trabajar con lo que hay sobre el terreno, sin tener arramblar con todo y volver a la Iglesia de las catacumbas para empezar de nuevo. En algunos casos, podemos remodelar templos y espacios a la vez que reformulamos procesos como el de la iniciación cristiana y la evangelización.
Yo esto lo he visto suceder en la post-cristiana Inglaterra, donde experiencias como la de Holy Trinity Brompton y la red de parroquias renovadas que están alentando (Church Revitalisation Trust), demuestran que se puede conjugar lo antiguo con lo nuevo. Recuerdo cómo el responsable de CRT nos comentó en un encuentro que habían descubierto lo poderoso que era cuando se unían estructura y vida, y por eso se dedicaban a ello, al revés que mucha gente que elegía una cosa o la otra.
Ante la disyuntiva, tristemente muchas veces nos quedamos con solo una de las dos alternativas. O nos aferramos al edificio y las estructuras hasta hundirnos con las mismas (eso se llama gestionar la decadencia) o lo descartamos todo en la ilusión de que podemos empezar la historia de cero volviendo al principio como si hubiéramos descubierto la esencia del cristianismo después de dos mil años. Y es por eso que oponemos la vida, la unción, el mover y el avivamiento actual, a todo lo que huela a historia, tradición y estructura.
El escriba del evangelio no sabía de Windows ni de actualizaciones de hardware, pero había entendido perfectamente aquello de San Agustín cuando hablaba de Dios como “belleza siempre antigua y siempre nueva”.
Yo, que sé de ordenadores, sé que no todos los equipos son salvables, ni todos los sistemas operativos son susceptibles de actualización.
Es justo y necesario dejar caer las cosas que no funcionan y abandonar estructuras caducas, y como dice la Evangelii Gaudium en su número 108 hacerlo sin que “nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual”.
Pero hay sabiduría en saber partir de donde estamos y aprovechar lo rescatable, para descubrir la gracia nueva partiendo de nuestro momento actual.
El gran error en una situación de cambio como la actual es pretender salvarlo todo porque así se pierde la guerra. Es muy típico en la Iglesia tener el síndrome de Diógenes y querer guardarlo todo, lo cual nos impide avanzar. Para emprender reformas, hace falta desprenderse de cosas, remodelar espacios, reubicar activos y recolocar personas. Intentar remodelar una casa sin tirar paredes, actualizar conducciones o conseguir nuevos muebles, es la receta para acabar en el mismo sitio que estabas en apenas unos meses.
¿Podemos reconfigurar los restos de la Iglesia de cristiandad para hacer de ella una Iglesia en salida? ¿Sabremos elegir con qué cosas quedarnos y qué cosas desechar? ¿Tendremos la valentía de cerrar capítulos, dar por concluidas experiencias y abandonar la familiaridad del “siempre se ha hecho así”?
Son muchas preguntas cuya respuesta veremos en los próximos años.
Mientras tanto, yo resisto con mi ordenador de diez años, el cual tiene una actualización tan chula que rinde mejor que muchos ordenadores nuevos que conozco. Y lo mejor… me ha costado mucho menos reformarlo que comprarme uno nuevo.