Hace unas semanas, el semanario Le Vif / L´Express tituló en su portada ¿Bruselas musulmana en 2030?
El análisis no excluye la hipótesis de una capital europea devenida en musulmana tan sólo 20 años. ¿Por qué esta situación es preocupante? El problema no es religioso, sino que ese político.
Lo que está en juego es el Islam político que quiere introducir la Shari´a, la ley islámica, en nuestra sociedad y transformar nuestro modo de vida. No tengamos pelos en la lengua: el Islam político es una ideología de extrema derecha, fascista, que instrumentaliza la religión para ganar poder y gobernar la Ciudad de manera totalitaria. ¿Qué pasará si seguimos haciendo concesiones a los barbudos? Viviremos una regresión social enorme. Retrocederemos más de un siglo de conquistas: la emancipación del individuo frente al clero, la igualdad de género, el laicismo, la separación de Iglesia y Estado, la no segregación de sexos, el derecho a educación para todos, el derecho al trabajo, el fin de la libertad religiosa, de expresión y de pensamiento. En resumen, el fin de los dogmas impuestos por los clérigos.
¿Qué vemos en algunos distritos de Bruselas?
Una atmósfera asfixiante, la presión y los insultos a las mujeres que no usan el velo, la prohibición de facto sobre las empresas que no son halal. Es decir, la desaparición de cualquier negocio de venta de alcohol, carne de cerdo y todo lo que es "ilegal" a los ojos de los nuevos inquisidores religiosos. Las escuelas donde los maestros ya no pueden hablar del darwinismo, las Cruzadas o el Holocausto sin ser insultados. Las mezquitas que dictan su voluntad a los líderes de izquierda que, por las campañas electorales, han dado la espalda a la laicidad. Mediante acciones dispersas, los islamistas transforman nuestra ciudad y poco a poco introducen elementos de la Shari´a para tratar de hacer una ciudad musulmana.
Pero nos atrevemos a decir: la Shari´a, la ley islámica, es incompatible con los valores de nuestra civilización greco-cristiana. Por otra parte, el máximo tribunal del continente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, dictaminó el 31 de julio de 2001 que la Shari´a es incompatible con el régimen democrático.
¿Cómo hemos llegado a tal situación?
Desde los años 60, los inmigrantes musulmanes han sido contratados para servir a los intereses de la industria belga. Pero ningún trabajador fue deportado por la fuerza, cada uno ha sido pagado y nadie ha sido retenido contra su voluntad en Bélgica. Fueron recibidos como lo fueron los inmigrantes polacos, italianos, españoles, portugueses, y muchos otros antes que ellos. Como lo fue mi padre. Como lo fueron tus padres, madres o abuelos. Porque esta tierra siempre ha sido una tierra de inmigración y todos nosotros somos descendientes de extranjeros. A continuación les hemos permitido a estos nuevos inmigrantes traer a sus familias, y les hemos concedido los derechos y beneficios adquiridos por nuestros antepasados, les hemos concedido la nacionalidad belga a los que la solicitaron. Abrimos nuestros sistemas sociales a decenas de miles de refugiados, hemos regularizado masivamente a los indocumentados, hemos financiado la formación de los inmigrantes y la educación de sus hijos.
Para evitar la concentración de niños inmigrantes, nosotros mismos hemos perdido incluso la libertad de inscribir los nuestros en la escuela de nuestra elección. Lo hicimos con un espíritu universal, creyendo de buena fe que estos inmigrantes musulmanes realmente querían compartir nuestros valores y nuestra forma de vida. Pero debe tenerse en cuenta que algunos musulmanes radicales tienden ahora a reclamar la falta de integración como un derecho.
Algunas asociaciones antiracistas han conseguido imponer el derecho a ser diferente para los inmigrantes musulmanes y la obligación de adaptarse al resto de la población. Los políticos gobernantes han llegado al extremo de hacer suya la “multiculturalidad”, esta arriesgada ideología según la cual el patrimonio de los valores completamente diferentes puede formar una sociedad coherente. Actualmente, la multiculturalidad es llamada a partir de ahora interculturalidad, un concepto nuevo que en esencia significa que toda creencia –por ridícula o innoble que sea- es correcta y aceptable en nombre de la diversidad. Para resolver juntos el bien vivir, no serán necesarios más de cinco minutos de coraje político. Faltará hacer la elección de la palabra verdadera, de rigor intelectual.
¿Qué proponer frente a este desafío?
Hay un paso obligado: debemos enfrentarnos a los ataques a la neutralidad del Estado. Tenemos que rechazar categóricamente los privilegios que se reclaman por razones religiosas, en derogación de nuestras leyes democráticas. Porque tenemos que recuperar del derecho para obligar a respetar nuestro contrato social contra cualquiera que pretenda violarlo. La convivencia implica un cambio radical de actitud por parte de cada uno. Por un lado, debemos dejar de ver a cada hombre como un extraño cuando no es blanco: el significado de la ciudadanía no tiene color. Sin embargo, debemos ser intransigentes con aquellos que esperan violar los valores del contrato social con el pretexto de su propio origen. A este respecto, la tolerancia no es apropiada, y la compulsión y obligación es requerida. El mérito del Estado moderno es haber suprimido los privilegios: no debemos tolerar que se restablezcan en el nombre de un dios hipotético.
Debemos rechazar cualquier concesión al comunitarismo. Y atención, a los llamados "compromisos razonables" que no son nada más, absolutamente nada más, que privilegios religiosos, leyes particulares promulgadas para algunos. Si las admitimos al principio, será imposible revertirlas más tarde. Estas son reivindicaciones que tienden a instaurar el desarrollo separado de los distintos componentes de nuestra sociedad.
Los que lo defienden van a edificar definitivamente muros infranqueables. De hecho, si todo el mundo obtiene la satisfacción de sus particularismos identitarios, ¿que quedará del "vivir juntos"? Nada. Seguirá siendo una sociedad basada en el desarrollo separado. Una sociedad segregacionista. Una sociedad fundada en el principio del apartheid.
Es necesario s decir no a los compromisos razonables que son la puerta de entrada a la escisión de la sociedad sobre bases solamente religiosas y que organizarán la sociedad en la histeria pietista de lo "puro" (halal) y lo impuro "( Haram). No podemos acomodar las diferencias religiosas, principalmente reclamado por ideólogos fundamentalistas y reaccionarios.
Porque en nuestra sociedad, ningún grupo tiene derecho a privilegios, todo el mundo está en las mismas condiciones. Estas reivindicaciones se basan en la suposición de que diferentes civilizaciones pueden coexistir en el mismo suelo. Esto es falso, ya que conduce a la guerra civil. Y, obviamente, sólo la posición laica es capaz de garantizar la paz civil. Los únicos “compromisos de verdad razonables” son los que se imponen a las últimos llegados, como lo exige la más elemental cortesía.
Lo que proponemos a nuestros conciudadanos musulmanes, además de toda nuestra ayuda, de nuestra solidaridad social en su conjunto, junto a todos los beneficios de vivir en Bélgica, es simplemente que se adapten a nuestras instituciones, a nuestro método de vida y nuestras tradiciones. Lo que les proponemos es integrarse a nuestro contrato social. Pero no podemos aceptar la injerencia de consideraciones religiosas, ni dar legitimidad institucional cualquiera a tal efecto, y mucho menos considerar la financiación de tales disposiciones.
Debemos ser firmes sobre la libertad de conciencia y de expresión, sobre el pluralismo filosófico, sobre la igualdad de derechos entre los individuos, hombres y mujeres, sobre la neutralidad del Estado, sobre el respeto de todas las minorías; sobre la oferta al proceso democrático; sobre la sumisión a las leyes nacionales; y sobre el respeto de las tradiciones y usos que son los nuestros.
Los valores de la democracia benefician a todos, incluidos los enemigos de la democracia. Estos valores son nuestra fortaleza. Tengamos cuidado de que no se conviertan en nuestra debilidad. Nadie se propone renunciar al Estado de Derecho; sería renunciar a nosotros mismos.
¡Pero si nuestra ley es impotente para hacer respetar nuestra forma de vida, ¡cambiémosla !
Aldo-Michel Mungo
Aldo-Michel Mungo profesor de universidad, analista en geoestrategia y
director de redacción de la revista militar Carnets de Vol
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