De lo que les voy a hablar hoy es de una audaz iniciativa que está preparando el Papa Benedicto XVI y que habla, por un lado, del sentido algo más que ecumenista, diría yo, de su papado; y por otro, de la seguridad teológica que exhibe ese gran teólogo que se llama Ratzinger el cual no reniega de sembrar sus flores en los más pantanosos jardines.
A pesar de lo que de llamativo tiene la noticia y a la importancia que podría llegar a revestir, le han brindado los medios, a mi parecer, escaso eco. Yo me la encuentro recogida en el prestigioso diario británico The Guardian, donde la firma Jerome Taylor, su corresponsal en asuntos religiosos. En su texto se puede leer:
“El Vaticano planea una nueva iniciativa para tender la mano a ateos y agnósticos en un intento de mejorar las relaciones de la Iglesia con los no creyentes. El Papa Benedicto XVI ha ordenado crear una nueva fundación donde los ateos sean animados a encontrarse y debatir con algunos de los más importantes teólogos de la Iglesia Católica”.
La cosa no se queda en una mera y retórica declaración de intenciones sino que, tan pronto como el próximo año, y curiosamente en esa hermosa París que bien valía para Enrique IV una misa, sería deseo del Papa que estuvieran produciéndose los primeros debates.
La iniciativa, que ha sido bautizada con el hermoso nombre de Patio de los Gentiles y se implementa desde el Consejo Pontificio de Cultura, fundado en 1982 por Juan Pablo II para posibilitar, precisamente, el diálogo con ateos y agnósticos, responde perfectamente al espíritu expresado por Benedicto XVI en su Discurso de Navidad a la Curia del pasado 21 de diciembre, en el que pronunciaba estas hermosas palabras:
“Considero importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos, aunque no puedan creer en concreto que Dios se ocupa de nosotros. En París hablé de la búsqueda de Dios como motivo fundamental del que nació el monacato occidental y, con él, la cultura occidental. Como primer paso de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la nostalgia que en ella se esconde. Me vienen aquí a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es decir, que el templo debería ser una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56, 7; Mc 11, 17). Él pensaba en el llamado "patio de los gentiles", que desalojó de negocios ajenos a fin de que el lugar quedara libre para los gentiles que querían orar allí al único Dios, aunque no podían participar en el misterio, a cuyo servicio estaba dedicado el interior del templo. Lugar de oración para todos los pueblos: de este modo se pensaba en personas que conocen a Dios, por decirlo así, sólo de lejos; que no están satisfechos de sus dioses, ritos y mitos; que anhelan el Puro y el Grande, aunque Dios siga siendo para ellos el “Dios desconocido” (cf. Hch 17, 23). Debían poder rezar al Dios desconocido y, sin embargo, estar así en relación con el Dios verdadero, aun en medio de oscuridades de diversas clases. Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “patio de los gentiles” donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones debe añadirse hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido”