Las cifras son impresionantes, las imágenes escalofriantes. La pandemia golpea con fuerza y sin compasión a todos los países, especialmente a España, que es, entre las doscientas naciones del mundo, la que cuenta con un número mayor de fallecidos por millón de habitantes. A la hora de analizar la situación se barajan como causas la negligencia, la tardanza y la ineptitud, que han conducido a nuestro país a encabezar las cifras reales del Covid-19. No sería justo escribir hoy un articulo de opinión, sin referirnos a los gravisimos problemas que nos ciñen por los cuatro costados, no sólo sanitarios sino económicos. Y para colmo, esa tentación dictatorial que acecha siempre y que seduce al poder para que implante medidas que rozan las mordazas a las libertades democráticas. "O se está con la libertad de expresión o se está contra la libertad de expresión", escribió hace ya años y repite con frecuencia, el escritor y académico Luis María Anson. "Pero si se está con la libertad de expresión hay que hacerlo con todas sus consecuencias".. En el ejercicio de la libertad de expresión, cimiento sobre el que descansa el entero edificio de la democracia pluralista plena, se amparan también las críticas, como es lógico, y en el caso de traspasar límites legales, serían la ley y los jueces los que tendrían la última palabra. Claudio Magris dejó claro el modo como hay que decir las cosas: "Hay que decir siempre la verdad, decirla con violencia algunas veces, decirla con cautela, con respeto siempre. Lo primero es decir la verdad e informar, y no ceder a las presiones. Es necesario decir las cosas en que uno cree y por las que uno lucha, pero estas cosas no se deben convertir en ideología". Junto a la situación de continuas zozobras que vivimos, la luz que necesitamos. Me gustaría evocar la anécdota que contó Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en la homilía de la celebración de la Pasión del Señor, presidida por el papa Francisco, en la basílica de san Pedro: "Mientras pintaba al fresco la catedral de San Pablo en Londres, el pintor James Thornhill, en un cierto momento, se sobrecogió con tanto entusiasmo por su fresco que, retrocediendo para verlo mejor, no se daba cuenta de que se iba a precipitar al vacío desde los andamios. Un asistente, horrorizado, comprendió que un grito de llamada sólo habría acelerado el desastre. Sin pensarlo dos veces, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro, estupefacto, dio un salto hacia adelante. Su obra estaba comprometida, pero él estaba a salvo". Cantalamessa aplicó enseguida la anécdota a las actuaciones de Dios en el transcurso de la historia. "Así actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atentos a no engañarnos. No es Dios quien ha arrojado el pincel sobre el fresco de nuestra orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!". Ponemos así, en el centro de la llaga, el sentido de las catástrofes que sufrimos, de las epidemias del mundo, de tanto dolor y muerte como se producen en nuestros días. Dios es un Dios de vivos. Y en sus planes divinos, a los que los humanos no tenemos acceso, ha permitido que la libertad humana siga su curso. Esto vale también para los males naturales como los terremotos y las pestes. Él no los suscita. Él ha dado también a la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad. Libertad de evolucionar según sus leyes de desarrollo. No ha creado el mundo como un reloj programado con antelación en cualquier movimiento suyo. Es lo que algunos llaman "la casualidad", y que la Biblia, en cambio, llama "sabiduría de Dios". Este tiempo de Pascua que vivimos los cristianos rezuma alegría, consuelo y esperanza. En nuestras manos está hacer llegar este hermoso equipaje a los más débiles, atribulados y necesitados..