7. ESTEBAN DEL SIGLO XX
“Su entrada en Dachau trajo una corriente de aire fresco a los esqueletos resecos de los detenidos. Carlos pidió que le permitieran entrar su libro de rezos y su guitarra. Las canciones de la juventud católica alegraban la entrada de la noche en las barracas. Carlos sabía componérselas para que le permitieran los guardias acompañar a los enfermos. Repartía secretamente dinero, que nadie sabía dónde encontraba. Decía frases de consuelo. Animaba”.
Para un ferviente devoto de María, el hecho de que el prisionero Leisner llegue desde Sachsenhausen al campo de concentración de Dachau justamente el 8 de diciembre de 1940, fiesta de la Inmaculada Concepción, tiene que ser una clara señal de la Madre de Dios. Así, al menos, lo interpretó Carlos María.
El campo de concentración de Dachau[1] fue el lugar en el que el clero polaco sufrió sus mayores pérdidas. Se encontraban clérigos de veinte nacionalidades, en una operación a través de la cual se pretendía reunir a los sacerdotes católicos de todos los campos de concentración.
Los sacerdotes prisioneros de todas las naciones formaban un décimo de toda la población del campo. Ocupaban los bloques 26, 28 y 30. El bloque 26 estaba destinado a los eclesiásticos no polacos, de varias nacionalidades; los bloques 28 y 30 eran para los clérigos polacos. Todos permanecían aislados, para que no pudiesen ejercer ningún tipo de apostolado, ni administrar auxilios espirituales. Vivían 200 en un espacio de noventa metros cuadrados. En una misma cama dormían cinco personas. Espacios estrechos, múltiples sufrimientos, diversas debilidades de carácter y corporales, enfermedades y parásitos, raciones alimenticias de hambre, y pésimo trato que amenaza directamente las vidas. Ninguna descripción, por precisa que sea, podrá mostrar nunca la amarga realidad.
Comienza el quinto y último acto de la vida de Carlos María, un espectáculo para ángeles y hombres.
Leisner fue arrestado estando ya muy enfermo de tuberculosis. Las condiciones de vida para los recién llegados eran bastante soportables; después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, hubo algunas atenuaciones. Los sacerdotes no tuvieron que desempeñar los trabajos más pesados, e incluso tuvieron frente a los demás algunos privilegios. Sin embargo, la vida se transforma en un tormento para el diácono enfermo. Los pesados fondos con comida de 150 libras de peso ya casi no los puede arrastrar desde la cocina hasta las barracas que sirven de habitación. Depresiones oscurecen su alma. Una falta de esperanza sin consuelo asedia su corazón. Pero su precioso secreto le mantiene en pie. Sus compañeros de infortunio le ven continuamente irradiando alegría. De él comentaban:
“Uno no puede imaginarse su figura alta y de anchos hombros sin ver inmediatamente su rostro fresco, siempre alegre, ofreciendo con la mirada una sonrisa. Nunca se le veía sin esta alegría en los rasgos”.
“No pocas veces se tenía la impresión de que vivía permanentemente en un estado de entusiasmo, alegrándose por todo lo noble, hermoso y aún aventurero, que a duras penas ofrecía la vida del campo de concentración, y que Leisner sabía siempre encontrar, alegrándose con cualquier minucia. Si alguna vez también él refunfuñaba y se desahogaba junto con otros compañeros, con gran facilidad hacía una broma o un gesto generoso, con el cual él mismo se daba un impulso, para adquirir otra vez la gran línea de confianza y de optimismo que presidía su personalidad".
No tiene enemigos. Generoso, comparte su último pedacito de pan, porque sabe que Dios se lo devolverá algún día. Como estaba prohibido, introduce ocultamente su guitarra en el campamento y, después del toque de queda, canta las viejas canciones de la juventud y toda desesperación a su alrededor desaparece en un instante.
Nuevas pruebas llegan para Carlos María. Su cuerpo comienza a vengarse pronto de las privaciones sufridas. La tos sacude su organismo. Los pulmones sangran. Tiene fiebre. El 15 de marzo de 1942 es trasladado a la enfermería, con los tuberculosos y moribundos. Ese será su hogar hasta el día de la liberación[2], sin tener en cuenta algunos intervalos que pudo transcurrir junto con los sacerdotes. Está separado del resto de los prisioneros schoenstattianos; entre ellos, del fundador, el padre José Kentenich[3].
¡Cuánta ayuda y cuántas inspiraciones había recibido de ellos, que, secretamente, en las plantaciones del campo o en otros oficios, desarrollaban una intensa actividad, para aprovechar las penurias del campo de concentración, para el reino de la Madre de Dios de Schoenstatt, para su santificación personal y la renovación de la Patria! Con alegría e interés recibe el enfermo cada noticia de la comunidad schoenstattiana, de la que ahora tanto precisa, estando apartado de ella.
Es realmente duro permanecer tres largos años entre 120 y 150 enfermos de pulmón en un bloque con camas de madera de tres pisos; entre moribundos, sin ocupación y sin tratamiento médico, entre seres humanos bulliciosos, brutales y desesperados. ¡Tres años! Y con un cerrajero, que hace las funciones de enfermero jefe, encargado de las intervenciones quirúrgicas necesarias y de los “tratamientos”. En más de una ocasión sus amigos debieron ocultar a Leisner o borrarlo secretamente de las listas, porque una comisión de médicos recorría la enfermería para recoger a los incurables y llevarlos a las cámaras de gas. De éstas escapó Carlos María en octubre de 1942, pues en esa fecha se encontraba en el orden de la “lista de transferencias”. La orden se revocó por "intervención" de alguno de los sacerdotes internados.
Monseñor Kazimierz Majdanski refiere en su autobiografía los atroces experimentos pseudocientíficos que sufrió en Dachau[4]. Se trataba de la práctica del llamado Acción T4, que no era sino un programa nazi para garantizar la implantación de la eutanasia[5], es decir, el exterminio de enfermos incurables. El obispo Majdanski nos refiere, sin embargo, como también los prisioneros en buen estado de salud eran seleccionados para utilizarlos brutalmente como simples cobayas.
Su corazón y su mente estaban turbados. La tentación se deslizaba por los camastros arrastrándose hacia él. Y en su interior no cesaban los interrogantes: ¿había seguido el camino adecuado, sacrificando tanto, y renunciando por Cristo a una felicidad humana, si ahora perecía desamparado, en medio de la miseria y de la inmundicia? ¿Es éste el hombre completo, el tipo ideal, con el cual había soñado durante años? Mirándose, se veía como un barco destrozado tras un naufragio. ¿En realidad había sido la suya una vida para la juventud?
En Dachau el padre Kentenich escribió hermosas oraciones “que nacieron -como dirá él- en el infierno del campo de concentración. Un espíritu vuelto hacia el cielo dio forma a estas plegarias, y a los muchos que las rezaron les dio fuerzas para dominar la ardua vida cotidiana”.
--------------------------------------
[1] La pequeña localidad de Dachau está situada a unos veinte kilómetros al norte de Múnich. En la primavera de 1933 los nacionalsocialistas, que acababan de triunfar, escogieron este rincón perdido para establecer en él un campo de concentración. En 1936 Dachau era uno de los siete campos de concentración principales del Reich. Con el cierre de tres de los campos de concentración del país, los otros cuatro, entre ellos Dachau, fueron ampliados. Tenía 34 barracones.
Para distinguir los tipos de reclusos se recurrió a un triángulo de tela sobre el uniforme rayado del campo: verde para criminales comunes; rojo para criminales políticos; el negro era para "antisociales y parásitos"; marrón para los gitanos; rosa para los homosexuales; violeta para los clérigos y la estrella de David en amarillo para los judíos.
[2] El 29 de abril de 1945 las tropas norteamericanas liberaron Dachau. Leisner permaneció durante tres años ingresado en la enfermería del lager.
[3] El padre José Kentenich fue arrestado el 20 de septiembre de 1941, permaneciendo en la cárcel de Coblenza, conocida como “El Carmelo” por estar en un edificio que había sido convento de monjes carmelitas. En enero de 1942 rechaza, por libre decisión, la posibilidad de no ser enviado a un campo de concentración. Finalmente sería trasladado el 11 de marzo de 1942 a Dachau.
[4] Así refiere en su libro: “Finalmente, tras un breve trayecto, nos introducen en la sala de operaciones. Por primera vez en mi vida me veo sobre una mesa de quirófano. La intervención es breve. Un joven de las S.S. me pincha dolorosamente en el muslo derecho. ¡Una enorme inyección! Después escriben: tres centímetros cúbicos de exudación purulenta. ¡Levántese! La inyección producía rápidos efectos. Y pronto los sentí en mi piel, en el momento mismo en que me eché sobre el lecho, del que tardaría muchos meses en levantarme. En muy poco tiempo todos los allí destinados conocimos muy de cerca el horror: en pocas horas murió la primera víctima, un joven sacerdote checo” (Kazimierz MAJDANSKI, Un obispo en los campos de exterminio, Madrid 1991. p.73).
[5] Hitler, el 14 de julio de 1933, recién subido al poder, ya dictó normas sobre la prevención de la descendencia con enfermedades hereditarias. La política de higiene racial (Razzenhygiene) llegó al extremo de vaciar los manicomios mediante la eutanasia sistemática de los enfermos mentales. La alarmante situación moral que se preveía fue condenada por Pío XI en su encíclica Mit brennender Sorge del 14 de marzo de 1937. El proceso de Núremberg también condenaría el programa eutanásico-eugénico que puso en práctica el nazismo.