Casarse implica profundizar en lo que esto significa; sin embargo, no hay motivo para hacerlo tedioso, aburrido, confuso, burocrático o desinformado. Es de reconocer que, en un mundo altamente secularizado, haya jóvenes dispuestos a casarse por la Iglesia. Lo menos que podemos hacer es ayudarlos a que su experiencia de preparación sea agradable, significativa y se lleven algo de provecho. Tanto desde el punto de vista de los contenidos como de la experiencia de Dios. Muchas parejas comentan que son espacios un poco largos, aburridos y sin mucha conexión con los dilemas de la vida familiar. Una crítica constructiva que, sin duda, requiere una respuesta en favor de la renovación de la pastoral en cuestión.
A continuación, algunos puntos o propuestas de mejora:
- Seleccionar muy bien a los expositores:
Además de la presencia de un sacerdote formado y experimentado en las cuestiones de la familia como el noviazgo, el matrimonio y las situaciones de separación o divorcio, es necesario que los principales coordinadores del evento sean, como lo ha pedido recientemente el Papa Francisco, matrimonios, ya que ellos viven inmersos en la realidad que se pretende tocar. A veces, se encomienda la tarea a personas quizá piadosas, pero poco formadas en aspectos clave como la espiritualidad, el Derecho Canónico, la economía familiar y la sexualidad humana. No basta tener buena voluntad. Se requieren expositores de fe que sean amenos, claros y con buena didáctica. ¿Mucho pedir? Es preferible ir dando pasos en esa dirección que terminar sin parejas que preparar.
Algunos de los novios van por cubrir el requisito o porque su pareja los lleva. De ahí la necesidad de que los expositores sepan dialogar con los que piensan diferente, porque serán muy probablemente su primer contacto con la realidad de la Iglesia y, si bien es cierto que lo más importante es el mensaje (Jesús), no podemos negar el valor del mensajero como agente de cambio y canal de comunicación. Una pareja de expositores que se espante ante los cuestionamientos de alguno de los participantes sobre temas doctrinales no sería la adecuada para acompañar los procesos. Por lo tanto, seleccionar bien a los expositores es parte clave.
- La temática:
Los temas deben ser concretos y aterrizados a la realidad. Decir claramente lo que la Iglesia enseña, pero exponiendo también sus argumentos. No se trata de dictar reglas frías, sino de recordar lo que significa el matrimonio. En ningún momento hay que evadir los puntos doctrinales que puedan resultar conflictivos, pero si aclararlos adecuadamente y no simplemente diciendo “esto es así y punto”. Tenemos la herencia de Santo Tomás de Aquino. Si algo lo caracterizaba era que sabía escuchar atentamente y luego responder de buena manera, pero con bases sólidas. No olvidemos que la fe sin razón pierde el piso y provoca el rechazo de las parejas que, en ciertos casos, suelen tener una visión demasiado alejada por falta de información verdadera sobre la Iglesia.
La encíclica “Deus caritas est” (2005) del Papa Benedicto XVI es un excelente recurso para dirigir las reflexiones sobre el amor humano.
- Favorecer la experiencia de Dios:
Antes de empezar con los temas, debería darse un momento de oración frente al Santísimo y con la metodología de la lectio divina, además de ofrecer el sacramento de la confesión. La moral católica no se comprende ni acepta hasta que se da el “clic” con Dios. De modo que en vez de ciertas dinámicas que resultan tediosas para las parejas, habría que apostar por ponerlas sencillamente frente a Jesús. Situarlas en el contexto, pero permitiendo que él sea el centro, la motivación principal. Solamente, el Espíritu Santo puede convencer a las personas. Lo que si nos toca es favorecer el espacio y qué mejor que al inicio de una charla o retiro.